Otra forma de «negociación lingüística» que resulta clave revisar a la luz de la sociolingüística histórica en el caso de los Andes es la koineización, uno de los posibles efectos del contacto entre variedades lingüísticas (Trudgill, 1986). En la dialectología de corte histórico se ha avanzado significativamente en la descripción de casos de koineización desde que Siegel la definiera como «el proceso que conduce a la mezcla de subsistemas lingüísticos, esto es, de variedades lingüísticas que son o bien mutuamente inteligibles, o bien comparten la misma lengua superpuesta, genéticamente relacionada» (Siegel, 1985, pp. 375-376, traducción mía). Más recientemente, Kerswill (2008) ha puesto énfasis en el carácter abrupto —en muchas ocasiones, dramático— de este fenómeno y ha subrayado la importancia de los procesos de acomodación en su desarrollo. Además, ha mencionado como una constante la ocupación de un nuevo territorio por parte de las poblaciones involucradas. En el ámbito hispánico, Moreno Cabrera (2011) ha aclarado los paralelos que existen entre los procesos de koineización y la formación de lenguas criollas, que permiten diferenciar la creación de koinés, hecha «desde abajo», de los esfuerzos orientados a la estandarización, caracterizados, más bien, por una planificación institucionalizada basada en la codificación.
En el escenario andino, hace falta vincular de manera más clara estos afinamientos conceptuales con dos procesos claves que han sido caracterizados como formación de koinés. El primero afecta a la historia del escenario andino de manera específica, mientras que el segundo incluye a los Andes como una parte involucrada en la formación inicial del castellano en América. En una serie de trabajos recientes, Itier (2000, 2001 y 2011) ha descrito la «lengua general» quechua hablada en la Colonia, fundamentalmente entre los siglos XVI y XVII, como una variedad quechua koiné, desarrollada en espacios urbanos como Huancavelica, Huamanga y Potosí, a partir del contacto entre españoles e indios, estos últimos pertenecientes a poblaciones hablantes de diferentes variedades dialectales de quechua. Esta «lengua general» sería distinta de la «lengua vehicular» del antiguo Imperio incaico, que el mismo autor entiende como una variedad formada a partir del cuzqueño antiguo, y no, como se ha concebido tradicionalmente, a partir de una variedad «chinchaisuya» o costeña (Itier, 2013). Ya Taylor, a inicios de la década de 1980, había utilizado el término koiné para describir la «lengua general “oficial”» de tiempos coloniales, «cuya pureza era garantizada por la vigilancia de las autoridades eclesiásticas» (Taylor, 2000 [1980], p. 21).
Para su argumentación, Itier parte, fundamentalmente, de evidencia histórico-dialectal, extraída de textos coloniales escritos en quechua por mestizos y miembros de la elite indígena, y del examen de algunos rasgos presentes en las actuales variedades sureñas del quechua. Las características de esta koiné serían elementos inscritos fundamentalmente en la morfología y en el léxico, que habrían remodelado recursos de la lengua indígena para terminar expresando nociones discursivas y semánticas del castellano, perdiendo en varios casos sus funciones patrimoniales. Estos rasgos, además, parecen haber dejado huella en algunas variedades sureñas, como el quechua cuzqueño y el ayacuchano o chanka (Itier, 2011).
Ahora bien, un minucioso estudio reciente sobre el «quechua pastoral» (Durston, 2007b), variedad desarrollada por la Iglesia católica desde fines del siglo XVI y fundamentalmente en la primera mitad del XVII, en estrecha asociación con la empresa evangelizadora, se detiene en los motivos institucionales presentes en la formación de este código y destaca su carácter artificial y planificado. La variedad se describe como «un medio esencialmente escrito que se manifestó oralmente a través de performances basadas en textos» (Durston, 2007b, p. 109; traducción mía). Durston añade que no encuentra fundamentos para pensar en una difusión de esta variedad como código oral, más allá de la escritura pastoral, y se esfuerza, a lo largo del volumen, en diferenciar el discurso eclesial acerca del quechua de las aplicaciones posibles de este discurso en la vida cotidiana colonial, que muchas veces no llegaron a concretarse. De este modo, el autor se alinea con una forma de entender la acción de la Iglesia en relación con el quechua que se remonta a los inicios de la lingüística andina (Torero, 1974, pp. 194-195) y que enfatiza los aspectos más cercanos a los procesos de estandarización.
Si tomamos en cuenta que varios de los textos que ayudan a sostener las posturas de Durston y de Itier son comunes, tenemos pendiente un deslinde en la comprensión del quechua llamado «general» o «pastoral» en la Colonia. ¿Es necesario elegir entre koineización y estandarización como alternativas para describir este proceso? De ser así, ¿cuáles serían los criterios para tomar esta decisión? ¿Está iluminando este debate aspectos diferentes de un mismo fenómeno lingüístico, algunos más cercanos a la estandarización y otros a la koineización, de tal manera que el escenario andino podría ofrecer un caso novedoso que conjuga ambos procesos en una misma realidad? El diálogo entre la reconstrucción de los aspectos históricos que dieron forma a este proceso y los avances alcanzados en la concepción teórica de la koineización podrían ayudar a buscar una respuesta. Si consideramos la cobertura geográfica de la acción eclesial durante la Colonia, este es un problema que no atañe solamente a los espacios tradicionalmente concebidos como «quechuas» y «aimaras», sino también, como veremos en este estudio, a regiones cuyas poblaciones tuvieron lenguas nativas distintas, como es el caso de los Andes norperuanos.
En un ámbito más general, que afecta al continente americano en su conjunto, se produjo, en la década de 1990, un importante debate entre Rivarola (1996), De Granda (1994a y 1994b) y, en menor medida, Fontanella de Weinberg (1993 [1992]) acerca de la posibilidad de entender la formación inicial del castellano americano como un proceso de koineización. A pesar de su relevancia, esta discusión no ha sido retomada en la literatura reciente sobre el castellano colonial temprano, con excepción de los argumentos presentados recientemente por Lara (2014, capítulo 15). Los argumentos manejados en este debate fueron básicamente de orden lingüístico y demográfico. De Granda partió de una definición del proceso tributaria de la útil criba conceptual efectuada previamente por Siegel (1985), y postuló que, entre los procesos de nivelación y simplificación lingüística, este último adquirió mayor jerarquía en la formación de la koiné americana (Granda, 1994a, pp. 46-47 y 1994b, pp. 67-71). Así, una opción lingüística mayoritaria desde el punto de vista demográfico podía ser seleccionada en la koiné resultante mediante el proceso nivelador, siempre y cuando no fuera más compleja que las otras opciones en competencia. De este modo, se explicaría la adopción, por parte de la koiné inicial americana, de aquellas características meridionales que, como el seseo y el tratamiento unificado en ustedes (frente a la