Jake notó cómo el resto de los presentes se ponían alerta.
—¿No?
—La casa está sin suministros de ningún tipo —continuó su hermano.
—Me encargaré de restablecerlos. Mientras tanto me quedaré con Louis.
—Así que piensas volver a habitar nuestra antigua casa, sin más.
—¿Qué problema hay?
—Pues que es una casa que nos pertenece a todos.
Jake no entendía a dónde quería ir a parar, así que puso cara de interrogación.
—Quiero decir que vas a beneficiarte de ella mientras todos los demás nos ganamos la vida para poder mantener nuestros hogares.
—Ya le he dicho a Louis que puede instalarse conmigo, si quiere.
—¿Por qué no habláis sobre esto mañana, chicos? —sugirió Emily.
—Perdona, Emily, pero es que no entiendo cuál es el problema —replicó Jake—. ¿Acaso alguien o algo os obligó a mudaros a esta casa y a abandonar la otra? No, ¿verdad? Pues lo último que yo me esperaba al volver era descubrir que mi casa estaba cerrada y que no tenía ningún sitio donde quedarme.
—¿Acaso alguien te obligó a ti a marcharte y a desentenderte de todo?
—¿Estás de coña?
No podía creer que realmente lo juzgasen por haberse marchado después de todo lo que pasó. Después de todo por lo que él pasó. Sabía que Derek iba a replicar, pero por el rabillo del ojo observó cómo Emily le sujetaba el brazo para pararlo. El resto de las conversaciones se restablecieron y él continuó comiendo ajeno a todas ellas, consciente de que muchas miradas se dirigían a él de soslayo.
No terminaba de entender a Derek.
Antes de marcharse había hecho por él todo cuanto él y Emily deseaban, que no era otra cosa que no interponerse a la hora de decidir la custodia de Jack. Todos sabían que Emma le había insistido para que fuera el tutor del crío, e incluso lo último que le había pedido era que cuidase de él. Pero Emily y Derek lo habían convencido de que lo mejor era que se quedase con ellos. Después de todo, tras el accidente, lo último en lo que Jake pensaba era en criar a un niño. Y por eso no puso ninguna objeción cuando se presentaron ante el juez para pedir la custodia, ya que Frederic, como tutor por ascendencia, no estaba tampoco en condiciones de quedarse con un niño de dos años después de perder a una de sus hijas, madre del mismo.
Por lo que había observado, no les había ido nada mal. Se habían mudado a Valley Street, a una casa que todavía no había visto entera, pero cuya planta baja era, seguramente, más grande que las tres plantas de la suya en el barrio Prinss, sin contar con el jardín. Y Danielle y Jack parecían bastante sanos y felices. Según había observado, y no sin fastidio, daban por hecho que Emily y Derek eran sus padres. Se dio cuenta de que apenas había comido cuando Zane empezó a retirar los platos con ayuda de Pitt para dar paso al postre.
—¡Vamos a brindar! —exclamó Zane cuando volvió con su estupendo pudin de fresa—. ¡Por la familia! ¡Y por el reencuentro!
Todos alzaron las copas e instintivamente la mirada de Arabia se cruzó con la suya. La palabra «reencuentro» no había sido la más adecuada para el brindis.
—¡Yo también quiero brindar! —dijo Jack subiéndose encima de la silla.
—Está bien —continuó Emily—. Ponles más zumo, Derek. Brindaremos todos.
—¿Y Jazzy? —preguntó entonces Danielle.
—No, ella es pequeña.
Jack fue bastante tajante. Estaba claro que era el líder de la manada de mocosos, pensó Jake. Todavía no podía creerse que Arabia hubiera tenido una hija.
Pasadas las diez ya habían cenado, terminado el postre y brindado unas cuantas veces. Danielle estaba dando cabezadas en el sofá intentando resistir al sueño y Jack continuaba jugando con la hija de Arabia, a pesar de que esta también luchaba por no caer rendida. No tardó en ponerse a llorar para reclamar la atención de su madre, que decidió que era hora de irse a casa.
—Podéis quedaros a dormir aquí —le dijo Emily.
—Gracias, pero con la de cosas que tengo que hacer mañana es mejor que amanezca en mi propia casa. Voy a pedir un taxi.
—Puedo acercarte yo.
Jake apareció en la conversación sin previo aviso. Él mismo se sorprendió.
—No, gracias. Ahora que tenéis a la familia reunida no quiero separaros antes de tiempo.
—¿La camioneta de ahí fuera es tuya? —le preguntó Derek.
Él se limitó a asentir con la cabeza. Después de haberse ofrecido pensó que habría sido un tanto incómodo que Arabia aceptara, pues lo cierto era que no tenía ni idea de cómo comunicarse con ella. Se cerraba completamente a todas las tentativas.
—¿Cuándo llegará Kevin? —preguntó entonces Zane.
—Si no pasa nada, en un par de semanas.
La pequeña de pelo rizado empezó a lloriquear de nuevo. Arabia puso los ojos en blancos y sonrió al resto de los presentes.
—¿Puedo usar el teléfono un segundo para llamar al taxi?
—Eso no será necesario. —Derek se levantó y fue a por su abrigo. Después cogió las llaves del coche—. Vamos, te llevo.
—No, Derek...
—No voy a dejar que te vayas sola en un taxi el día de Acción de Gracias. Yo te he traído hasta aquí, yo te llevo a casa.
Minutos después, los dos se habían marchado.
—Tú eres parte de nuestra familia —dijo Derek una vez en marcha—. Lo sabes, ¿verdad?
Arabia le sonrió, agradecida.
—Para mí, tener a la familia reunida implica que tú también estés con nosotros. Ha sido genial que al final pudieses venir a pasar las navidades.
—Sí, y siempre que pueda así será. Lo prometo. En Los Ángeles es todo muy diferente y me siento bastante sola. Nunca encontraré allí a una amiga como Zane... A decir verdad, no creo ni siquiera que se puedan considerar amigas a las otras chicas que conozco.
—¿Ah, no? ¿Y eso por qué?
—Bueno, digamos que son... No sabría explicarte, pero vamos, algo así como amigas de conveniencia. Sus novios o maridos son amigos de Kevin, así que, ya sabes, cuando se organiza alguna fiesta siempre nos encontramos, e incluso a veces quedamos para ir a merendar con los niños y cosas así, pero tengo la sensación de que no disfrutan demasiado con mi compañía.
—¿Y tú con la suya?
—Es un sentimiento mutuo.
Los dos rieron.
—Siento lo de Jake —continuó Derek—. Te juro que no tenía ni idea de que estaría aquí.
—No tienes que disculparte.
Esta vez los dos se quedaron en silencio.
—¿Pensabas que volvería algún día?
—Lo pensaba al principio, los primeros meses. —Arabia miró a su hija, que dormía cómodamente entre sus brazos—. Cuando ella nació dejó de importarme. Y ya sabes, después conocí a Kevin.
—Sí, todavía recuerdo cuando nos lo presentaste y, sobre todo, recuerdo la cara de mi hermana cuando poco después dijiste que te mudabas a California con él.
—Yo también lo recuerdo.
Y era cierto. La cara de Zane había