Rivarola (1996, pp. 587-588) apuntó la dificultad metodológica de identificar en la documentación colonial temprana procesos atribuidos tanto por De Granda (1994a y 1994b) como por Fontanella de Weinberg (1993) a la hipotética koiné inicial, tales como la velarización de la nasal /n/ y la asibilación de la vibrante múltiple /r/. Asimismo, señaló lo improbable que sería el surgimiento de una koiné basada en rasgos meridionales en un momento en que la variedad castellana ya se encontraba ampliamente extendida como código de prestigio. En cuanto a la indudable presencia de algunos rasgos meridionales como el seseo, este autor acude a la necesidad de expresión inconsciente de la identidad criolla americana, así como a las diferencias existentes en la configuración demográfica de las distintas regiones del Nuevo Mundo: mientras que algunas, como las zonas antillanas, tuvieron siempre predominio meridional, otras, como Nueva España y el Perú, mostraron figuras distintas durante el siglo XVI, con una fuerte presencia de toledanos en el primer caso y de cacereños en el segundo (Rivarola, 1996, p. 590)2. Dichas configuraciones diversas se empezaron a reforzar o debilitar con las migraciones posteriores de españoles y, de este modo, se produjo una evolución diferenciada en las distintas regiones hispanoamericanas. Las Antillas, por ejemplo, potenciaron sus rasgos meridionales. A ello debe añadirse la presencia, en ciertas áreas, de lenguas indígenas con «un sólido sustento demográfico»; en estas regiones, el intenso bilingüismo producido después de la Conquista tuvo consecuencias claves en el castellano que se fue formando con el correr de los siglos. La región andina estuvo claramente entre estas áreas, marcadas por el bilingüismo histórico.
Para el argumento de De Granda también es importante pensar en la diferenciación posterior de los castellanos americanos, puesto que la hipótesis de la koineización naturalmente llevaría a pensar en una mayor uniformidad de la que se ha observado históricamente en el castellano hispanoamericano. Siguiendo el modelo de algunos estudios de historia económica, De Granda separa tres tipos de áreas en el desarrollo temprano del castellano colonial: las áreas centrales, las intermedias o periféricas y las marginales:
[S]e podrían diferenciar en la Hispanoamérica de fines del siglo XVI y comienzos del XVII, ciudades (y zonas) señoriales o hidalgas frente a otras mercantiles o burguesas o como, de modo más adecuadamente objetivo, propone B. Slicher van Bath, de acuerdo en ello con otros especialistas, áreas centrales (México, Quito, Lima-Charcas, por ejemplo), intermedias y periféricas (Centroamérica, Popayán, zonas atlánticas de Colombia y Venezuela, Tucumán, entre otras) y marginales, como Paraguay o las islas antillanas (Granda, 1994b, p. 76).
Después de la koineización inicial propuesta por este autor, se habrían producido, pues, diferentes tendencias en una segunda etapa: las áreas centrales, vinculadas territorialmente con México y Lima, así como con los ejes comerciales Bogotá-Quito-Lima y Lima-Charcas, fueron el escenario privilegiado para una estandarización temprana, que recogió las características dictadas desde arriba por el modelo peninsular, proceso asociado a la creciente «hidalguización» de la sociedad hispánica en América. Por su parte, en las áreas intermedias y periféricas —que, además de las zonas mencionadas en la cita anterior, incluyeron a Chile, el Río de la Plata y Venezuela—, se dio un proceso de «vernacularización» de la variedad koiné previa, es decir, se consolidaron los procesos simplificadores y niveladores de la etapa inicial, de la mano con un refuerzo del contacto con los puertos andaluces, que intensificó la presencia de rasgos meridionales en sus variedades de castellano. Las áreas marginales, finalmente, habrían radicalizado tendencias estructurales del castellano que fueron reprimidas en otras zonas por las presiones normativas, habrían tolerado mayor cantidad de retenciones léxicas y morfosintácticas consideradas arcaísmos en otras latitudes y, por factores como la escasa distancia entre sus estamentos sociales, habrían adoptado con mayor intensidad rasgos y subsistemas gramaticales procedentes de las lenguas con las que el castellano entró en contacto, ya fueran indígenas o afroamericanas (Granda, 1994b, pp. 76-87).
