—¿Se puede saber qué hacéis?
—Somos cilindros, mami —respondió Danielle.
—¡Sí! Cilindros humanos —añadió Jack.
Emily se dio cuenta de que había un montón de piezas de geometría por el suelo.
—Muy bien, niños-cilindro, vamos a recoger todo esto, que es hora de vestirse para la cena.
—No, no tenemos hambre.
—No, mami.
—Yo tampoco tengo hambre todavía, pero tenemos que vestirnos para cuando Zane vuelva con el tío Louis y el tío Pitt, ¿de acuerdo?
Danielle se incorporó, esperando que Jack también lo hiciera. Sin embargo, el niño continuó girando hasta que chocó con uno de los sofás, y entonces empezó a girar hacia el otro lado. Eso hizo reír a la niña a carcajadas. Esperaba no tener que llegar al plan B, pero vio que el reloj ya marcaba las siete y media y no tuvo más remedio.
—Como papá regrese y vea que todavía no os habéis vestido, hablará con Santa para que el mes que viene deje vuestros regalos en casa de otros niños.
Jack se paró al instante y se levantó, con los ojos muy abiertos y la boca en forma de «o» por la sorpresa. Danielle se limitó a preguntarle que qué era un mes.
—¿Se los dará a Max? —quiso saber Jack.
Max, un niño de seis años, era el hijo de uno de los vecinos que tenían más próximos.
—Es muy probable. Estoy segura de que él ya se ha vestido.
—Vamos, Delly, ¡corre! No podemos permitir que Max se quede con nuestros regalos.
En menos de lo que había imaginado, Jack se puso a correr escaleras arriba, seguido de Danielle. Emily suspiró, aliviada, y subió tras ellos. Cuando llegó a la habitación que ambos compartían, Jack ya se había quedado en ropa interior y Danielle estaba intentando terminar de sacarse la camiseta. La ayudó a hacerlo y luego se dirigió a la cama donde estaba todo preparado. Les había comprado la ropa de forma que fuesen conjuntados. Él llevaría una camisa azul marino y un pantalón de pana marrón. Ella iría con un pichi beis y una camiseta debajo azul marino, con leotardos también de ese color.
Cuando los dos estuvieron listos, Emily los llevó al cuarto de baño para peinarles. Ambos tenían unos pequeños taburetes sobre los que se subían para poder verse reflejados en el espejo. A Jack le mojó el pelo y se lo peinó hacia un lado mientras él jugaba con un coche que tenía en la mano y con el que, nada más terminar, recorrió todos los rincones. Danielle tenía un pelo precioso, rubio y lleno de tirabuzones. Se lo dejó suelto y le puso una diadema azul. Emily observó su reflejo mientras le cepillaba el cabello, percatándose de que ella se miraba sonriéndose a sí misma. No cabía duda de que era una niña muy bonita y que, casi con toda seguridad, lo seguiría siendo cuando fuera mayor. Y ya no solo porque ella fuera su madre y lo pensara, sino porque todo el mundo se lo repetía constantemente, ya fuera en el colegio, en el vecindario, en el supermercado... Por suerte, Danielle tenía solo cuatro años y la belleza no era algo que le importase demasiado.
—Ya estáis listos —anunció Emily dejando el cepillo sobre el lavabo.
—¿Ahora tenemos que ir a dar un paseo?
Emily miró a su hijo, extrañada.
—¿Para qué?
—Para que Santa nos vea.
—Ahora lo que tenéis que hacer es esperar abajo a nuestros invitados y darles un abrazo muy fuerte cuando lleguen.
—¿Y cómo sabrá Santa que nos hemos portado bien?
—Lo sabrá, Jack, estoy segura. No hay de qué preocuparse —añadió después, mirando la cara de preocupación de Danielle—. Venga, abajo. Poned la tele mientras mamá va a vestirse, ¿de acuerdo?
Jack continuó paseando el coche de juguete por las paredes de la casa en dirección a las escaleras. Danielle, como siempre, fue tras él.
—Y nada de cilindros humanos ahora que estáis vestidos —les advirtió.
Cerca de las ocho y media llamaron al timbre. Los niños dieron un respingo en el sofá y Emily sonrió. Sabía de sobra que Zane tenía llaves para entrar a casa, pero ella también sabía que a ellos les hacía mucha ilusión que alguien llegase desde que habían aprendido a abrir la puerta, y siempre se ponían como locos y discutían por ver a quién le tocaba recibir a la visita. Esa vez era el turno de Danielle, así que riñó a Jack por querer robarle el turno y el niño se quedó enfurruñado en el sofá mientras la pequeña iba hacia la puerta.
—¡Hola! —dijo Zane—. Ya estoy de vuelta.
—¡Tío Louis! —exclamó Danielle.
Emily sabía que le hacía mucha ilusión estar con Louis, porque era al que menos veían de toda la familia. Algunas veces ni siquiera se presentaba los domingos para comer. Louis la cogió en brazos y le dio un beso. Después entró Pitt, el novio de Zane, un joven de lo más agradable. Se disponía a saludar a los recién llegados cuando alguien más apareció tras ellos. La cocina estaba situada después del amplio salón, pero enfrente de la puerta principal, así que Emily lo vio desde donde estaba, paralizada. Él levantó la mano en señal de saludo, aunque no dijo nada. Se dio cuenta de que todos la miraban, expectantes.
Él pasó al interior y cerró la puerta.
—¡Sorpresa! —exclamó Zane extendiendo los brazos—. Oh, vaya, ¿dónde está Derek?
Los pequeños se acercaron a él lentamente, curiosos.
—¿Quién es, mamá? —preguntó Jack.
Jake los miró a ambos detenidamente. Luego volvió a mirarla a ella. Estaba tan quieta y boquiabierta que por un momento se hizo el silencio completo. No tenía ni idea de cómo debía reaccionar, ni de qué decirle. Él dio el primer paso, caminando hacia donde ella estaba y, al verlo de nuevo después de tanto tiempo, no pudo evitar acordarse de algo que no quería recordar justo en ese preciso momento. Por culpa de ello, unas lágrimas empezaron a asomar en sus ojos y eso hizo que Jake se parara en seco.
—¡Emily! —Zane se acercó enseguida a ella—. ¿Estás bien? Debíamos haberte avisado antes, ¿verdad?
—No, no. Estoy bien —respondió ella. Luego observó de nuevo al visitante sorpresa, que se había quedado con la cara un tanto descompuesta, y le sonrió entre lágrimas—. Me alegro mucho de verte, de veras. Perdona por este recibimiento. ¡Jack! ¡Delly! —llamó—. Este es vuestro tío Jake.
—¿Otro tío? —preguntó Danielle.
—Es otro hermano de papá.
—¡Hola, tío Jake!
Al ver a Jack saludando a Jake una sensación de ahogo se apoderó de ella. Pero qué me pasa, pensó para sí.
Entonces él se acercó definitivamente a ella.
—Emily, lo siento, lo último que quería era molestar —le dijo—. Si prefieres que me vaya...
—Por Dios, ¡no! —replicó ella—. Soy yo la que tiene que disculparse —continuó secándose las lágrimas—. Es increíble que estés aquí y que vayas a pasar la noche de Acción de Gracias con nosotros. Derek se alegrará de volver a verte.
—¿Tú crees?
—¡Claro!
—Jo, Emily —intervino Zane—. Louis y yo pensamos que iba a ser una sorpresa increíble.
—¡Y lo ha sido!
—Pero pensaba que Derek también estaría en casa.
—Salió justo después de ti, a por hielo.
Louis