Mi maravillosa librería. Petra Hartlieb. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Petra Hartlieb
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418264443
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los gritos:

      –¡Menudos tipejos! Quizá no deberíamos firmar el contrato de la vivienda, sólo del local. ¿Se piensan que somos imbéciles o qué?

      Antes de cerrar silenciosamente la puerta alcanzo a ver cómo se arquean las cejas de la mujer del banco.

      –Le ruego que hable más bajo. Estoy en el banco. ¿Puedo llamarle en un rato?

      –No, voy a estar todo el día en los juzgados, ya la llamaré yo. Pero no vamos a firmar el contrato de la vivienda. No estamos locos.

      –Pero si usted iba a acompañarnos a la reunión donde haremos la entrega del dinero…

      –Sí, es verdad. De acuerdo, allí estaré.

      Tres cuartos de hora más tarde estamos en la pequeña plaza delante del banco con un crédito de setenta mil euros en el bolsillo. Mi pobre marido, alemán él, oscila entre dos polos, el de una gran alegría y el del desprecio más absoluto:

      –Austria es un país muy raro. Me refiero a que hemos entrado ahí dentro, les hemos enseñado unas cuantas hojas de colores, les hemos hablado de nuestra experiencia de años en el sector de los libros, ¡y nos han dado el dinero; así, sin más!

      –Sí, porque perciben que somos buenos. Somos una pareja dinámica y exitosa.

      Oliver acaricia cuidadosamente con su pulgar una de mis ojeras.

      –Vale, mitad dinámica de una pareja de éxito. Y, ahora, nos vamos a dormir.

      En la casa de nuestros amigos no hay nadie, los mayores están trabajando, los niños en el parvulario. Nos despojamos de nuestras serias vestimentas, y caemos en el sofá-cama. Oliver mete una mano por debajo de mi camiseta y acaricia sin demasiado entusiasmo mi espalda. «¿Crees que hacemos lo correcto?» Pienso la respuesta, y cuando digo: «Pues no lo sé», él ya se ha dormido.

      Tres horas más tarde entramos en la Caja Postal. A Oliver le impresiona el edificio de Otto Wagner, y se queda de pie, estupefacto, en el centro del gran espacio de la sala principal. Mi respeto se relaciona más bien con la suma de dinero que estamos a punto de sacar de mi antigua cuenta, la de cuando estudiaba: cuarenta mil euros, que me pertenecen oficialmente desde hace dos horas, y que ha transferido el heredero y ex novio a una cuenta que desde su creación siempre estuvo en números rojos. ¿Me van a dar esa suma de dinero? ¿No preguntarán, acaso, de dónde ha venido tanto dinero, así, de pronto? ¿No quieren saber lo que voy a hacer con él?

      –No es una cantidad tan alta. Hay gente que saca constantemente estas sumas, gente que ni se entera cuando alguien les transfiere a la cuenta medio millón. –De pronto, mi marido se las da de hombre de mundo, aún no lo conocía en este plan.

      La cajera le echa una ojeada rápida a mi pasaporte y cuenta, efectivamente sin inmutarse ni lo más mínimo, un fajo de billetes encima del mostrador. Una pequeña bolsa de papel, un recibo, y meto el paquete en mi bolso y me aferro al asa con tanta fuerza que los nudillos se me ponen blancos. Hacer como si no ocurriera nada, como si me pasara la vida yendo por la ciudad con esas cantidades; me vuelvo una y otra vez para mirar hacia atrás, cambio el bolso de mano.

      La siguiente estación es la asesoría para jóvenes empresarios de la Cámara de Comercio. Un montón de papeles, folletos impresos a todo color en papel brillante con fotos de personas de buen aspecto y muy arregladas, y una conversación no demasiado informativa sobre la creación de una empresa. No soy capaz de seguir del todo a la señora, al fin y al cabo debo concentrarme en los cuarenta mil euros que hay en mi bolso. El comercio librero en Austria era antes una actividad protegida, los únicos autorizados a abrir un establecimiento propio eran los vendedores de libros y partituras con formación reglada. A partir de una reforma gubernamental de finales de los años noventa cualquiera puede hacerlo; probablemente ni siquiera haga falta saber leer. Esto resulta ser muy práctico: debido a que mi marido es el alemán y yo la austríaca, la licencia profesional debe ir a mi nombre y no al de Oliver, que es librero de formación desde hace veinte años. Yo no soy nada de nada, de manera que me convierto en joven empresaria y solicito una licencia profesional.

