Mi maravillosa librería. Petra Hartlieb. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Petra Hartlieb
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418264443
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Habéis hecho una oferta, y ésta ha sido aceptada. Ahora tenéis que pagar. Pero a continuación podéis traspasar el negocio.

      –Muchas gracias, es lo que pensamos hacer. Oliver mandó esa misma noche un fax a la editorial anunciando su dimisión. Y en algún momento, poco antes de la medianoche, estos dos amigos nos contaron que estaban esperando un bebé.

      Oliver se levanta a las seis y se pone en silencio su mejor traje y una corbata. No se le ve nada feliz. Su objetivo es llegar el primero a la oficina y coger del fax su carta de dimisión, antes de que alguien la vea. Es un día especial en la oficina, se celebra que su jefe lleva treinta años en la empresa. Hay discursos, un bufé, se brinda con champán, mi marido no acaba de participar del todo, se pasa el día esperando el momento más adecuado para presentar su dimisión. Cuando por fin se han hecho todos los discursos y la cúpula del grupo empresarial se ha ido y todos están pensando en marcharse, él se cuela en el despacho del presidente.

      –Aún nos queda hablar de una cosa.

      –¿Presenta usted su dimisión?

      –¿Cómo lo sabe?

      –¿De qué otra cosa tendría usted que hablar conmigo en un día como hoy?

      –Tiene razón.

      –¿Quién le ha hecho una oferta? ¿Puedo intentar convencerle de alguna manera para que se quede con nosotros?

      –No, no puede. Y nadie me ha hecho ninguna oferta: mi mujer y yo vamos a abrir una librería en Viena.

      –Están ustedes completamente locos.

      –Sí, lo sé.

      –Dígame, ¿cómo puedo ayudarles?

      Tras pasar una noche en vela nos aprestamos a dar el paso siguiente: ¿cómo se lo explicamos a los niños? La pequeña no es un problema. Conoce Viena de las vacaciones, es una combinación de padres relajados y filetes empanados, tardes plácidas con los amigos en el jardín, visitas a la piscina y al zoológico. Le contamos que en Viena hay unas heladerías estupendas, que hace mejor tiempo y que pronto viviremos en una librería, donde podrá tener inmediatamente cualquier libro de cuentos que quiera. Y también, por supuesto, todas las casetes de cuentos de Conni que aún no posee.

      Estas perspectivas de futuro lamentablemente no impresionan nada al chico de dieciséis años. Es de Hamburgo hasta la médula (su vida es el barrio de Schanzen, las playas del Elba y el FC St. Pauli), sólo conoce Viena desde la perspectiva de un niño de ocho años; o sea, que para él se trata de una ciudad poco interesante. De buen grado, se mudó conmigo de Viena a Hamburgo, ¿vamos ahora a obligarlo a que regrese? De entrada, se repliega y ensimisma, se queda callado, se desespera, probablemente acaba de enamorarse y este traslado le parece totalmente imposible. Me acuerdo muy bien de lo que es tener dieciséis años: lo más importante en el mundo son los amigos, los padres son una pesadez inevitable, útiles porque proporcionan vivienda, dinero y alimentos. La mudanza está para él fuera de toda consideración. Me da muchísima pena. Pero como Oliver tiene medio año de plazo para la dimisión, mientras transcurre ese tiempo seguro que encontramos una solución.

      Mira tú por dónde, ahora resulta que somos los propietarios de una librería. ¿Y en qué momento se venden más libros? Efectivamente, en Navidad. Ahora estamos a comienzos de octubre, y sólo faltaría que no pudiésemos abrir la tienda en noviembre. Pero antes hay que resolver unas cuantas menudencias. Por ejemplo, el dinero, que aún nos tienen que prestar, llevarlo a Viena, negociar el contrato y las cuotas mensuales del local y la vivienda, buscar un banco que sin hacer demasiadas preguntas nos dé un crédito para cubrir la masa concursal, buscar una guardería para la niña y un instituto para el chico, gestionar la licencia, vaciar el local (lleno de libros, cosas de oficina y material para embalar), pintar las paredes y los marcos de los escaparates, hacer una nueva instalación eléctrica, diseñar el logotipo, arrancar el suelo de linóleo, etcétera, etcétera. Sólo estamos en la segunda semana de octubre, ¿podremos inaugurar el 4 de noviembre? Bueno, la mudanza a Viena la resolveremos posteriormente, dado que aún no tenemos vivienda.

