—Sí..., lo sé, pero aún lo estamos debatiendo. No quiero que estemos separados, y él está convencido de que la actitud de su familia ha cambiado.
Volvió a mentir, pero solo en parte. No era cierto que estuviesen debatiendo nada porque ella ya había planeado marcharse en un par de semanas y que Derek la recogiera para la sorpresa en el aeropuerto; pero sí era cierto que Kevin creía que su familia había cambiado de opinión con respecto a ella, algo que Arabia seguía poniendo en duda, teniendo en cuenta lo poco que se veían.
—Pues ojalá decidáis venir aquí. Os estaremos esperando con los brazos abiertos.
Arabia sonrió. Aquella era su verdadera familia.
—Gracias, Zane. En cualquier caso, prometo que nos veremos pronto, tan pronto como esté en mi mano.
—Cuídate mucho.
—Sí, tú también.
—¡Un saludo para Kevin!
La conversación se cortó poco después. Arabia observó a su hija, que entrelazaba sus manos con el cable del teléfono, suspiró y luego le desenredó los dedos y colgó de nuevo el aparato en la pared. En lugar de volverla a dejar en su zona de juegos, se la llevó consigo al lavadero y se dispuso a terminar las tareas de la mañana. En unas horas Kevin regresaría del club de golf, y lo más probable era que quisiera que salieran a comer por ahí.
Entre semana él se pasaba el día y la tarde en su oficina mientras ella se hacía cargo de la casa y de Jazzlyn, así que durante el fin de semana era cuando más cosas hacían juntos. Todavía se le hacía extraño, porque jamás se había imaginado una vida así, pero ya hacía tiempo que había dejado de pensar en ello.
Era una vida cómoda y tranquila.
Martes
26 DE NOVIEMBRE 1991
J
ake se bajó del vehículo y caminó cuesta arriba a lo largo de la calle flanqueada por adosados, concretamente, hasta el que hacía esquina, al final del todo. Andaba con las manos en los bolsillos y no llevaba demasiada prisa. Todavía no tenía muy claro qué pasaría cuando se situase delante de la puerta. Había pasado mucho tiempo.
Demasiado.
Sin embargo, una vez llegó a su destino, su asombro fue más grande incluso que el que esperaba que hubiese cuando sus hermanos lo viesen a él.
Lo primero que hizo fue extrañarse de que algunas de las enredaderas hubiesen llegado hasta la pequeña puerta del patio. Era raro, pero aun así llamó al timbre de fuera. Se quedó esperando sin saber muy bien hacia dónde mirar. Diez o quince segundos después, decidió echar un vistazo rápido a la puerta por donde alguien debería aparecer. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había mucho polvo, tierra y hojas secas en el porche. ¿Qué demonios? Una duda se instaló inmediatamente en su cabeza. ¿Era posible que sus hermanos se hubiesen mudado?
Lo segundo que hizo fue quitar el pestillo de la puerta exterior y entrar en el pequeño jardín. Sin duda, aquel lugar estaba totalmente desatendido desde hacía mucho tiempo. Dio una vuelta alrededor de la casa hasta la parte trasera y, desde ese lado, observó las ventanas de las habitaciones. Todas estaban con las persianas bajadas y cerradas a cal y canto. Volvió de nuevo a la entrada principal y echó un vistazo al buzón. Había unas cuantas cartas acumuladas, aunque menos de las que esperaba encontrar viendo el aspecto en el que se encontraba la casa. ¿A dónde habrían ido a parar? Le hubiese gustado tener consigo sus llaves de casa, pero hacía mucho que las había perdido, o tal vez las había dejado olvidadas a propósito en alguna parte. Ni él mismo lo sabía. Lo que sí sabía era que el miedo que tenía de volver a casa se había esfumado, porque lo cierto era que allí no había nadie esperándolo. El primer mal trago había pasado.
