—Sí, supongo que sí —respondió tras tomar un bocado.
Anna respiró hondo, exasperada. Aquel hombre no sabía nada de las criaturas.
—Hábleme de su madre. ¿La conocía usted?
El señor Parker pareció quedarse helado.
—No puedo decir que la conociera bien, la verdad. Era… muy hermosa.
Esa información no le servía de nada.
—Debería preguntarle a lord Brentmore sobre su esposa —continuó—. No me corresponde a mí hablar de tales asuntos.
Quería hablar de lady Brentmore y sus hijos, no de la esposa de lord Brentmore.
—¿Estaba lord Brentmore aquí cuando su esposa murió?
—Estaba de viaje —tomó otro bocado—. Concluyendo una misión diplomática —acompañó el bocado con un sorbo de vino—. Volvió en cuanto le fue posible.
Eso era algo, por fin.
—No sabía que ocupaba un puesto en el cuerpo diplomático.
—Durante la guerra y el primer exilio de Napoleón, pero no fue algo del dominio público, sino más bien de incógnito.
Aquel tema parecía haberle relajado considerablemente, y de pronto se imaginó al marqués moviéndose por callejones oscuros y citándose con hombres peligrosos.
—¿Pasaba fuera mucho tiempo?
—Periodos bastante largos. Yo me ocupaba de la dirección de sus asuntos en su ausencia —declaró con evidente orgullo.
Seguramente la ausencia del marqués y el extrañamiento de sus hijos quedaría perdonado por los servicios prestados a la corona. Quizás no podía esperarse que todos los padres mostraran la misma devoción que lord Lawton por su hija. Su propio padre nunca se había mostrado demasiado afectuoso con ella, seguramente porque nunca había terminado de gustarle que viviese con Charlotte en la casa principal.
Pero el marqués no podía dejar de darse cuenta de lo doloroso que debía haber sido para sus hijos perder a su madre y a su institutriz en tan poco tiempo. ¿Por qué no habría acudido a su lado a consolarlos? ¿Por qué habría enviado al administrador en su lugar? Lo único que le cabía esperar era que su falta de experiencia no terminase también por ser para ellos más fuente de tristeza.
Durante el resto de la velada dejó que la conversación banal ocupase el tiempo empleando las dotes que tanto había trabajado con Charlotte para prepararla para sus salidas en sociedad. Ser capaz de conversar fluidamente cuando se era un manojo de nervios era todo un logro, sin duda.
Pero para cuando sirvieron los postres lo único que deseaba era quedarse sola.
—Señor Parker, le ruego me disculpe. Me siento muy fatigada del viaje y me gustaría retirarme a descansar.
Su expresión se volvió solícita.
—Claro, claro. Un día de viaje en coche resulta agotador.
Se levantó y él hizo lo mismo.
—Aprovecho para despedirme de usted —continuó—. Mañana me marcho en cuanto amanezca.
Anna le tendió la mano.
—Le deseo un buen viaje.
Volvió a su habitación y se preparó para dormir sin llamar a Eppy: se lavó, se puso el camisón, apagó las velas y se sentó en una silla para contemplar por la ventana los inmensos jardines, conservados con tanta naturalidad que se preguntó si no serían obra de Iñigo Jones.
Tan hermoso pero tan impasible, tan ajeno.
Respiró hondo y se obligó a serenarse. Debía aceptar lo que no tenía la capacidad de cambiar.
A la mañana siguiente se despertó cuando el sol tocó los cristales de su ventana. Se levantó, se estiró y miró hacia fuera. El cielo estaba completamente azul y sin nubes y el aire olía tan maravillosamente bien como en su casa… en Lawton, quería decir. Su casa era ahora aquella.
Cuando entró una doncella para encender el fuego, Anna se presentó y le pidió a la muchacha que le dijera a Eppy que fuera a su habitación cuando pudiera.
Un cuarto de hora más tarde, Eppy llamaba a la puerta.
—Buenos días, señorita —la saludó alegremente—. ¿Ya está lista?
Anna se había lavado y vestido.
—Solo necesito que me ayudes con el corsé.
—Ahora mismo.
—¿Están ya los niños despiertos? —preguntó por encima del hombro, mientras la doncella le ajustaba las cintas.
—Sí que lo están, señorita. Ya están desayunando.
—Estoy deseando conocerlos.
Eppy frunció el ceño.
—Se suponía que iban a enseñarle la casa ahora. La señora Tippen ha dado instrucciones muy precisas.
—¿Saben los niños que estoy aquí?
La doncella bajó la cabeza.
—Yo se lo he dicho. No he podido guardar por más tiempo el secreto.
—Has hecho bien, Eppy. No quiero que sigan preguntándose cómo soy ni un momento más. La casa puede esperar.
Y la siguió hasta las habitaciones de los niños.
—Traigo a alguien que quiere conoceros —les dijo a los niños nada más entrar—. Vuestra nueva institutriz
Anna se obligó a sonreír con valentía.
—Buenos días. Soy la señorita Hill.
Lo único que vio en un primer momento fue dos caritas infantiles con los ojos de par en par, ambos sentados tiesos como estacas en sendas sillas. El niño tenía el cabello oscuro como su padre, y la niña era tan rubia que parecía un hada.
Anna se acercó despacio.
—Apuesto a que no os esperabais tener hoy una nueva institutriz.
La niña se relajó un poco e inició una sonrisa.
Anna se volvió a la niñera.
—¿Quieres hacer las presentaciones, Eppy? Me gustaría conocer a estos niños.
—Señorita Hill, le presento a lord Calmount —se apresuró la joven, poniendo una mano en el hombro del niño en un gesto de cariño—. Lo llamamos Cal.
—Lo llamas lord Cal —corrigió la niña.
Eppy sonrió.
—Claro, porque soy vuestra niñera.
—¿Y cómo quieres que te llame yo? —le preguntó Anna al niño.
El chiquillo la miró sin contestar. Su hermana lo hizo por él.
—Le gusta que le llamen Cal o lord Cal.
Anna sonrió a ambos.
—Muy bien.
Eppy puso ambas manos en los hombros de la niña y sonrió.
—Y esta picaruela es lady Dorothea.
—Dory —añadió la chiquilla, alegre como un cascabel.
—Dory —repitió Anna—, y lord Cal —continuó mirando también al niño—, estoy encantada de conoceros.
Lord Cal siguió tan inmóvil como hasta entonces, pero la chiquilla comenzó a removerse en su silla.
—¿Qué habríais hecho hoy si no hubiera llegado yo tan de improviso?
—Cal me dijo anoche que