Teníamos ante nosotros un viaje de 160 kilómetros para hacer en dos días, pero creíamos que el Señor obraría en nuestro favor...6
El Señor nos bendijo mucho en nuestro viaje a Vermont. Mi esposo tenía mucha preocupación y trabajo. En las diferentes reuniones realizó la mayor parte de las predicaciones, vendió libros y trabajó para extender la circulación del periódico. Cuando terminaba una conferencia, nos apresurábamos a ir a la próxima. A mediodía alimentábamos al caballo junto al camino, y comíamos nuestra merienda. Entonces mi esposo, apoyando su papel de escribir sobre la caja en la que teníamos el almuerzo o en la parte superior de su sombrero, escribía artículos para la Review y el Instructor... (NB 149-159).7
La responsabilidad editorial se transfiere a la iglesia.–Antes de trasladarnos a Rochester,8 mi esposo se sintió muy débil y creyó necesario librarse de las responsabilidades de la obra de publicaciones. Entonces propuso que la iglesia se hiciese cargo de esa obra, y que esta fuese administrada por una junta editorial que aquella debía nombrar. Además, se suponía que ninguno de sus integrantes debería recibir beneficio financiero alguno en adición del salario que ya recibiera por su trabajo.
Aunque el asunto se discutió varias veces, los hermanos no tomaron ningún acuerdo sobre el particular hasta el año 1861. Hasta ese momento mi esposo había sido el propietario legal de la casa editora y el único administrador de la misma. Gozaba de la confianza de amigos activos de la causa, quienes confiaban a él los medios que de vez en cuando donaban, a medida que la obra crecía y necesitaba más fondos para el firme establecimiento de la empresa editorial. Pero a pesar de que constantemente se informaba a través de la Review que la casa publicadora era prácticamente propiedad de la iglesia, como él era el único administrador legal, nuestros enemigos se aprovecharon de esta situación y, con acusaciones de especulación, hicieron todo lo posible para perjudicarlo y retardar el progreso de la obra. En vista de esta situación, él presentó el asunto a la organización, y como resultado, en la primavera de 1861 se decidió organizar legalmente la Asociación Adventista de Publicaciones, de acuerdo con las leyes del Estado de Míchigan (NB 181, 182).
Puedo decir: “¡Alabado sea Dios!”–La historia de mi vida necesariamente abarca la historia de muchas de las empresas que han surgido entre nosotros, y con las cuales la obra de mi vida ha estado estrechamente vinculada. Para la edificación de estas instituciones, mi esposo y yo trabajamos con la pluma y con la voz. Anotar, aun brevemente, las experiencias de estos activos y atestados años, excedería en gran manera los límites de estas notas biográficas. Los esfuerzos de Satanás para impedir la obra y para destruir a los obreros no han cesado; pero Dios ha tenido cuidado de sus siervos y de su obra.
Como he participado en todo paso de avance hasta nuestra condición presente, al repasar la historia pasada puedo decir: “¡Alabado sea Dios!” Al ver lo que el Señor ha hecho, me lleno de admiración y de confianza en Cristo como director. No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada (NB 216).
1 Después de regresar del oeste de Nueva York en septiembre de 1848, el Pr. White y su esposa viajaron a Maine, donde, del 20 al 22 de octubre, llevaron a cabo reuniones con los creyentes. Se trataba de las sesiones de consulta de Topsham, donde los hermanos comenzaron a orar pidiendo que se allanara el camino para publicar las verdades relacionadas con el mensaje adventista. “Un mes más tarde –escribe el Pr. José Bates en un folleto titulado El mensaje del sellamiento– se encontraron ellos reunidos con un grupito de hermanos y hermanas en Dorchester, cerca de Boston, Massachusetts. Antes que comenzara la reunión, algunos de nosotros examinábamos ciertos aspectos del mensaje del sellamiento; existían varias diferencias de opinión acerca de si la palabra “subía” era correcta [ver Apoc. 7:2], etc.”
El Pr. Jaime White, en una carta inédita en la que hacía un relato de esa reunión, escribe: “Todos nosotros sentíamos que debíamos unirnos para pedir sabiduría de Dios acerca de los puntos en discusión; también sobre el deber del Hno. Bates de escribir. Tuvimos una reunión llena de poder. Elena fue de nuevo arrebatada en visión. Entonces comenzó a describir la luz referente al sábado, que era la verdad selladora. Dijo ella: ‘Surgió de la salida del sol y avanzó débilmente. Pero cada vez ha brillado más la luz sobre ella, hasta que la verdad del sábado se tornó clara, intensa y poderosa. Así como cuando el sol apenas se levanta emite rayos tibios, pero a medida que se eleva, estos se hacen paulatinamente más cálidos e intensos, también la luz y el poder van aumentando cada vez más, hasta que sus rayos se hacen poderosos y ejercen su acción santificadora sobre el alma. Pero, a diferencia del sol, la luz de la verdad nunca se pondrá. La luz del sábado estará en su apogeo cuando los santos sean inmortales. Se elevará más y más hasta que llegue la inmortalidad’.
“Ella vio muchas cosas interesantes acerca de la verdad gloriosa y selladora del sábado, que no tengo tiempo ni espacio para referir. Le pidió al Hno. Bates que escribiera sobre las cosas que había visto y oído, y la bendición de Dios seguiría”.
Fue después de esta visión cuando la Hna. White informó a su esposo de su deber de publicar. Le dijo que debía avanzar por fe, y que a medida que lo hiciera, el éxito coronaría sus esfuerzos (NB 127, 128).
Con respecto a esta visión del 18 de noviembre de 1848, el Pr. José Bates testificó que vio y oyó lo que sigue de labios de Elena Harmon:
“ ‘Sí, publica las cosas que has visto y oído, y la bendición de Dios seguirá. ¡Miren ustedes! ¡Ese ascenso