      Qué práctico que la Feria del Libro de Frankfurt sea en octubre, y que tengamos que ir de todas todas. Y como Oliver es el responsable de montar el stand de la editorial para la que aún trabaja, y por lo tanto está superado, soy yo quien se ocupa de nuestro futuro. Al fin y al cabo sólo tengo que hacer unas pocas entrevistas, de manera que aprovecho el tiempo para reunirme con esas personas que uno necesita cuando va a abrir una librería: los jefes de las distribuidoras de Austria y Alemania, los presidentes de las asociaciones de libreros, los jefes de venta de las editoriales más importantes, otros libreros, etcétera. ¿Por qué será que tengo la sensación de que la mayoría de mis interlocutores sonríe compasivamente? «Es realmente valiente lo que usted se propone, y puede llegar a funcionar.» Gracias, tiene que funcionar. No tenemos elección.

      Constantemente, a Oliver y a mí se nos ocurren a la vez ideas buenísimas, que nos espetamos mutuamente en breves encuentros en los pasillos de la feria. «¿No necesitaríamos un abogado a la hora de firmar el contrato? ¿Conocemos a alguien que pueda recomendarnos un banco?» Las facturas de teléfono probablemente superen las futuras ganancias, pero así son las cosas.

      Tengo una tarjeta mágica llamada «acreditación». Con ella se entra en el centro de prensa, donde están todos mis colegas redactando con muchas ínfulas sus textos sobre la feria. Yo, en cambio, busco el número de un abogado que me representó hace unos años en un litigio laboral; es el único que conozco. Llamo también a la única amiga que tengo relacionada con el comercio y la banca (para algo estudió económicas): ella debería saber de alguien que pueda concedernos un crédito. «Conozco a alguien que conoce a alguien que conoce a alguien» continúa siendo en Austria el camino habitual, jamás se me ocurriría llamar sin más a la puerta de un banco.

      A la vez se hace público, como cada año, el premio Nobel de literatura, que, para susto mío, se concede (precisamente este año) a Elfriede Jelinek. Mis conversaciones con la banca, la abogacía y las cámaras de comercio se ven bruscamente interrumpidas por una llamada de la persona situada por encima de mí en la jerarquía de la emisora: «Tienes que hacer una pieza, eres la única austríaca». ¡Como si eso me capacitase para hacer a bote pronto una pieza radiofónica sobre Jelinek! Me pongo rápidamente a buscar unos cuantos fragmentos con su voz, a gente que tenga algo que decir sobre una austríaca que no se cuenta precisamente entre las más apreciadas del país. Leí algunos de sus libros en otra época.

      Y la Feria del Libro de Frankfurt llega a su fin. Oliver supervisa el desmontaje de su stand, yo hago las maletas, y poco antes de la medianoche estamos en la autopista en dirección a Viena. En el maletero están los libros, sin que falte uno, de Jelinek, y un cartel a todo color de tamaño natural con las palabras «Premio Nobel de Literatura». Qué práctico que sus libros se publiquen en la editorial de Oliver. Seremos la primera librería que tenga un escaparate dedicado a Jelinek. Esto, por cierto, no nos acarreará únicamente amigos.

      Tenemos que llegar a Viena por la mañana. Estamos citados en un banco al que hemos enviado por fax desde Frankfurt un impresionante plan de negocio. «Eso está hecho», han dicho en el banco. A las seis llegamos a casa de nuestros amigos, Oliver se echa en la cama una hora, nos duchamos, nos ponemos guapos, y a las ocho y media en punto estamos, con ojos de cansancio y un dossier de tapas discretas, frente a una pareja de serios empleados que parecen haber salido directamente de la publicidad de la caja de ahorros para la construcción, con el propósito de tomar decisiones sobre nuestro futuro. Ante ellos, sobre la mesa, está impreso el plan de negocios de nuestra futura empresa, y nosotros rogamos con todas nuestras fuerzas que los empleados bancarios aún no se hayan enterado de que el comercio de libros es un sector sentenciado desde hace muchos años, si no décadas. Hojean entusiasmados las tablas de excel y los diagramas de pastel, mi marido no se ha olvidado de nada, la evolución demográfica del barrio, una estimación de los niveles de ingresos, las librerías de la competencia, el volumen de negocio que cabe esperar en los próximos diez años, etcétera. Me sirvo la tercera taza de café templado, y las palabras me zumban en la cabeza: crédito a bajo interés, ingresos brutos, cuota de cobertura… Me despierto súbitamente al sonar mi móvil. Es nuestro