Mi maravillosa librería. Petra Hartlieb. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Petra Hartlieb
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418264443
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de vivir en Hamburgo, una ciudad estupenda. Nuestra vivienda está en una casa de construcción antigua en el barrio de la universidad, y nuestros vecinos son absolutamente encantadores. Nuestra hija pequeña ocupa una de esas escasas, y buscadas, plazas en una guardería de jornada completa, y el mayor va a un buen colegio, donde se encuentra perfectamente integrado. Tengo un trabajo interesante, aunque sea a tiempo parcial, y me queda tiempo para los niños. Por primera vez en mi vida tengo eso que llaman seguridad económica. ¿Y Oliver? Empezó como pequeño librero en una librería de provincias alemana, y a base de trabajar duro es ahora ejecutivo de marketing en una de las editoriales alemanas más importantes. Le gusta su trabajo, su jefe lo apoya y promociona. Tendríamos que estar realmente satisfechos (y lo cierto es que lo estamos), pero… ¿qué tal si hiciéramos algo juntos? ¿Qué tal si construyéramos algo entre los dos, si trabajáramos juntos, si arriesgáramos en algo?

      Hacemos cálculos, discutimos, hablamos por teléfono. A cada momento cambiamos de opinión. Vaya idea magnífica. Todo es un delirio. Irrealizable. Nuestro futuro. Nuestra ruina.

      ¿Cómo se calcula la cantidad de libros que hay que vender para que con los beneficios se pueda, al menos, alimentar una familia de cuatro miembros? Alguien me habla de un comercial que hace mucho tiempo trabajó unos años en esta librería. Lo llamo por teléfono, y él se acuerda vagamente de aquella época.

      –Dígame, Günther, ¿se acuerda de lo que facturaban?

      –¡Por Dios, si han pasado más de veinticinco años! No tengo ni idea.

      –Intente hacer memoria, por favor. Es importante.

      –Bueno, vamos a ver, recuerdo que durante las semanas de Navidad, el día en que hacíamos más de cien mil chelines, la jefa descorchaba una botella de champán.

      Bien, con esto ya tenemos algo. Una cantidad. La facturación de un día hace más de veinticinco años. Y en otra moneda. A partir de ahí veamos qué se puede facturar durante un año. ¿Que esto es poco serio? Sin duda.

      Eres mayor de edad, llevas muchos años fuera de la casa de tus padres, vives en una vivienda propia y por tus propios medios, estás casada y tienes dos hijos. A pesar de todo, tus padres opinan lo que les da la gana sobre tu vida, y aún sigues teniendo la sensación de que te presentas ante ellos con un suspenso o con unos planes de vacaciones disparatados. Y ocurre tal y como me lo había imaginado: reaccionan con espanto e incomprensión.

      Mi padre, otrora un ejecutivo del más alto nivel, especializado en la optimización y el saneamiento de empresas, hace en un momento unos cuantos cálculos en una hoja de papel sobre la mesa de la cocina y sacude categóricamente la cabeza.

      –¡No podrá prosperar jamás! Estáis locos, no os podéis arriesgar así, pensad en el futuro de vuestros hijos.

      Con la misma rotundidad con la que me aconsejó hace unos años que no me mudara a Hamburgo por un hombre, poniéndome por completo en sus manos, advierte a ese mismo hombre del peligro de dejar su empleo seguro y de la locura de arriesgarse a ser autónomo. Una minúscula parte de mí misma había esperado que nos diera algo de dinero, que nos adelantara algo de la herencia; pero, claro, no se le ocurre esa idea, y los días en que yo misma le pedía dinero pertenecen a un pasado lejano.

      De vuelta en Hamburgo, el asunto queda lejos. Entretanto nos hemos enterado de que algunas librerías vienesas también se interesan por el «inmueble», y no hay duda de que Hamburgo está más que bien.

      Provistos de cantidades suficientes de vino veltliner verde y de pan knödel somos capaces de sobrevivir unas cuantas semanas más al chirimiri hanseático, el adolescente sigue confortablemente con su pubertad, la niña va a la estupenda guardería, Oliver se pone cada mañana el traje y la corbata y progresa, y yo escribo artículo tras artículo, me encuentro de vez en cuando con autores famosos para entrevistarlos y aprendo a pergeñar textos para la radio. Por la tarde está la gimnasia de los niños o el café en el barrio de Schanzen. Y el Mar del Norte y el Báltico están bastante cerca. De manera que todo está bien.

