Como habíamos planeado un viaje hacia el este, ahora que nuestro hijo se había restablecido y podía viajar, nos embarcamos hacia Utica. En ese lugar nos despedimos de la Hna. Bonfoey, de mi hermana Sara y de nuestro hijito, y continuamos viajando hacia el este, mientras el Hno. Abbey los llevaba a su casa. Fue para nosotros un sacrificio separarnos de esas personas con las que estábamos unidos con tiernos lazos de afecto. Teníamos especialmente a nuestro hijo Edson en nuestros corazones, porque su vida había corrido tanto peligro. Luego viajamos a Vermont y tuvimos una conferencia en Sutton.
La publicación Review and Herald.–Esta revista se publicó en Paris, Estado de Maine, en noviembre de 1850. Era de mayor tamaño y se le había cambiado el nombre al que todavía lleva, The Adventist Review and Sabbath Herald [La Revista Adventista y Heraldo del Sábado]. Nos albergamos en la casa del Hno. A. Queríamos vivir con economía con el fin de sostener el periódico. Los amigos de la causa eran pocos y pobres en riquezas mundanales, por lo que tuvimos que luchar contra la pobreza y el desaliento. Teníamos muchas preocupaciones y a menudo nos quedábamos hasta medianoche, y a veces hasta las dos o tres de la madrugada, corrigiendo pruebas de prensa.
El trabajo excesivo, las preocupaciones, las ansiedades y la falta de alimentación adecuada y nutritiva, aparte de la exposición al frío durante nuestros largos viajes invernales, fueron demasiado para mi esposo, quien se rindió a la fatiga. Su debilidad llegó a ser tan acentuada que a duras penas podía caminar hasta la imprenta. Nuestra fe fue probada hasta el extremo. Gustosos habíamos sufrido privaciones, fatigas y penalidades, y sin embargo nuestros motivos se interpretaban erróneamente, y se nos trataba con desconfianza y celos. Pocas de las personas por cuyo bien habíamos sufrido daban muestras de apreciar nuestros esfuerzos.
Estábamos demasiado afligidos para dormir o descansar. Las horas que hubiéramos podido dedicar a dormir para recuperarnos, solíamos emplearlas en responder a largas cartas dictadas por la envidia. Muchas horas en que los demás dormían, las pasábamos en angustioso llanto, lamentándonos ante el Señor. Al fin mi esposo dijo: “Mujer, es inútil que intentemos seguir luchando. Esta situación me está quebrantando, y no tardará en llevarme al sepulcro. Ya no puedo más. He redactado una nota para el periódico diciendo que me es imposible continuar publicándolo”. En el momento en que mi esposo cruzaba la puerta para llevar la nota a la imprenta, me desmayé. Él volvió y oró por mí. Su oración fue oída y me repuse.
A la mañana siguiente, mientras orábamos en familia, fui arrebatada en visión y se me instruyó respecto de estos asuntos. Vi que mi esposo no debía desistir de la publicación del periódico, porque Satanás trataba de inducirlo a dar ese paso y usaba diversos agentes para conseguirlo. Se me mostró que debíamos continuar publicándolo, pues el Señor nos sostendría.
No tardamos en recibir urgentes invitaciones para celebrar conferencias en diversos Estados, y decidimos asistir a las reuniones generales de Boston, Massachusetts; Rocky Hill, en Connecticut; y Camden y West Milton, en Nueva York. Todas estas reuniones fueron de mucho trabajo, pero sumamente provechosas para nuestros diseminados hermanos.
Traslado a Saratoga Springs, Nueva York.–Permanecimos en Ballston Spa algunas semanas, hasta instalarnos en Saratoga Springs, con el objeto de proceder a la publicación del periódico. Alquilamos una casa y pedimos al Hno. Stephen Belden y su esposa, y a la Hna. Bonfoey, que vinieran. Esta última estaba a la sazón en el Estado de Maine cuidando al pequeño Edson. Nos instalamos en la casa con muebles prestados. Aquí mi esposo publicó el segundo número de la Adventist Review and Sabbath Herald.
La Hna. Annie Smith, que ya duerme en Jesús, vino a vivir con nosotros y nos ayudaba en nuestras tareas. Su ayuda era necesaria. Por entonces mi esposo manifestó como sigue sus sentimientos en una carta escrita al Hno. Stockbridge Howland, con fecha 20 de febrero de 1852: “Todos están perfectamente, menos yo. No puedo resistir por más tiempo el doble trabajo de viajar y dirigir la revista. El miércoles pasado trabajamos por la noche hasta las dos de la madrugada, doblando y envolviendo el Nº 12 de la Review and Herald. Después estuve en la cama tosiendo hasta el amanecer. Rueguen por mí. La causa prospera gloriosamente. Quizá el Señor ya no tendrá necesidad de mí y me dejará descansar en el sepulcro. Espero quedar libre de la revista. La sostuve en circunstancias sumamente adversas, y ahora que tiene muchos amigos, la dejaré voluntariamente con tal que se encuentre quien la dirija. Espero que se me abra el camino. Que el Señor lo guíe todo”.
Haciendo frente a la adversidad en Rochester5.–En abril de 1852 nos trasladamos a Rochester, Nueva York, en las circunstancias más desalentadoras. A cada paso nos veíamos precisados a seguir adelante por fe. Aun estábamos impedidos por la pobreza, y tuvimos que practicar la más rígida economía y abnegación. Presentaré un breve extracto de la carta escrita a la familia del Hno. Howland el 16 de abril de 1852:
“Acabamos de instalarnos en Rochester. Hemos alquilado una casa vieja por 175 dólares al año. Tenemos la prensa en casa,** pues de no ser así hubiéramos tenido que pagar 50 dólares al año por un local para oficina. Si pudiera ver nuestros muebles, no podría evitar una sonrisa. Compramos dos camas viejas por 25 centavos cada una. Mi esposo me trajo seis sillas desvencijadas, de las que no había dos iguales, que le costaron un dólar, y después me regaló otras cuatro, también viejas y sin asiento, por las que había pagado 62 centavos. Pero como la armazón era fuerte, les he estado poniendo asientos de tela resistente. La mantequilla está tan cara que no podemos comprarla, ni tampoco las