Nuestras instituciones darán carácter a la obra de Dios en la medida en que sus empleados se consagren a esta obra de todo corazón. Lo lograrán al dar a conocer la potencia de la gracia de Cristo para transformar la vida (JT 3:145).
Debemos demostrar los principios cristianos.–No nos toca publicar simplemente una teoría de la verdad, sino presentar una ilustración práctica de ella en nuestro carácter y en nuestra vida. Nuestras casas editoras deben ser para el mundo una encarnación de los principios cristianos. En estas instituciones, si se logra el propósito de Dios al respecto, Cristo mismo encabeza el personal. Los ángeles santos vigilan el trabajo en cada departamento. Todo lo que se hace en ellas lleva el sello del cielo, y demuestra la excelencia del carácter de Dios...
Dios desea que la perfección de su carácter se advierta aun en los trabajos mecánicos. Desea que pongamos en cuanto hagamos para su servicio la exactitud, el talento, el tacto y la sabiduría que exigió cuando se construía el santuario terrenal. Desea que todos los asuntos tratados para su servicio sean tan puros, tan preciosos a sus ojos como el oro, el incienso y la mirra que los magos de Oriente trajeron en su fe sincera y sin mácula al niño Jesús.
Así es como, en sus asuntos comerciales, los discípulos de Cristo deben ser portaluces para el mundo (JT 3:143, 144).
Hermano mío [un redactor], ¿cuándo aprenderá usted esta lección? No son las casas, las tierras, los carruajes, los muebles caros ni la ostentación exterior lo que hacen que una persona se encuentre en una posición elevada en presencia de un Dios santo y de los ángeles ministradores. Dios mira el corazón. Él lee cada propósito de la mente. Conoce los motivos que impulsan a la acción. Lee entre las líneas de texto enviadas afuera. Puede distinguir entre lo verdadero y lo falso. Coloca su sello sobre las obras que se hacen y los libros que se escriben con humildad y contrición de corazón. Valora la sinceridad y la pureza de principios por encima de todo lo demás (Carta 3, 1901).
Testigos de la verdad.–“Vosotros sois mis testigos, dice Jehová”, para “publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel, a promulgar año de la buena voluntad de Jehová, y día de venganza del Dios nuestro” (Isa. 43:10; 61:1, 2).
Nuestra obra de publicaciones se estableció según las instrucciones de Dios y bajo su dirección especial. Fue fundada para alcanzar un objetivo preciso. Los adventistas del séptimo día han sido elegidos por Dios como pueblo particular, separado del mundo. Con el gran instrumento de la verdad, los ha sacado de la cantera del mundo y los ha relacionado consigo. Ha hecho de ellos representantes suyos, y los ha llamado a ser sus embajadores durante esta última fase de la obra de salvación. Les ha encargado que proclamen al mundo la mayor suma de verdad que se haya confiado alguna vez a seres mortales, las advertencias más solemnes y terribles que Dios haya enviado alguna vez a los hombres. Y nuestras casas editoras se cuentan entre los medios más eficaces para realizar esta obra.
Estas instituciones deben ser testigos de Dios y enseñar la justicia al mundo. La verdad debe resplandecer sobre ellas como una antorcha. Deben emitir constantemente en las tinieblas del mundo rayos de luz que adviertan a los hombres los peligros que los exponen a la destrucción, y parecerse así a la poderosa luz de un faro edificado en una costa peligrosa (JT 3:140).
Cada institución que lleva el nombre de adventista del séptimo día debe ser para el mundo lo que José fue en Egipto, y Daniel y sus compañeros en Babilonia. En la providencia de Dios, estos hombres fueron hechos cautivos para que llevaran a las naciones paganas el conocimiento del Dios verdadero. Tenían que ser representantes de Dios en nuestro mundo. No debían transigir con las naciones idólatras con las que habían sido puestos en contacto, sino que debían permanecer leales a su fe, llevando como honor especial el nombre de adoradores del Dios que había creado los cielos y la tierra (T 8:153).
A medida que nuestra obra se ha ido extendiendo y las instituciones se han ido multiplicando, el propósito que Dios tuvo para establecerlas sigue siendo el mismo. Las condiciones para obtener prosperidad no han cambiado (T 6:224).
Los instrumentos designados por Dios.–La Editorial Echo [casa editora australiana, Melbourne] es el instrumento designado por Dios, sobre el que ejerce un constante cuidado vigilante. El Señor me ha revelado que entre los obreros no ha existido conciencia de la condición sagrada de este importante centro; no han comprendido que es una institución que pertenece a Dios por su propia elección y que tiene la misión de realizar la obra indispensable para esa parte del mundo, con el fin de preparar a un pueblo que permanezca firme en el gran día del Señor...
El Señor llama a los hombres que están relacionados con las cosas sagradas a ser tan firmes como el acero a su obra y a la causa de Dios. Sus medios deben ocupar el primer lugar en sus pensamientos y planes; deben cuidarse como asunto sagrado. Los colaboradores de Dios deben usar para él hasta el último ápice de las habilidades y los conocimientos a ellos confiados...
El enemigo actúa lentamente y con cautela si ve que esto estorbará el progreso de la obra. A veces la moderación ha sido un pecado de incredulidad. Pero cuando él ve que la demora perjudicará sus planes, crea circunstancias que al parecer hacen necesario actuar con premura y sin la debida consideración...
La obra no es nuestra sino del Señor, por lo que nadie debe desfallecer. Los ángeles se preocupan constantemente de la obra... El enemigo procura utilizar todo recurso que pueda incapacitar esta institución. Procura convertirla en algo común por medio de los obreros que Dios relaciona