      Llegamos demasiado pronto a nuestra nueva calle, que bajo la lluvia de octubre presenta un aspecto bastante triste y desolado. Nos quedamos sentados en el coche contemplando los cristales sucios de «nuestra» librería. Me pongo cada vez más nerviosa, y al cabo de un cuarto de hora estoy segura: éste es el mayor error de mi vida. Alguien nos arrebatará el dinero, el contrato es un fraude; o bien todo está correcto pero no vendrá nadie a comprar libros. Como siempre ocurre en estas situaciones, Oliver enmudece a cada segundo, de manera que en algún momento también yo me callo y observo cómo se apean de un coche el propietario y otras dos personas, y desaparecen en el interior del edificio. Quien falta es nuestro abogado.

      –Como no venga, yo ahí no entro.

      –Viene seguro. Todo irá bien.

      Por supuesto que aparece, con un retraso de diez minutos, y es increíble la seguridad que de pronto me proporciona este hombre sudado y descompuesto. Él está aquí, y todo irá bien. Nadie nos va a arrebatar el dinero para, a renglón seguido, desaparecer, en el contrato no hay pegas en letra pequeña. Sólo está el asunto de los clientes que necesitaremos y que él no puede proporcionarnos. El propietario anterior, su abogado, la administradora concursal, nosotros dos y nuestro abogado nos apiñamos en un cuarto estrecho y con olor a moho de la parte trasera. Se firman los contratos, los billetes cambian de mano, nos dan un recibo, todo ocurre muy rápidamente. Acabamos de conseguir una librería.

      Cuando ya se han ido todos volvemos a recorrer el espacio, yo me sitúo detrás del gran mostrador e intento imaginar cómo será mi futuro.

      –Qué bonito será cuando hayamos eliminado por completo todo lo viejo. Suelo nuevo, pintura nueva, iluminación nueva. Sí, los escaparates tendrán que estar más despejados, y adiós a esta pared de estantes, lo mismo que a este tabique de separación.

      A Oliver le encantaría empezar ya mismo con las reformas. Yo siento de pronto un gran cansancio y pienso en mi vida de café-con-leche-vespertino en Hamburgo. En vez de un trabajo de media jornada, una vivienda bonita y una «gestión abierta» de mi tiempo, ahora será trabajar noche y día, sin casa propia de momento, y deudas para los próximos diez años o más. Qué bien que mi imaginación no sea capaz de ir más allá.

      Antes de regresar a Hamburgo tenemos que encontrar una guardería en Viena. Ya mismo. Tenemos dos horas libres, y en nuestra ilimitada ingenuidad vamos a la sección de la oficina municipal que se ocupa de las guarderías.

      –El plazo de inscripción es en febrero y marzo. Lo sentimos, no hay plazas.

      –Pero es ahora cuando nos mudamos a Viena, y cuando lo supimos fue a comienzos de octubre.

      –Pues vaya. Pero no hay nada que hacer.

      Unas cuantas calles detrás de la de nuestra librería hay un parvulario católico privado. La inscripción no dura ni diez minutos, están encantados de admitir a nuestra hija. De la guardería en Hamburgo, con sus carretillas, su look alternativo y sus rincones algo mugrientos, a este otro, higiénicamente impecable, llevado por señoras ya algo mayores, donde «bueno, sólo se reza por la mañana» y donde es obligatoria la siesta.

      Hace no tanto teníamos tiempo para ocuparnos durante horas de la forma de tutela perfecta para nuestra hija: alemán, inglés, turco, Montessori o tradicional, vegetariana o biológica con carne, con o sin participación de los padres. Aquella era ha llegado a su fin. No tenemos elección alguna.

      Y nos instalamos donde nuestros amigos, en la casita del Schafberg, aunque por supuesto de forma no oficial, pues en la casita del Schafberg cabe justo una familia de cuatro miembros; para siete resulta algo estrecha. En la habitación de los niños se pone una tercera cama, y nuestra pequeña, una casihija-única consentida, de pronto se encuentra con que ya no tiene juguetes para ella sola y que le han caído dos nuevos hermanos. Nosotros ocupamos una húmeda habitación para huéspedes de siete metros cuadrados, con un sofá desplegable y una estantería de IKEA donde poner nuestras cosas. El misterio del éxito radica en que todos los implicados están poco tiempo en