TERESA ITURRIOZ: Nunca vi a Cancer Moon. ¡Qué rabia! Pero fui a verle tocar con Atom Rhumba en el Antzokia. Y me llamó mucho la atención ver cómo se metía en el papel. ¡Este es mi Josetxo! Lo veía fumar, con su americana, tan guapo, y pensaba, «¡qué bien se está haciendo mayor Josetxo!». Hicieron «Nature Boy» de Eden Ahbez. Fue maravilloso. Fue la única vez que le vi actuar. Tampoco lo vi como Josetxo Grieta.
LAS CATARSIS DE JOSETXO GRIETA
ROBER!: Entre Cancer Moon y Josetxo Grieta pasó un montón de años en los que lo que más hizo fue colaborar. Cantó una canción en nuestro primer disco, nos remezcló un tema y luego volvió a cantar en otro disco. También cantó en un disco de Le Mans. Y en casa seguía haciendo cosas, pero muy para él. Siempre nos íbamos prometiendo hacer cosas juntos, pero con quien más llegó a actuar fue con Josetxo Grieta, un grupo que montó con Mattin.
MATTIN: Nací en Bilbao en 1977. En los 90 formé Inte Domine, un grupo en el que estuvo un año el guitarra de Lord Sickness, los hermanos pequeños de El Inquilino Comunista. Nosotros aún éramos más jóvenes. Teníamos menos experiencia y tocábamos mucho peor, pero compartíamos muchas inquietudes musicales. A los dieciocho años me fui de Getxo, acabé en Londres y me interesé por la música experimental, la improvisación y el ruido.
Cancer Moon estaban en otra liga. Ellos eran mayores, venían de otras bandas y otras escenas. Nosotros llegamos después y éramos un poco la moda del momento. Era otro contexto. Lo pasábamos bien, pero tal vez no teníamos esa distancia histórica ni esa capacidad de comprender qué estábamos haciendo. Simplemente hacíamos música. Generalizo y solo puedo hablar de mi experiencia, pero lo nuestro era más trivial que lo que hacía Cancer Moon. Y si lees las entrevistas a El Inquilino o a Lord Sickness, ves que la intención no tiene ese peso que tenía para Josetxo.
Mientras El Inquilino pretendía ser un grupo norteamericano y hacer la música que les gustaba sin ir más allá, en Cancer Moon había una intención mucho más potente, una intención clara de decir, «sabemos dónde queremos ir y dónde queremos estar. Es un lugar muy sofisticado, muy preciso, y muy poca gente nos podrá seguir, pero lo haremos». Eso ya lo ves desde los vídeos: en cada gesto, en cómo visten. No había otro grupo con esa altura de miras y sofisticación. Sabían que estaban generando algo verdaderamente especial. Era una música con mucho carisma.
En la segunda mitad de los 90 ya no había actividad en Getxo, pero a principios de los 2000 empezó a crecer con fuerza una escena experimental. Xabier Erkizia organizaba el festival Ertz, Elektronikaldia presentaba cosas bastante experimentales y en Bilbao empezó el MEM58. Allí empecé a saber de Josetxo. Me decían que teníamos gustos parecidos. Josetxo estaba fuera de la música. Solo trabajaba de disc-jockey en el Antzokia y hacía colaboraciones esporádicas.
FERNANDO GEGÚNDEZ: En cuanto Josetxo conoció a Mattin, se lanzó a por él. Pero ya sin intención de grabar. Mattin venía de un grupo del Getxo Sound y luego se metió de lleno en el mundo del ruidismo y la vanguardia. Él tenía un grupo, La Grieta59, y con Josetxo montaron Josetxo Grieta.
MATTIN: No hacía falta repensar la música indie de los 90. Era de cajón que lo que hacíamos lo hacíamos porque queríamos tocar juntos y teníamos algo que creíamos que era especial. Hacíamos ediciones caseras. El número de copias era limitado y la repercusión, también. Ahí no había pretensiones, pero Josetxo nunca puso problemas a nuestra manera de funcionar. Había tenido malas experiencias con otros discos. En los CD poníamos la nota de anticopyright y Josetxo siempre estaba de acuerdo. Eso no significa dejar de ser parte de la mercantilización. Haces CD-R y se venden, pero no pasan por la SGAE o por ningún mecanismo de control de la propiedad intelectual. Es una retórica que pretende cuestionar la maquinaria que hay detrás de la propiedad intelectual.
