La complejidad lingüística, concepto bastante esquivo, se entiende, en el modelo inicial de Trudgill, como el resultado de dos tipos de cambio: un cambio de tipo aditivo y un reemplazo de rasgos patrimoniales más simples o menos marcados por rasgos derivados del contacto que sean inherentemente más complejos o tipológicamente marcados (Trudgill, 2010, pp. 301-306). El cambio de tipo aditivo se define como aquel «en el que nuevos rasgos derivados de las lenguas vecinas no reemplazan los rasgos ya existentes en la lengua receptora, sino que se adquieren en adición a estos» (Trudgill, 2010, p. 301, traducción mía), mientras que en el otro tipo de complejización los rasgos patrimoniales se sustituyen por otros más complejos y marcados. En una segunda versión del modelo (2011, capítulo 3), Trudgill presta mayor atención a los procesos morfosintácticos involucrados en la complejización, que se define mediante cuatro procesos prototípicos: la adición de categorías morfológicas, la irregularidad frente a la regularidad, la opacidad frente a la transparencia y el grado de redundancia de las marcas morfosintácticas.
La larga convergencia quechua-aimara, caracterizada por períodos prolongados de alianzas étnicas y lingüísticas, según el modelo de Adelaar (2012a), sería un buen ejemplo del tipo de situaciones que conducirían a una mayor complejidad en los resultados del contacto, puesto que, según Trudgill, «es más probable que ocurra complejización en situaciones de contacto coterritorial de largo plazo que involucra bilingüismo infantil» (Trudgill, 2011, p. 34, traducción mía), previo al «período umbral». El estudio específico de los resultados de la convergencia quechua-aimara desde el punto de vista de la complejidad estructural sería un buen medio para evaluar esta propuesta de la sociolingüística tipológica. Algo similar se podría intentar con respecto al contacto poscolonial producido entre las lenguas andinas y el castellano, lo que constituye el foco de este estudio. Sin embargo, estamos lejos de conocer si las circunstancias sociales del contacto lingüístico en los Andes cumplen las condiciones esbozadas por la caracterización que se ofrece en Trudgill (2011) para definir la oposición entre contacto intenso y contacto bajo, oposición que, como ha resaltado Heath (2012), excluye como ejemplos de contacto intenso una variedad de situaciones que, para otros propósitos, se hubieran tomado como tales.
A modo de ilustración, tradicionalmente se ha pensado la situación de las comunidades andinas como escenarios caracterizados por el aislamiento respecto de los polos de desarrollo económico y social de la Colonia. Sin embargo, la historia social es cada vez más crítica con respecto a esta visión. Ramos, por ejemplo, ha criticado la manera como Torero (2002, p. 90) explicó la persistencia de variedades regionales quechuas sobre la base del supuesto aislamiento socioeconómico. «Este planteamiento —explica— se basa en la creencia profundamente enraizada de que, en los Andes, la población andina vivía en su propio mundo, una visión que ha sido cuestionada por la investigación histórica» (Ramos, 2011, p. 22, traducción mía). El enfoque tradicional también se ilustra en la oposición, expresada fundamentalmente en el discurso colonial legal, entre una «república de españoles» y una «república de indios» durante los primeros siglos de la Colonia. La literatura reciente muestra cada vez con mayor claridad la fluidez y el contacto, obviamente no exento de conflictos y jerarquías, entre las lenguas andinas y el castellano como recursos expresivos para las poblaciones de indios, mestizos y españoles, no solo en las principales ciudades coloniales sino también en las «reducciones» indígenas (Itier, 2011, p. 72). Sin embargo, estamos lejos de poder establecer con claridad, para la región que constituye el foco de este estudio, cuáles fueron las características de estos vínculos siguiendo algunos de los parámetros que propone Trudgill para definir una situación de contacto bajo; en concreto, la estabilidad o inestabilidad social, la existencia de redes densas o débiles y la presencia o ausencia de información compartida en la comunidad. A mi modo de ver, el estado actual del conocimiento sobre la historia social de los Andes norteños impide, pues, aplicar el modelo de Trudgill (2010 y 2011) de manera directa a este escenario. Con miras a su aplicación futura en la región andina, la investigación requeriría concentrarse, probablemente, en regiones y comunidades de habla específicas —comunidades definidas, por ejemplo, en términos familiares—, durante períodos muy bien definidos, para los cuales se cuente con evidencia suficiente, no solo en términos lingüísticos y textuales, sino también sociohistóricos; en el mejor de los casos, individuales, con el fin de abordar con seriedad los parámetros de la densidad o debilidad de las redes y la presencia o ausencia de información compartida. De cualquier modo, con miras a aportar a la futura aplicación del modelo de Trudgill a la zona de estudio, en la presentación de rasgos dialectales del castellano andino norteño que ofreceré en el capítulo 4, incidiré en la posibilidad de definir algunas de estas características lingüísticas como ejemplos de complejización o simplificación en los términos presentados por este autor, pero, por las razones esbozadas previamente, lo haré sin la pretensión de efectuar una evaluación sistemática de la propuesta en el escenario estudiado.
¿Qué aporta el estudio del espacio andino a la sociolingüística histórica?
A diferencia del área mesoamericana, donde las lenguas indígenas contaron con representación escrita antes de la llegada de los españoles y continuaron escribiéndose durante la Colonia, las culturas andinas precoloniales se desarrollaron sin la necesidad de un alfabeto. A pesar de los esfuerzos desplegados para encontrar en manifestaciones culturales como los quipus una forma de escritura, no se ha logrado probar que el tipo de memoria configurado por dichas culturas requiriera fijarse en un código escrito. Desde la semiología cultural, Lotman (1989) ha interpretado este hecho no como una carencia o un déficit en los desarrollos culturales andinos precoloniales —visión que subyace a las mencionadas búsquedas obsesivas en quipus, pallares, tocapus, etcétera—, sino como el resultado esperable de un tipo de memoria cultural orientado a la repetición cíclica de información como un medio ordenador del entramado social, en vez de una memoria atenta a la fijación precisa de las novedades. Por razones obvias, este rasgo cultural también ha sido evaluado por el mundo académico contemporáneo como una desventaja metodológica para acercarse al pasado andino. Después de haber escrito sus primeros estudios sobre el