En esta Historia se continúa apelando, como hasta ese momento, a la facción witizana. La versión en lo único que podrá disentir con respecto a las anteriores historias generales es en si fueron los hijos, los hermanos, o todo un bando, pero siempre serán personas cercanas al penúltimo rey godo las que cometan la traición en venganza por los derechos sucesorios que supuestamente había usurpado Rodrigo. Un juicio similar, basado en atribuir la responsabilidad de la derrota a los hijos de Witiza, fue recogido por J. Orlandis en un libro ya clásico sobre el final del reino visigodo. Explicaba Orlandis que la acción de los hijos al abandonar su puesto en la batalla no tuvo tanto de traición como de gravísimo error de cálculo, al no lograr calibrar la diferencia existente entre el potencial militar de los visigodos y los musulmanes[54].
El papel desempeñado por los hijos de Witiza en la defección del ejército godo debería, sin embargo, matizarse en algunos puntos. Deberíamos, en primer lugar, distinguir dos niveles en su comportamiento, uno anterior a la aparición de la Crónica Silense y otro posterior, siguiendo los útiles comentarios de García Sanjuán[55]. Con anterioridad al monje de Silos los hijos de Witiza serán los responsables individuales únicos de la conquista, al haber propiciado la venida musulmana y el abandono a Rodrigo en el Guadalete, como podemos comprobar, por ejemplo, en la Crónica de Alfonso III[56]. Una vez que se incorpore la figura de Julián, los hijos de Witiza pasarán a ser responsables de la defección en la batalla contra el ejército comandado por Tariq, porque la venida de los musulmanes se explicará a partir de las ansias del conde por vengar la honra de su hija.
Si recurrimos a la fuente narrativa más cercana a los hechos, la Crónica de 754, observaremos que sí existió un acuerdo previo para dejar solo al rey godo, lo que no quiere decir que se tuviesen que constituir en una parte del trato los witizanos. Dice parcamente el cronista que Rodrigo «cayó en esta batalla al fugarse todo el ejército godo por rivalidad y dolosamente había ido con él solo por la ambición del reino»[57]. De hecho, desde el cronista mozárabe, todas las fuentes coincidirán, a excepción de al-Raqiq, al-Kardabus, Ibn ’Idari y el Dikr, en la misma explicación. En este sentido P. Chalmeta distingue dos versiones sobre los hechos: una, que considera libre de elementos legendarios ni intereses, la cual atribuye la defección a un amplísimo sector de la nobleza, siendo la responsabilidad colectiva; mientras, la segunda contendría elementos anacrónicos, en un afán por destacar el protagonismo de los hijos de Witiza, que derivaría de Ibn al-Qutiyya[58].
Por otra parte, la información que recogen las fuentes musulmanas acerca de la participación de los hijos de Witiza parece corresponder a dos tradiciones distintas: una ofrecida por el propio Ibn al-Qutiyya, donde el pacto habría sido anterior a la batalla y firmado por los descendientes de Witiza y Tariq, y la que ofrecen el resto de las fuentes, donde los hijos huirían poco antes del comienzo de la batalla[59]. Idéntica distinción se puede realizar si lo que pretendemos es arrojar luz acerca del número e identidad de los hijos de Witiza. Atendiendo a la representada por al-Qutiyya, los hijos serían tres: Alamundo, Artobás y Rómulo[60]; mientras que en el resto el número se limitaría a dos, Sisiberto y Oppas[61]. Asimismo, se encuentra la problemática de la edad que los descendientes del penúltimo rey godo podían tener en el transcurso de la batalla. Las estimaciones realizadas por García Moreno indican que, muerto Witiza con aproximadamente veinticinco años, ninguno de sus hijos podía superar los diez años de edad, no estando, como parece lógico, en disposición de participar en un conflicto armado, y menos aún liderando una facción.
EL PAPEL DE LOS JUDÍOS
La consideración de los judíos como traidores o enemigos internos parece una constante a lo largo de buena parte de la historia. Como demuestra Y. Baer para la España cristiana, los judíos mantienen una posición ambivalente; por un lado existe siempre un halo de sospecha sobre ellos, pero, a la vez, son requeridos para desarrollar empleos relacionados con la artesanía, el comercio o las finanzas que en no pocas ocasiones solo pueden desarrollar ellos[62]. El protagonismo judío en el tema que nos ocupa habría estado marcado por el apoyo prestado a los musulmanes tanto en la conquista como en la posterior toma de las principales ciudades que formaban el reino visigodo, que ayudaría a estigmatizar todavía más, en palabras de Cordero Navarro, la imagen del «Otro», el «sacrílego judío» que atenta contra la fe del pueblo cristiano, contra el rey y contra el propio reino al que pertenece[63].
Advertía ya Modesto Lafuente en el Discurso Preliminar a su Historia general de España: «Si más adelante vemos a los judíos de España concertarse con los sarracenos de África para vengar la opresión de los godos, no lo extrañemos (…), los pueblos duramente vejados están siempre dispuestos a cambiar de señores»[64]. Y es que tras la conversión oficial de Recaredo y del reino visigodo en el transcurso del III Concilio de Toledo, celebrado en 589 y definido por Mariana como el «concilio nacional de toda España»[65], quedaron los judíos como único elemento ajeno a la doctrina católica. Comenzaba, entonces, una dura época hasta la conquista musulmana que habría de estar marcada por la desproporción, y a menudo ineficacia, de las medidas, tanto civiles como religiosas, adoptadas en su contra.
No se trata de realizar aquí un repaso minucioso de la ingente legislación antijudía elaborada en época visigoda, pero puede resultar útil seguir a E. A. Thompson cuando apunta dos momentos en los que la presión sobre los judíos fue especialmente asfixiante: los reinados de Recesvinto y de Egica[66]. Nos servirán ambos como ejemplos para apuntar someramente las condiciones de vida soportadas por los judíos en el periodo que separa la conversión al catolicismo de la conquista musulmana.
En el tomo regio del VIII Concilio de Toledo Recesvinto recordó que la única herejía que todavía quedaba en el reino era el judaísmo[67]. Indicó, además, que «esta peste está manchando la tierra de mi mando»[68]; de lo que se puede deducir que la política antijudía precedente no había tenido el éxito deseado. Debemos sumar a lo ya dicho diez leyes antijudías recogidas en la Lex Visigothorum, más conocida como Liber Iudiciorum, en las que se planteaban limitaciones como celebrar la Pascua[69], el matrimonio entre parientes hasta el sexto grado de consanguinidad[70], la circuncisión[71] o la incapacidad de interponer pleitos contra cristianos[72]. La condena por infringir alguna de estas disposiciones consistía en que los propios judíos debían lapidar o quemar a los que cometiesen los delitos[73].
El XVII Concilio de Toledo supuso un cambio radical en la política judía, ya que fue ahí donde se tomaron las medidas más drásticas. El rey Egica comunicó que había tenido conocimiento de que los judíos, «en algunas partes del mundo, se han revelado contra sus príncipes cristianos», a lo que añadió que, «por confesiones inequívocas y sin género de duda», sabía