La música improvisada o el ruido cuestionan en sí mismos hacer un producto de la música. Es una crítica a la propiedad intelectual. Toda esta construcción del artista y del autor es un mito generado a partir de la Ilustración, si no antes. Es una construcción que tiene que ver con el desarrollo del individuo y que está muy relacionada con cierta evolución del capitalismo que yo creo necesaria desmantelar.
A Jon no le conocí nunca, pero he tocado con Josetxo, que será de las personas que más daba en el escenario. Era un lujo tocar con una persona que sabes que lo va a dar todo, con la que sabes que no hay cinturón de seguridad ni vuelta atrás. Eso es algo que rara vez encuentras.
IBON ERRAZKIN: Había algo de doble personalidad en Josetxo, y esa otra personalidad era la que salía a luz en los conciertos. Y no solo en los conciertos. Yo la he conocido también fuera de los escenarios. Salías con él de noche y había un momento en que se adueñaba de él otra personalidad. Era muy educado y amable, y precisamente por eso era muy curiosa esa transformación, el paso de esa persona amable y reservada a una especie de fiera salvaje. Era digno de verse.
MATTIN: Tampoco sabías cuándo era ese personaje que se creaba en el escenario y cuándo era él de verdad. Era muy difícil saber hasta qué punto había un juego performativo o no. No era solo el escenario, era la música. Era una válvula de escape que le permitía ser diferente. En la música no había restricciones. Era muy, muy a saco.
Josetxo en la música buscaba maneras de pensar y percibir menos superficiales que las que te encuentras en el día a día; formas de llegar a comprender o relacionarte, formas de expresión que fuesen más allá de la reproducción de estereotipos: ir más allá. También sus textos iban más allá de convenciones: iban más allá de la comprensión. Pero al ser música —sobre todo el rock y formas musicales bastante viscerales—, buscaba generar un punto de encuentro en el que la comprensión y el sentimiento rompieran cualquier tipo de estrangulamiento o concepción cerrada.
Se consumía en la música. Le ayudaba a expresar cosas que de otra manera no podía. Y por eso se convertía en una necesidad vital. De ahí que agradeciese como nadie cualquier tipo de intención musical que animase esa apertura.
Lo racional en él… no sé cómo expresarlo. Había momentos en los cuales no sabías hasta qué punto estaba… En los momentos más brutales, dejaba la razón en entredicho. Lo digo de forma metafórica, pero también literalmente.
El mejor concierto que dimos fue en el Antzokia de Bilbao. Ese día se produjo una conexión entre nosotros brutal. Y fue determinante cómo jugamos con el espacio. Para Josetxo fue muy especial tocar en un lugar en el que había trabajado tantos años y con el que tenía una relación tan directa. Siempre lo daba todo, pero ese era un espacio que controlaba a la perfección. Lo conocía, conocía a la gente y se tiró a saco. También se tiró, literalmente.
ROBER!: Recuerdo verle tirarse por las escaleras, hacerse daño físicamente, sangrar… A veces hasta pienso que este tipo de rollos le revolvió cosas que no debería haberle revuelto… Era muy autodestructivo.
FERNANDO GEGÚNDEZ: Lo recuerdas, lo hilas con su muerte y… ¡joder! De lo que vi aquel día a que se suicidara solo había un paso: estaba fuera del escenario, desencajado completamente, con el micro pegando en todos sitios, metiéndose en la caja del bombo, desquiciado, reptando por el suelo… Mattin pegando guitarrazos inverosímiles por la sala. Y «Piji», el batería, manteniendo el ritmo. Claro, no era para todos los públicos. Estaríamos veinte o treinta personas.
Jon Zamarripa, Jesús Suinaga y Josetxo Anitua, de Cancer Moon. (Cedida por Antón López / Libros Crudos.)
MATTIN: Como era improvisación, cada uno iba a su rollo. Yo le oía, pero no veía qué estaba haciendo. Luego me lo contaban. La novia de un amigo salió corriendo de ese concierto. Le pareció muy violento.
IBON ERRAZKIN: Josetxo estaba usando la música para… no sé cómo llamarlo… no sé si exorcizar