[59] J. C. Bermejo Barrera, Mitología y mitos de la Hispania prerromana, II, Madrid, Akal, 1986, pp. 21-23.
[60] Así lo ha mostrado Bermejo al analizar el sistema matrimonial de los pueblos del norte y dos instituciones penales en base a los comentarios de Estrabón, véase J. C. Bermejo Barrera, La sociedad en la Galicia castreña, Santiago de Compostela, Follas Novas, 1978, pp. 13-26.
[61] F. Wulff, «La historia de Roma en las historias de los países europeos: el caso español», en P. Defose (ed.), Hommage à Carl Deroux, Bruselas, Latomus, 2003, pp. 608-609.
[62] A. Schulten, Historia de Numancia, pp. 6-7.
[63] A. Schulten, Los cántabros y astures, p. 19.
[64] Ibid., p. 47.
[65] Ibid., p. 137.
[66] P. Bosch Gimpera y P. Aguado Bleye, «La conquista de España por Roma (218 a 19 a. de J.C.)», vol. 2, p. 269.
[67] Floro: «Acudiendo ya él mismo, a unos los hizo descender de los montes, a otros los cogió como rehenes y a otros los vendió por derecho de guerra como esclavos» (Epit., II, 33, 52); Orosio: «Dándose cuenta de que lo hecho en Hispania durante doscientos años no serviría de nada, si permitía seguir usando de su independencia a los cántabros y astures, poderosísimos pueblos de Hispania, abrió [Augusto] las puertas del templo de Jano y marchó él mismo a las Hispanias con el ejército» (VI, 21).
[68] Las tres fuentes primordiales para el estudio de Viriato así lo atestiguan. Apiano dice, a propósito de sus exequias: «Tras haber engalanado espléndidamente el cadáver de Viriato, lo quemaron sobre una pira muy elevada y ofrecieron muchos sacrificios en su honor (…) Tan grande fue la nostalgia que de él dejó tras sí Viriato, un hombre que, aun siendo bárbaro, estuvo provisto de las cualidades más elevadas de un general» (Ib., 75). Diodoro Sículo cuenta que Viriato era el luchador más valiente en la batalla y un general capaz de prever lo que sería más ventajoso (XXXIII, 21.a). Por último, Dión Casio establece un retrato según el cual Viriato es un referente militar dotado de las más altas cualidades tanto militares como morales: «En efecto, desde su nacimiento, y gracias a los entrenamientos, fue muy ágil para perseguir y escapar y muy fuerte en el combate a pie firme (…) Con ser tal su cuerpo, tanto gracias a la naturaleza como al ejercicio, resultaba muy superior en las virtudes del alma (…) En resumen, no hacía la guerra por ambición ni por poder, ni siquiera por orgullo, sino por la acción en sí y, sobre todo por este motivo, fue considerado tanto amigo de la guerra como buen guerrero» (XXII, 73, 1-4).
[69] M. V. García Quintela, Mitología y mitos de la Hispania prerromana, III, Madrid, Akal, 1999, p. 185.
[70] J. Lens Tuero, «Viriato héroe y rey cínico», Estudios de Filología Griega 2 (1986), pp. 253-272; L. A. García Moreno, «Infancia, juventud y primeras aventuras de Viriato, caudillo lusitano», en G. Pereira (ed.), Congreso Peninsular de Historia Antigua, vol. 2, Santiago de Compostela, Servicio de Publicaciones de la Universidad, 1988, pp. 373-382.
[71] J. de Mariana Historia, vol. 1, p. 109.
[72] M. Lafuente, Historia, vol. 1, p. 18.
[73] R. Altamira, Historia, vol. 1, p. 101.
[74] J. de Mariana, Historia, vol. 1, p. 109.
[75] Ibid., p. 273.
[76] R. Altamira, Historia, vol. 1, p. 102.
[77] Véanse los siguientes trabajos de F. Wulff: «La historia de España de D. Modesto Lafuente», p. 865; «Andalucía antigua en la historiografía española (XVI-XIX)», Ariadna 10 (1992), p. 27; «La historiografía ilustrada en España e historia antigua. De los orígenes al ocaso», en F. Gascó La Calle y J. L. Beltrán (coords.), La Antigüedad como argumento II. Historiografía de arqueología e historia antigua en Andalucía, Sevilla, Scryptorium, 1995, p. 38.
[78] Cuenta Flavio Josefo que, cuando los romanos sitiaban Jerusalén, dentro de la ciudad los habitantes de la ciudad baja tenían sitiados a los de la ciudadela, porque, además de en guerra con Roma, se encontraban en una guerra civil que Josefo describe así: «Parecía como si ellos destruyeran a propósito lo que la ciudad había preparado para hacer frente al asedio de los romanos y cortaran los nervios de su propia fuerza» (b. Iud., V, 24).
[79] M. Lafuente, Historia, vol. 1, p. 17.
[80] M. Álvarez Martí-Aguilar, «Notas sobre el papel de Estrabón en la historiografía española, del Renacimiento a la Ilustración», en G. Cruz Andreotti (coord.), Estrabón e Iberia: nuevas perspectivas de estudio, Málaga, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga, 1999, pp. 52-53.
[81] M. Lafuente, Historia, vol. 1, p. 20.
[82] J. C. Bermejo Barrera y P. A. Piedras Monroy, Genealogía de la Historia. Ensayos de historia teórica III, Madrid, Akal, 1999, p. 75.
[83] J. C. Bermejo Barrera, ¿Qué es la historia teórica?, Madrid, Akal, 2004, p. 60. Véase también, en este sentido, J. S. Pérez Garzón, «La creación de la historia de España», en J. S. Pérez Garzón et al., La gestión de la memoria. La historia de España al servicio del poder, Barcelona, Crítica, 2000, p. 81.
[84] J. C. Bermejo Barrera y P. A. Piedras Monroy, Genealogía de la Historia, p. 356.
[85] G. Ruiz Zapatero y J. R. Álvarez-Sanchís, «La prehistoria enseñada y los manuales escolares españoles», Complutum 8 (1997), pp. 269-271.
[86] M. Foucault, El orden del discurso, Barcelona, Tusquets, 1980, p. 37.