Considero importante ahondar en la hipótesis de este autor, mediante investi-gaciones específicas en localidades representativas de las tres áreas propuestas. Para la región andina, será relevante precisar si los datos históricos apuntan a una ubicación en los ejes de las áreas centrales, como la cercanía a Lima o a Charcas invitaría a pensar, o si, más bien, algunas zonas de los Andes se deberían considerar como parte de las áreas intermedias o periféricas. Además, será importante deslindar en términos lingüísticos la pertinencia de la distinción entre áreas intermedias y periféricas: en el planteamiento de De Granda, no está claro qué localidades corresponden a las primeras y cuáles a las segundas. Por otra parte, a pesar del énfasis que puso este autor en la descripción e interpretación de los rasgos inducidos por el contacto con las lenguas indígenas en el castellano americano, extrañamente, atribuyó solo a las áreas marginales, como Paraguay y las Antillas, una presencia marcada de características de este tipo, y no evaluó la existencia de este tipo de rasgos en las áreas intermedias o periféricas. Mientras tanto, para las áreas centrales se deduce que los procesos de estandarización posteriores suprimieron las características de contacto más marcadas. Cabe preguntarse, sin embargo, si los datos sostienen estas asunciones. Hace falta, pues, afinar esta propuesta de zonificación, que resulta promisoria para pensar la diversidad de los castellanos americanos desde una mirada de largo plazo como la que ofrece la sociolingüística histórica. Algunos de los datos recogidos en este estudio para el castellano andino norperuano se observarán desde esta perspectiva, con el fin de aportar evidencia para discutir y enriquecer esta hipótesis. Esta propuesta teórica, desarrollada en el marco de la sociolingüística histórica aplicada a la historia del castellano, será materia de evaluación específica en los capítulos 4 y 5.
El escenario andino se ha caracterizado por el bilingüismo y el multilingüismo desde antes de la Conquista hispánica. Incluso es útil apuntar las desventajas de separar lo «andino» de lo «amazónico» en la investigación lingüística contemporánea, pues esta separación corresponde a categorías geográficas modernas: específicamente, a la división decimonónica entre «costa, sierra y selva» en el Perú, cuyas supuestas fronteras «naturales» pueden oscurecer posibles relaciones sociohistóricas del pasado. Como un ejemplo de estos posibles vínculos, Adelaar ha trabajado sobre los préstamos quechuas en el amuesha o yanesha, una lengua de la familia arahuaca hablada en la Amazonía central del Perú, y ha concluido que el contacto entre ambas lenguas debió de darse antes o durante la dominación incaica, probablemente en el siglo XV (Adelaar, 2006, p. 309). Con una metodología básicamente histórico-comparativa, el caso muestra que es posible explorar aspectos del pasado lingüístico andino-amazónico previo a la Conquista española, a pesar de la ausencia de escritura en las culturas precoloniales. Yendo más atrás en el tiempo, el mismo autor ha elaborado un modelo para entender el complejo contacto entre las familias quechua y aimara, contacto iniciado probablemente en el centro del actual territorio peruano, en los siglos finales de la etapa denominada Horizonte Temprano (800 a. C. a 200 d. C.). El autor describe esta situación de larga e intensa convergencia como «uno de los ejemplos más relevantes de contacto lingüístico en la historia de las lenguas del mundo» (Adelaar, 2012a, p. 462). Una particularidad del caso reside en el hecho de que ambas familias lingüísticas conjugan una cantidad importante de rasgos comunes en los niveles fonológico y estructural junto con un inventario léxico radicalmente diferente que dificulta, aunque no excluye del todo, pensar en una relación genética entre ambas familias, por antigua que esta sea.
Para explicar esta situación, aparentemente paradójica, Adelaar (2012a) propone que la convergencia entre ambas familias lingüísticas se dio intensamente durante más de un largo período; así, el autor diferencia la «convergencia inicial» que se debe presuponer para el estado de las protolenguas, de convergencias más locales, producidas después del desmembramiento de ramas específicas dentro de cada familia. Además, el modelo asume que, si bien la convergencia inicial puede haberse producido después de una invasión violenta por parte de poblaciones quechuas en un territorio previamente aimara, con el correr del tiempo, se establecieron lazos y alianzas entre ambas poblaciones, de tal manera que las migraciones posteriores —por ejemplo,