Con respecto al posible autor del estupro, existe un desequilibrio absoluto a la hora de señalar como culpable a Witiza o a Rodrigo, ya que es el segundo el responsable en la mayoría de ocasiones. Representa la Crónica Pseudo Isidoriana el primer y más detallado testimonio de la versión de la leyenda que atribuye el estupro a Witiza y no a Rodrigo: «Gético [Witiza] retuvo y gozó de aquella [hija del conde] durante muchos días»[40]. Autores como P. Chalmeta o García Moreno han sostenido que el hecho de la violación, de haberse producido, se correspondería con el reinado de Witiza, puesto que, de acuerdo con las fechas acordadas por toda la historiografía andalusí, al ascender Rodrigo al poder en 710, cronológicamente sería imposible mantener la acusación sobre el último rey godo[41].
Pero más allá de fuentes musulmanas, crónicas cristianas o autores modernos, sería interesante realizar una digresión que relacionase la conducta libidinosa de Rodrigo con la visión del sexo en el marco religioso de la época, y hacerlo, además, en base a una de las obras fundamentales del siglo VII, como son las Etimologías de Isidoro de Sevilla. Defendía el polígrafo hispalense una concepción sexual negativa y más bien restrictiva, que debía, en consonancia con la moral cristiana imperante, situarse siempre dentro de los cauces que establecía la misma. Dentro de este esquema la sexualidad se entendía desde un punto de vista conyugal con fines exclusivamente reproductores, siendo el contacto sexual derivado de estas obligaciones maritales el único legítimo dentro de la cosmovisión cristiana.
El arzobispo sevillano menciona el rapto y el estupro, delito que habría consumado Rodrigo, provocado por la incontinencia del deseo sexual[42]. Añadía Isidoro, además, que las prácticas contrarias a la pauta ortodoxa cristiana dentro del terreno sexual conllevaban actitudes propias de demonios y seres inmundos[43]. La conclusión que se extrae de estas premisas consistiría en que reprimir o controlar en la medida de lo posible los instintos carnales sería lo más apropiado para alcanzar un modo de vida acorde con los valores católicos establecidos[44].
El deseo sexual, ajeno al arquetipo cristiano de conducta y muestra innegable de la fragilidad humana, conduciría a la lujuria y lascivia, lo que, a su vez, provocaría, en último término, la ruina moral. En esta ocasión dicha ruina, causada por el desenfreno sexual de Rodrigo, que le hace perder el control, habría llevado a la desintegración del reino godo. Se encuadra esta idea, asimismo, dentro del modelo bíblico según el cual, si hubo pecado, tiene que haber castigo. La visión sexual isidoriana encierra, en definitiva, una idea que lleva asociada indefectiblemente la lujuria y la lascivia como antesala de la generación de pecados y delitos, los mismos que había cometido Rodrigo (ejemplo de mal rey) al haber, supuestamente, violado a la hija del conde Julián, y, en consecuencia, despeñado al reino godo por la senda del mal y la desaparición final.
LA TRAICIÓN EN LA BATALLA
La segunda de las traiciones que condujeron a la «pérdida de España» se situaría en el mismo campo de batalla. No existe acuerdo sobre la interpretación de lo que sucedió, pero en lo que parece no haber duda es en que se produjo una defección de una parte de la hueste real de Rodrigo en medio de la batalla comúnmente llamada del Guadalete, lo que provocó un desequilibrio de fuerzas que fue aprovechado en última instancia por el ejército musulmán para derrotar al godo.
Se refiere el jesuita a la traición en los siguientes términos:
Cuando Oppas, o increible maldad, disimulada hasta entonces la traycion, en lo mas recio de la pelea, segun que de secreto lo tenia concertado, con un buen golpe de los suyos, se paso a los enemigos. Juntose con don Iulian, que tenia consigo gran numero de los Godos, y de traves, por el costado mas flaco, acometio a los nuestros. Ellos atonitos con traycion tan grande, y por estar cansados de pelear, no pudieron sufrir aquel nuevo impetu, y sin dificultad fueron rotos y puestos en huyda[45].
El concierto previo se habría rubricado, de acuerdo con el juicio de nuestro autor, en un monte llamado Calderino, que en árabe vendría a significar «monte de la traición». Fue en ese lugar donde el conde y los demás se juntaron «para acordar, como acordaron, de llamar a los Moros a España»[46].
Mariana reconoce la traición en la batalla, pero no por ello deja de apelar al estilo de vida característico de los godos. Dice, cuando describe el comienzo del reinado de Rodrigo, que los godos «tenian los cuerpos flacos, y los animos afeminados, a causa de la soltura de su vida y costumbres», para continuar señalando que eran «muy inhabiles para acudir a las armas, y venir a las puñadas con los enemigos. Finalmente el imperio y señorio ganado por valor y esfuerço, se perdio por la abundancia y deleytes que de ordinario le acompañan»[47]. La visión providencialista de la derrota, sin obviar la existencia de la traición, continúa.
«¿Fué solo la arenga de Tarik, ó fué acaso la defeccion de los hijos de Witiza, del prelado Oppas y sus parciales, que vieron llegado el caso de consumar su traición y su venganza, y abandonaron á Rodrigo ó se pasaron á los árabes?»[48]. Si complementamos esta pregunta con la reflexión que Modesto Lafuente realiza en su Discurso Preliminar, comprenderemos que, en su opinión, la derrota visigoda no era más que el resultado de un cúmulo de despropósitos. Los «bandos intestinos, capitaneados por la facción y la familia de un monarca destronado», eran importantes, sí, pero no lo eran menos las «costumbres relajadas y sueltas, la molicie» o las «vivas y exacerbadas rivalidades». La traición en la batalla, en definitiva, representaba una causa más en el inevitable desenlace godo, y es que para Lafuente la conquista musulmana era, en el fondo, necesaria, pues «nunca falta la intervención providencial, cuando una sociedad exige ser disuelta o regenerada»[49].
En el relato canovista, siguiendo las reflexiones de E. Saavedra, se sostenía que «el ejército real vió con asombro, pero sin espanto, la verdadera y única traición de la memorable pérdida de España» protagonizada por la «infame defección de Sisberto en el ala derecha en que combatía»[50], de lo que podemos deducir que, según este estudio, no se trató de una acción sorprendente, sino más bien esperada. Aun así, se resiste Saavedra a otorgar la victoria completa al ejército invasor, puesto que «cambiada de este modo la suerte de las armas por la infame defección de Sisberto, hubiera sido completo el triunfo de los witizanos y de sus auxiliares de África con la muerte del Rey, de haberle podido coger prisionero»[51].
Torres López reconstruirá la traición de la batalla en base al relato según el cual Rodrigo había dado las dos alas del ejército, que posteriormente abandonarían, a Sisberto y al metropolitano de Sevilla Oppas, hermanos de Witiza, mencionando además que los hijos del penúltimo rey estaban en el ejército real, llenos de rencor contra Rodrigo. Entendía la facción witizana que el interés árabe no iba más allá de una simple algarada, que «los invasores no venían a establecerse en el país, sino a ganar un botín para después marcharse, decidiendo abandonar a Rodrigo, y anunciando secretamente su propósito a Tarik»[52]. Pidal, en