Mis padres eran maestros de primaria y estuve toda la infancia zumbando por pueblecitos de la provincia. Vivíamos en aldeítas donde solo había una escuela. A los cinco años nos instalamos en Pozuelo61. Nuestra infancia en el pueblo fue de descubrimiento constante. Buscábamos perros que acababan de parir, nos llenábamos de pulgas, mis colegas ahorcaban gatos, nos subíamos a las alpacas, nos tirábamos desde cinco metros…
Hasta los catorce años no viví en Albacete. Veníamos asalvajados y nos metimos en un piso. Los primeros años fueron terribles; allí nos sentíamos como encerrados en una cárcel. Nos pasábamos el día en la terraza tirando cubos de agua a la gente y haciendo todas las maldades que se nos ocurrían. Veníamos de una infancia primitiva, de un pueblo de trescientos habitantes y de un ambiente bastante Los santos inocentes. De la España profunda.
Pronto conocí a gente que iba a apedrearse con los gitanos a las barriadas de las afueras de la ciudad; gente de nuestra edad que empezaba a beber y a drogarse. Eran igual de burros o más que nosotros. El haber tenido una infancia más alocada, menos agarrada a los padres, nos hizo ser más atrevidos. Teníamos más distorsionado el umbral de lo que podíamos hacer. No recuerdo que mi padre me dijera nunca «no salgáis a la calle».
FERNANDO ALFARO: Cuando volvía de estar tres meses en el pueblo, a pedradas por el campo o metiéndole mano a las crías, no me acostumbraba a Albacete. Me alejé poco a poco de mis primos y de mi entorno pijo. Me iba a las afueras con amigos de mi mismo pelaje. Y el mismo rollo: a pedradas y puñetazos con los gitanillos. Era el pan nuestro de cada día.
El colegio de los escolapios en el que estudié no era solo de pijos. Había alumnos de pago y otros que estudiaban gratuitamente. De hecho, les llamábamos «los gratuitos» y nosotros, los pijos, les teníamos miedo. Nos tenían en patios diferentes, pero a partir de cierto momento los rectores decidieron juntarnos. Eso fue superimportante para mí porque desde entonces la mayoría de mis amigos fueron de «los gratuitos». Ahí se amplió mucho todo a nivel sociológico e ideológico. Los padres de los niños ya no eran solo de familia pija. De niño yo no entendía que alguien no votase a Alianza Popular. Todo mi entorno familiar y de amistades era de derechas.
JOAQUÍN PASCUAL: Empezamos a salir por Albacete, a ir a las bodegas a beber, y ahí conocí a otros chavales que tenían un local en el barrio de las Carretas. Entonces, la ciudad acababa ahí. Esos locales estaban en un descampado y los llevaba una mujer mayor. Los llamábamos «los locales de la vieja». La mujer tenía una casa y debajo había unas pequeñas cuadras para animales que había rehabilitado. Alrededor del patio había cinco o seis locales. En alguno vivía gente; familias de gitanos. Convivíamos con ellos.
En Albacete no había ni un solo bar. Estaba La Luna, pero tenía un ambiente muy hippie y no nos iba mucho. Los locales eran los sitios donde ibas a pasar la tarde, a tocar o a montar fiestas. En el nuestro había hasta una cama. Era un poco picadero. Todo muy cochino. Teníamos amigas que se quedaban a ver los ensayos. Venían a fumar y a beber.
En los locales de la vieja conocí a Carlos Cuevas62 y a Fernando.
FERNANDO ALFARO: En la época del punk estaba siempre peleándome. Tengo dos dientes implantados porque a los dieciséis años me los saltaron en una pelea. Bueno, aquello más que una pelea fue una paliza. Un amigo se puso a mear en un rincón y resulta que unos pijos —pijos yonquis de los primeros 80— habían dejado sus petardos allí. Eso decían ellos, pero igual era heroína.
JOAQUÍN PASCUAL: Fernando no era violento, pero siempre fue muy provocador, muy de dar la cara. Incluso ensayando tenía un carácter muy instigador. A la hora de tocar, nos decía qué actitud debíamos tener como grupo. No desafiante, pero sí valiente. Contagiaba una sensación de fuerza. Cuando salíamos con él había una intensidad constante.
Albacete es una ciudad aburrida, pero teníamos nuestros recursos. Ni siquiera teníamos la sensación de querer escapar. Nos divertimos muchísimo y sufrimos muy poco. Un poco enfadados sí estábamos, pero era porque todo era un aburrimiento. No hacíamos nada malo, pero teníamos punch de punkies. Teníamos ganas de sentir que estábamos haciendo algo. Si hacíamos una escapada a Almansa, queríamos tener algo que contar a la vuelta.