Regresó al vehículo y se preguntó hacia dónde podría dirigirse. Le vino a la mente la imagen del Purist Coffee, pero lo descartó inmediatamente. No. Allí no. Pero el hecho de pensar por un momento en una cafetería le hizo acordarse de otra cosa. Abrió la guantera y sacó del interior un viejo y pequeño cuaderno que tenía desde hacía años. Pasó unas cuantas hojas hasta que vio la inconfundible y desordenada letra de Louis. Allí estaba la dirección que su hermano le había anotado tanto tiempo atrás del restaurante en el que había empezado a trabajar como camarero. Sin embargo, él nunca había estado allí. Ni una sola vez. Tal vez Louis hubiese encontrado otro empleo, pero por el momento era el único sitio al que podía ir. Al menos, si no lo encontraba, podría preguntarle al dueño si sabía algo del pequeño de los Becker y ya tendría información sobre el paradero de uno de sus hermanos.
Se le escapó una leve sonrisa al pensar que, después de todo, era él quien los estaba buscando a ellos. Era lo último que había pensado que tendría que hacer.
Tuvo que dar un buen rodeo hasta llegar a su destino, pero una vez allí se dio cuenta de que había merecido la pena. Nada más ver la amplia terraza del restaurante, observó a un joven de pelo castaño oscuro yendo de aquí para allá mientras servía unas bebidas. Jake aparcó y lo contempló desde la distancia durante un buen rato. El chico entró y salió varias veces hasta que finalmente se limitó a mirar las mesas que poco antes había atendido. Entonces se giró hacia el interior una última vez, le dijo algo a alguien y luego se apartó a un lado de la fachada y se apoyó en ella. Sacó del bolsillo un paquete de cigarrillos y, acto seguido, se puso a fumar. Eso le hizo fruncir el ceño por un momento. No esperaba regresar y recibir como primera novedad que Louis había empezado a fumar tabaco. Se paró a pensar y cayó en la cuenta de que su hermano pequeño ya no era tan pequeño, y que justo al día siguiente era su cumpleaños. Jake tuvo que plantearse la edad que tenía él en la actualidad para calcular los años que cumpliría su hermano: veintiuno.
Decidió arrancar de nuevo para situarse justo delante del restaurante antes de bajar a saludar.
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Louis estaba aprovechando sus diez minutos de descanso al máximo. Esperaba que en ese corto periodo de tiempo ningún cliente de la terraza reclamase su atención, pues se había asegurado de tener todas las mesas servidas antes de apartarse para fumar.
Solía ser muy eficaz en su trabajo y, por consiguiente, muy pocas veces alguien lo llamaba para pedir algo más. Los clientes del restaurante eran casi todos de clase media y trabajadora, así que empatizaba bastante bien con todos ellos. Pero, como en todo, había excepciones, así que algunas veces tenía que resignarse a prescindir de su cigarro y acercarse a atender a alguien que había reclamado su atención con un gesto. De vez en cuando se preguntaba qué pasaría si alguna de esas veces fingiera estar mirando hacia otro lado, pero luego recordaba que en realidad le gustaba su trabajo, que quería conservarlo y que muchos clientes le tenían una gran estima. Así que se tragaba su orgullo e iba a ver qué quería el señor o la señora que iba a los restaurantes con la única intención de sentirse alguien especial, por la ferviente necesidad de pensar que había alguien en todo momento atendiendo sus necesidades, como el criado que siempre deseó y nunca tuvo. Eran los quiero y no puedo, como le gustaba pensar a Louis.
Pero ese día no fue una señora emperifollada o un viejo cascarrabias lo que captó su atención. Ese día se trataba de algo totalmente inesperado, tanto que incluso dudó de que fuese real. Arrugó la frente e inclinó la cabeza hacia delante como para ver mejor, aunque la verdad era que no hacía falta.
La persona que estaba al otro lado, apoyada en una gran camioneta negra 4x4, levantó la mano y le hizo un gesto con la cabeza al darse cuenta de que por fin lo había reconocido. Louis tiró automáticamente el cigarrillo y caminó con rapidez a su encuentro.
—¿Jake? —dijo cuando apenas le quedaban unos metros para llegar hasta él. No podía creer que por fin hubiese regresado—. Dios mío, ¡eres tú! —añadió cuando llegó a su lado.
Jake, por su parte, lo recibió con un abrazo y unas cuantas palmadas en los hombros.
—¿Cuándo has