      Todo, si no hubiese venido a vernos una conocida de Viena. Una periodista que viene a visitar a unos cuantos colegas de Hamburgo, y que se toma un respiro pasando la velada con nosotros en torno a la mesa de la cocina. Le contamos nuestra «historia de las vacaciones», enseñamos fotos, exponemos ideas. Le explicamos que la librería está en un «procedimiento concursal», y que las posibles ofertas se presentan ante el llamado «administrador concursal».

      –¿Y vosotros habéis hecho una oferta?

      –No, no la hemos hecho.

      –¿Y por qué?

      –Porque no funcionaría. Además, tampoco tenemos posibilidad alguna.

      –Sois como esos niños pequeños que, cuando ven que al final del juego los otros van ganando, vuelcan el tablero. ¡Cobardicas!

      Es tarde cuando la periodista se marcha. Nuestra reserva de vino austríaco ha experimentado un notable descenso. «Deja que hagamos una oferta», dice mi marido, y yo enciendo el ordenador. Escribimos tres frases, y debajo una cantidad que nos hace creer que quizá no sea una utopía poder conseguir el local y lo que hay dentro.

      «Realizamos una oferta por el lote número 45.896. Comprende 180 metros de estanterías de madera, 120 metros lineales de libros, una caja registradora, diversas piezas de mobiliario y una furgoneta Citroën C15 del año 1996. Nuestra oferta vence el 30 de septiembre.»

      La fecha tiene una razón muy simple. Cuando se abre una librería se necesita que el comienzo mismo coincida lo más posible con la campaña de Navidad, para que entre en caja mucho dinero. Somos ingenuos, pero no tontos.

      De nuevo he necesitado más tiempo del debido para escribir un artículo. De nuevo he realizado una entrevista demasiado detallada. Pero es que el ruso berlinés de ojos de color azul relámpago era muy simpático. Como en otras muchas ocasiones me he ido por el lado del cotilleo, y en vez de cinco frases jugosas he acabado con una simpática charla en la grabadora, y a partir de ahí tenía que bricolear un texto de cuatro minutos con sólo tres frases relevantes.

      Aún me queda una hora antes de ir a buscar a la niña a la guardería, así que me da tiempo a pasar rápidamente por casa y ver el correo electrónico. Quizá la Österreichischer Rundfunk se ha decidido finalmente a comprar mi artículo sobre las colecciones de libros de los grandes diarios alemanes: en tal caso, ha valido la pena entonces mi conversación con el arrogante editor de ese gran periódico. Ni siquiera me quito los zapatos: me preparo un café y enciendo el ordenador. Por desgracia no hay ningún email de la ORF, pero a cambio hay uno de

      Austria, el remitente es un notario.

      «Estimada señora Hartlieb: ha recibido usted el remate y ha adquirido el objeto número 45.896 y, por lo tanto, la masa concursal de la empresa XY.

      Le ruego que comparezca en la dirección del objeto arriba mencionado (fecha límite: 15 de octubre) con la cantidad de 40.000 euros en efectivo.»

      Y así vivo en mis carnes la sensación que produce un ataque de nervios. Intento localizar a mi marido en la oficina.

      –Cornelia Meier, buenos días.

      –Buenos días, soy Petra Hartlieb, me gustaría hablar con mi marido.

      –Está en una reunión con el jefe.

      –Es importante, le ruego que me ponga con él. Jamás he sacado a Oliver de una reunión, ni siquiera cuando me puse de parto; entonces esperé con calma a que me llamara él.

      –Tienes que venir inmediatamente. Hemos conseguido la librería. ¡Mierda, tenemos una librería!

      Esa noche habíamos quedado en que vendrían de visita nuestros mejores amigos. Ella es de Viena, él es alemán. Están a cada cual más resplandeciente, quieren contarnos una novedad. Pero somos nosotros quienes la tenemos.

      A nuestros amigos les resulta algo difícil tomar la palabra. Sigo sin creer que todo esto sea cierto, al fin y al cabo nunca recibimos una confirmación a nuestra oferta, ni enviamos una carta certificada,