En Almansa había una discoteca, la Hollywood. Era grande como las de la Ruta del Bakalao. Se ponía hasta arriba de gente de toda la provincia. Se podía bailar en plan pogo. Ibas a hacer el animal. Había tribus: los punkies, los rockabillys… El que no llevaba tupé, llevaba crestas, chupa de cuero o patillas. Nosotros íbamos un poco de rockers. Allí vimos a La Polla Records, a Loquillo, a Los Rebeldes, a La Frontera… Nos poníamos hasta el culo, veíamos el concierto y, cuando se nos pasaba el pedo, nos veníamos. Íbamos todos con nuestras pintas, todos los de los locales: Toñito, Camilo, José Mari Ponce63, Carlos Cuevas, Jesús Villar, Miguel Guardia64, Fernando…
Había un ambiente de violencia malsana, pero molaba. Había conatos de pelea constantemente, por empujones o por lo que fuera. Sabíamos que habría lío y que había que ir juntos, en pandillaca. Eso generaba instintos de protección. Los Surfin’ siempre fuimos muy piña: íbamos juntos a todas partes. Esa sensación de grupo que es algo más que la música viene de ahí.
FERNANDO ALFARO: Éramos gente de buena familia, pero había un clima de violencia.
JOAQUÍN PASCUAL: Éramos de clase media. Mi padre era maestro y el de Fernando era abogado. Albacete es una ciudad muy de clase media y tampoco había grupos de gente ni muy pomposa ni muy desarraigada. No teníamos sensación de claustrofobia social o familiar. La religión era lo único que daba por culo. Mis padres fueron del Opus durante un tiempo, los de Fernando, también, y los de Carlos eran muy religiosos. Pero no era algo que nos aplastara. Y al final incluso pudo ser un aliciente.
FERNANDO ALFARO: Yo tuve una formación religiosa intensa. No solo estudié en un colegio de curas hasta los catorce años, sino que llegué a meterme en comunidades de base; de cristianismo social o rojo, para entendernos.
JOAQUÍN PASCUAL: En La Gineta, un pueblo cerca de Albacete, hicieron durante un par de años unos conciertos muy punkies. Allí vimos a Derribos Arias y a Ilegales. Tocaban en un garaje durante las fiestas porque la pandilla local había montado un concierto. No había más de veinticinco personas.
FERNANDO ALFARO: Yo tocaba la guitarra con el grupo punk de mi primo José Mari, Cortejo Fúnebre. Le dejé el ampli a Alejo Alberdi. A Poch le habían dado una paliza el día anterior en un concierto. En el camerino contó una película superextraña que le había pasado en un pueblo de Galicia. Se quitó la camisa y tenía el cuerpo lleno de tiritas y apósitos.
ALEJO ALBERDI: Derribos Arias tocábamos bastante en pueblos de los que no habías oído hablar nunca: Campo de Quintana, Castuera… Atraíamos bastante a freaks. Ahí veías la ilusión que tenía la gente por esas cosas.
JOAQUÍN PASCUAL: En los 80 nunca fuimos a Madrid a ver conciertos de grupos extranjeros. Ni siquiera giras mastodónticas de grupos tipo Rolling Stones. Y a Albacete no llegaban las giras internacionales. Solo los Immaculate Fools tocaron una vez en la discoteca Roxy. Igual por eso nunca nos planteamos cantar en inglés.
ESA LUZ CEGADORA, ESE CALOR BLANCO
FERNANDO ALFARO: A la Velvet Underground la descubrí a través de un libro de letras de Lou Reed traducidas por Alberto Manzano. Había una pequeña biografía que mencionaba a la Velvet. Yo no había oído hablar de ellos. Leí sus letras antes de oír las canciones y luego busqué los discos. El primero que encontré fue el White Light/White Heat. ¡Me quedé de piedra! Era 1979. Lo escuchábamos fumando porros en el cuarto de mi amigo Alberto. Para nosotros era como psicodelia. Luego encontré el disco del plátano, que tenía canciones más limpias. Me sabía las letras prácticamente de memoria. La Velvet fue una influencia y un poso permanente en Surfin’ Bichos. Cuando Joaquín tenía que tocar el teclado en «El rey del pegamento» yo le decía que le diera un rollo órgano como en «Pale Blue Eyes».
JOAQUÍN PASCUAL: Yo venía de oír más rock sinfónico, de los primeros Pink Floyd. Tenía sintetizadores que Fernando luego