—¿Qué ha pasado en la entrevista?
Intentó sonreír.
—Me ha contratado. Voy a ser la institutriz de sus hijos.
Rogers cerró la puerta.
—¿Te doy la enhorabuena o no?
El puesto de institutriz no era precisamente codiciado. Una institutriz quedaba siempre a medio camino entre el servicio y la familia, pero no formaba parte de ninguno de los dos mundos, algo a lo que ella estaba ya muy acostumbrada. Su situación única de acompañante de Charlotte había hecho de ella una mujer demasiado educada y refinada para encajar con el servicio, pero jamás sería considerada de la familia. Su lugar estaba… en ninguna parte en concreto.
Respiró hondo.
—Sí, felicítame.
Por lo menos de ese modo no se encontraría vagando por las calles de Londres sin un penique en el bolsillo.
Sintió de pronto la amenaza de las lágrimas y salió corriendo escaleras arriba a su habitación, contigua a la de Charlotte como la de una doncella. Charlotte y su madre habían salido de visita, así que tendría tiempo de recomponerse.
Se quitó los guantes, el sombrero y la capa y lo dejó todo sobre la silla. Luego se dejó caer en su pequeño camastro y se cubrió la cara con las manos.
Habían pasado solo dos días desde que lord Lawton la informara de que su trabajo como acompañante de Charlotte ya no era necesario. No sabía con certeza el motivo de ese cambio.
¿Quizá porque había bailado con algunos caballeros en una fiesta reciente? Le había parecido que sería una grosería rechazar sus invitaciones, pero desde luego había sido el último evento social al que había asistido. A partir de ahí, Charlotte había salido siempre acompañada de sus padres.
Su ausencia no había provocado la mudez de Charlotte como todo el mundo se temía sino que su amiga había acabado venciendo su timidez.
Sus días como acompañante habían estado contados desde un principio, ya que se esperaba de Charlotte que encontrara un marido conveniente y que se casara bien, y cuando ese momento llegara ya no tendría sentido seguir presente en la vida de su amiga. Aun así siempre había pensado que permanecería en el seno de la casa de los Lawton cuando eso ocurriera, y que le buscarían alguna utilidad en ella. Pero lord Lawton le había dejado bien claro que ni lady Lawton ni él necesitarían más de sus servicios.
¿Qué habría hecho para enojarlos tanto?
Nunca había esperado ni pretendido su afecto, pero sí se esperaba ser tratada como una servidora leal. Al menos lord Lawton se había preocupado de conseguirle la entrevista con lord Brentmore. Por eso sí que podía estarle agradecida. Pero sus emociones estaban paralizadas ante la idea de perder el único hogar que había conocido y verse separada de todo cuanto le importaba. Su madre. Su padre…
Charlotte.
Especialmente Charlotte. Se sentía más unida a ella que incluso a su madre.
Se llevó un puño a la boca e intentó controlarse para no llorar.
Aquello no era un destierro por mucho que pudiera parecerlo, sino el devenir normal de las cosas. Nada más. Había sido una tonta al no prever que llegaría el momento, pero debía mostrarse fuerte y valiente. Habían sido precisamente esas dos cualidades las que le habían ofrecido la posibilidad de trabajar como acompañante de Charlotte, una circunstancia que nunca olvidaría.
Era cierto lo que le había dicho a lord Brentmore sobre la educación: le había abierto las puertas del mundo. No podía imaginarse a sí misma sin su formación en geografía, filosofía, matemáticas… había estudiado latín y francés. Pintura. Baile. Sabía bordar. La multitud de cosas maravillosas que había aprendido junto a Charlotte no tenía fin. Pasara lo que pasase, nadie podría arrebatarle lo que había aprendido.
Se incorporó decidida a dejar a un lado la infelicidad. ¿Qué podía tener de malo ser institutriz de dos niños pequeños en una casa de campo que seguramente se parecería a Lawton House? Además, en ese puesto tendría la excusa perfecta para seguir estudiando y leyendo.
La puerta de la cámara de Charlotte se abrió.
—¿Anna?
Se levantó de la cama y se acercó.
—Estoy aquí —contestó sonriendo a la mujer a la que se sentía tan unida como a una hermana—. ¿Qué tal las visitas?
Charlotte sonrió y un encantador hoyuelo se le dibujó en la mejilla.
—Bastante tolerables. Me he obligado desde el principio a participar en la conversación y enseguida he dejado de pensar en ello.
Anna se acercó y le dio un abrazo.
—Eso es estupendo. ¿Y has disfrutado?
—¡Mucho! —respondió asintiendo, y sus bucles rubios se movieron al compás. Tiró de la mano de su amiga para llevarla a las sillas que había junto a la ventana—. ¡Quiero que me lo cuentes todo sobre tu entrevista!
Su semblante se volvió serio.
—Me han contratado. Empiezo dentro de una semana.
Charlotte la miró boquiabierta.
—¡No!
—Sí. Pero es algo bueno.
—Quizá no deberías aceptar el primer puesto que te han ofrecido —meditó su amiga frunciendo el ceño—. He oído habladurías… la gente dice que hay algo raro en lord Brentmore. En su pasado.
—No me importa —respondió desenfadadamente, tomando sus manos—. Y no puedo permitirme rechazarlo, porque ya sabes que no tengo nada que me recomiende. En realidad ha sido una suerte que el marqués haya accedido a contratarme.
—¿Y por qué crees que lo ha hecho entonces, si no tienes nada que te respalde?
—Creo que necesitaba institutriz urgentemente.
—Lo dices como si lo hubieras conocido en persona —respondió haciendo un mohín con los labios.
—Es que el marqués en persona me ha entrevistado.
Charlotte abrió los ojos de par en par.
—¿Y cómo es? ¿Tan impresionante como debe ser un marqués?
La imagen de la pantera, inquieta y peligrosa, le volvió a la cabeza.
—Es un hombre formidable, pero dudo que vaya a tratarlo mucho. Yo me iré a Brentmore Hall con sus hijos.
—¿Tan lejos? —preguntó con desmayo.
Tan lejos de todo cuanto conocía.
—Voy a decirle a mi madre que no pienso aceptar una sola invitación en toda la semana —declaró, temblándole la barbilla—. Pienso pasarme todos los minutos del día contigo. ¡Solo nos queda esta semana!
La idea de verse apartada de Charlotte le partía el corazón. El lazo que las unía desde la infancia iba a quedar roto. Nunca podrían volver a estar juntas como hasta aquel momento.
Ni siquiera aquellos últimos siete días.
Dos
Tres días después, Anna iba de nuevo en el carruaje de lord Brentmore, pero aquella vez de camino a Essex, a una jornada de viaje desde Londres.
El paisaje y las aldeas iban pasando ante sus ojos hasta llegar a ser indistinguibles los unos de los otros al final del día.
En un abrir y cerrar de ojos su vida había cambiado por completo y a cada kilómetro que avanzaba iba acercándose cada vez más a un destino nuevo y desconocido. A cada bache