La responsabilidad que recae sobre nuestras casas editoras es solemne. Los que dirigen estas instituciones, los que redactan los periódicos y preparan los libros, alumbrados como están por la luz del plan de Dios y llamados a amonestar al mundo, son tenidos por responsables del alma de sus semejantes. A ellos, como a los predicadores de la Palabra, se aplica el mensaje dado antaño por Dios a su profeta: “Tú pues, hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los apercibirás de mi parte. Diciendo yo al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por sus pecados, mas su sangre yo la demandaré de tu mano” (Eze. 33:7, 8).
Nunca se ha aplicado este mensaje con tanta fuerza como hoy (JT 3:142).
Debemos establecer nuevos centros misioneros.–Nuestras casas editoras son centros establecidos por Dios. Por su medio debe realizarse una obra cuya extensión no conocemos todavía. Dios les pide su cooperación en ciertos ramos de su obra que hasta ahora les han sido ajenos.
Entra en el propósito de Dios que a medida que el mensaje penetre en campos nuevos, se continúe creando nuevos centros de influencia. Por todas partes, sus hijos deben levantar monumentos del sábado que es entre él y ellos la señal de que él los santifica. En los campos misioneros deben fundarse casas editoras en diversos lugares. Dar carácter a la obra; formar centros de esfuerzos e influencia; atraer la atención de la gente; desarrollar los talentos y las aptitudes de los creyentes; establecer un vínculo entre las nuevas iglesias; sostener los esfuerzos de los obreros y darles medios más rápidos de comunicarse con las iglesias y de proclamar el mensaje; tales son, entre muchas otras, las razones que abogan en favor del establecimiento de imprentas en los campos misioneros.
Las instituciones ya establecidas tienen el privilegio, aún más, el deber, de tomar parte en esta obra. Estas instituciones han sido fundadas por la abnegación y las privaciones de los hijos de Dios y el trabajo desinteresado de los siervos del Señor. Dios desea que el mismo espíritu de sacrificio caracterice estas instituciones, y que ellas a su vez contribuyan al establecimiento de nuevos centros en otros campos.
Una misma ley rige las instituciones y a los individuos. Ellas no deben concentrarse en sí mismas. A medida que una institución se vuelva estable y desarrolle su fuerza e influencia, no debe tratar constantemente de asegurarse nuevas y mejores instalaciones. Para cada institución, como para cada individuo, es un hecho que recibimos para poder impartir. Dios nos da para que podamos dar. En cuanto una institución alcance un grado suficiente de desarrollo, debe esforzarse por acudir en auxilio de otras instituciones de Dios que tienen mayores necesidades...
El Señor retraerá sus bendiciones de cualquier ramo de su obra donde se manifiesten intereses egoístas; pero en el mundo entero dará anchura a su pueblo si éste aprovecha sus beneficios para elevar a la humanidad. Si aceptamos de todo corazón el principio divino de la benevolencia, si consentimos en obedecer en todo a las indicaciones del Espíritu Santo, tendremos la experiencia de los tiempos apostólicos.
Entrenamiento para el servicio misionero.–Nuestras instituciones deben ser agencias misioneras en el sentido más completo de la palabra, y el verdadero trabajo misionero empieza siempre por los más cercanos. Hay trabajo misionero que realizar en cada institución. Desde el director hasta el más humilde obrero, todos deben sentir su responsabilidad para con los inconversos que haya en su medio. Deben poner por obra los esfuerzos más celosos para traerlos al Señor. Como resultado de tales esfuerzos, muchos serán ganados y llegarán a ser fieles y leales en el servicio a Dios.
A medida que nuestras casas editoras tomen a pecho la obra en los campos misioneros, verán la necesidad de proveer una educación más amplia y completa a sus obreros. Comprenderán el valor de las ventajas que poseen para realizar esta tarea, y sentirán la necesidad de formar obreros capacitados no sólo para mejorar las condiciones de trabajo en sus propios talleres, sino también para ofrecer ayuda eficaz a las instituciones fundadas en campos nuevos.
Dios desea que nuestras casas editoras sean buenas escuelas, tanto para la instrucción industrial y comercial como en las cosas espirituales. Los directores y obreros deben recordar constantemente que Dios exige la perfección en todos los que se relacionan con su servicio. Comprendan esto todos los que entran en nuestras instituciones para recibir instrucción. Den a todos ocasión de adquirir la mayor eficiencia posible y de familiarizarse con diferentes ramos de trabajo. De esta manera, si son llamados a otros campos, tendrán una preparación completa para llevar varias responsabilidades.
Los aprendices deben formarse de tal manera que después de haber pasado en la institución el tiempo necesario, puedan desempeñar inteligentemente en otra institución los diferentes trabajos de imprenta, dar impulso a la causa de Dios por el empleo juicioso de sus energías y comunicar a otros los conocimientos recibidos.
Todos los obreros deben comprender que no sólo han de prepararse para los ramos comerciales, sino también para llevar responsabilidades espirituales. Comprenda cada obrero la importancia que tiene la comunión personal con el Señor, la experiencia personal de su potencia para salvar. Sean todos ellos educados como lo eran los jóvenes que frecuentaban las escuelas de los profetas. Sea su mente amoldada por Dios mediante los recursos que él mismo proveyó. Todos deben ser instruidos en las cosas de la Biblia; deben estar arraigados y fundados en los principios de la verdad, con el fin de permanecer en el camino del Señor para obrar en él con justicia y discernimiento.
Realícense todos los esfuerzos posibles