El comienzo de esta obra de publicaciones no nos estorbó en nuestra tarea de predicar la verdad, sino que íbamos de población en población, proclamando las doctrinas que tanta luz y gozo nos habían dado, alentando a los creyentes, corrigiendo errores y poniendo en orden las cosas de la iglesia. Con el fin de llevar adelante la empresa de publicaciones y al propio tiempo proseguir nuestra labor en diferentes partes del campo, el periódico se trasladaba de vez en cuando a distintas poblaciones...
Se imprime en Oswego, Nueva York.–En los meses de octubre y noviembre de 1849, mientras viajábamos, había quedado en suspenso la publicación del periódico, aunque mi esposo todavía sentía el deber de redactarlo y publicarlo. Alquilamos una casa en Oswego, Nueva York, con muebles que nuestros hermanos nos habían prestado, y nos instalamos en ella. Allí mi esposo escribía, publicaba y predicaba.3
Fue necesario que él mantuviera puesta la armadura en todo momento, porque a menudo tenía que contender con profesos adventistas que defendían el error. Algunos fijaban cierta fecha definida para la venida de Cristo. Nosotros aseveramos que este tiempo pasaría sin que nada ocurriera. Entonces trataban de crear prejuicios de parte de todos contra nosotros y contra lo que enseñábamos. Se me mostró que aquellos que estaban honradamente engañados, algún día verían el engaño en que habían caído y serían inducidos a escudriñar la verdad (NB 137-141).
La obra de publicaciones encuentra dificultades.–De Oswego fuimos a Centerport, Nueva York, en compañía de los esposos Edson, y nos hospedamos en la casa del Hno. Harris, donde publicamos una revista mensual titulada The Advent Review.4
Mi hijo empeoró, y orábamos por él tres veces al día. A veces era bendecido, y se detenía el progreso de la enfermedad; después nuestra fe volvió a ser probada severamente cuando sus síntomas recrudecieron en forma alarmante.
Yo me encontraba sumamente deprimida. Preguntas similares a estas me atribulaban: ¿Por qué no quiso escuchar nuestras oraciones y devolver la salud del niño? Satanás, siempre dispuesto a importunar con sus tentaciones, sugería que era porque nosotros no llevábamos una vida recta.
Yo no podía pensar en ninguna cosa en particular en que hubiera agraviado al Señor, y sin embargo un peso agobiante parecía oprimir mi espíritu, llevándome a la desesperación. Dudaba de mi aceptación por parte de Dios, y no podía orar. No tenía valor ni aun para elevar mis ojos al cielo. Sufría intensa angustia mental, hasta que mi esposo buscó al Señor en mi favor. Él no cejó hasta que mi voz se unió con la de él en procura de liberación. La bendición llegó, y yo comencé a tener esperanza. Mi fe temblorosa se asió de las promesas de Dios.
Entonces Satanás actuó de otra manera. Mi esposo cayó gravemente enfermo. Sus síntomas eran alarmantes. A ratos temblaba y sufría un dolor agonizante. Sus pies y sus miembros estaban fríos. Yo los frotaba hasta que no me quedaban fuerzas. El Hno. Harris estaba a varios kilómetros de distancia en su trabajo. Las hermanas Harris y Bonfoey y mi hermana Sara eran las únicas personas presentes; y yo apenas reunía valor suficiente para atreverme a creer en las promesas de Dios. Si alguna vez sentí mi debilidad fue entonces. Sabíamos que algo debía hacerse inmediatamente. Momento tras momento el caso de mi esposo iba empeorando en forma crítica. Era, claramente, un caso de cólera. Él nos pidió que oráramos, y no nos atrevimos a rehusar hacerlo. Con gran debilidad nos postramos ante el Señor con un profundo sentimiento de mi indignidad; coloqué mis manos sobre su cabeza y pedí al Señor que revelara su poder. Entonces sobrevino un cambio inmediatamente. Regresó el color natural de su cara, y la luz del cielo brilló en su semblante. Todos estábamos llenos de una gratitud inefable. Nunca habíamos observado una respuesta más notable a la oración.
Ese día debíamos salir rumbo a Port Byron para leer las pruebas del periódico que se imprimía en Auburn. Nos parecía que Satanás estaba tratando de obstaculizar la publicación de la verdad que estábamos esforzándonos por colocar delante de la gente. Sentíamos que debíamos andar por fe. Mi esposo dijo que iría a Port Byron en busca de las pruebas. Lo ayudamos a enjaezar el caballo, y yo lo acompañé. El Señor lo fortaleció en el camino. Recibió las pruebas, y una nota que decía que el periódico estaría impreso al día siguiente, y que debíamos estar en Auburn para recibirlo.
Esa noche nos despertaron los lamentos de nuestro pequeño Edson, que dormía en el cuarto que estaba encima del nuestro. Era cerca de medianoche. Nuestro hijito se aferraba a la Hna. Bonfoey, y luego, con ambas manos, luchaba contra el aire, y gritaba aterrorizado: “¡No! ¡No!”, y se acercaba más a nosotros. Sabíamos que éste era el esfuerzo de Satanás para molestarnos, y nos arrodillamos en oración. Mi esposo reprendió al mal espíritu en el nombre del Señor, y Edson se quedó tranquilamente dormido en los brazos de la Hna. Bonfoey, y descansó bien toda la noche.
Mi esposo fue atacado nuevamente. Sentía mucho dolor. Me arrodillé al lado de su cama y rogué al Señor que fortaleciera nuestra fe. Yo sabía que Dios había obrado en su favor, y reprendí a la enfermedad; no podíamos pedirle al Señor que hiciera lo que él ya había hecho. Pero oramos para que el Señor llevara adelante su obra. Repetimos estas palabras: “Tú has obrado. Creemos sin ninguna duda. ¡Lleva adelante la obra que tú has empezado!” Así suplicamos durante horas delante del Señor, y mientras orábamos, mi esposo se durmió, y descansó bien hasta la luz del día. Cuando se levantó estaba muy débil, pero no queríamos concentrarnos en las apariencias.
Confiamos en la promesa de Dios, y determinamos andar por fe. Se nos esperaba en Auburn ese día para recibir el primer número del periódico. Creíamos que Satanás estaba tratando de obstaculizarnos, y mi esposo decidió ir confiado en el Señor. El Hno. Harris alistó el carruaje,