Se interroga Modesto Lafuente, asimismo, sobre el porqué de que Isidoro Pacense (se refiere a la actualmente conocida como Crónica de 754, que en el siglo XIX se atribuía a dicho autor), al ser el escritor que mejor informado debió hallarse del suceso, no dice nada sobre el mismo y no es hasta el monje de Silos[19], que escribe en el siglo XII, cuando aparece la narración de la Cava. Tras estudiar los argumentos a favor y en contra del estupro, concluye que explicar la conquista musulmana en función de este hecho no tiene demasiado interés, puesto que «sobran causas para explicar el suceso de la invasión de los árabes»[20]. Y termina por preguntarse si no sería Miguel de Luna quien inventó la historia, ya que fue él quien la dio por traducción.
Fue Miguel de Luna un morisco granadino, traductor del árabe del rey Felipe II, que publicó en 1592 la obra Historia verdadera del rey don Rodrigo. Sostenía Luna que había traducido la obra manuscrita de un tal Alcayde Abulcacim Abentarique, casualmente encontrada mientras examinaba unos manuscritos árabes de la Biblioteca Real[21]. El modelo narrativo es claro y muy similar al de Corral, ya que consiste en, a partir de una fuente exclusiva a la que nadie había podido acceder antes, relatar de nuevo la historia, alzándose, como señaló Márquez Villanueva, contra el pasado gótico, pesadilla a la que viene a poner fin una providencial conquista musulmana[22]. No mereció Luna, sin embargo, opiniones demasiado favorables entre algunos autores[23].
En la narración canovista se entiende que, si lo que se deseaba era basar la conquista en una traición, esta debía ser gravísima. Es por ello que los «árabes adoptaron desde el principio la historia, por demás famosa, de la violación de la hija de Julián, mero pretexto para denigrar la memoria de Rodrigo»[24], para cuestionarse, como había hecho Lafuente, por qué ninguna crónica latina habla del estupro hasta la Silense.
Apoyándose en los estudios realizados por Fernández Guerra y Eduardo Saavedra, los responsables de la redacción del capítulo correspondiente afirman: «No tiene el menor asomo de fundamento, como hemos visto, la leyenda, pues quede condenada para siempre como falsa, sin atribuírsela á Rodrigo, ni á Witiza, ni á nadie»[25]. Es interesante en esta Historia general, asimismo, la inclusión de Witiza como posible ofensor, puesto que, como habíamos visto, tanto Mariana como Lafuente aludían exclusivamente a Rodrigo. Será Menéndez Pidal, en la Introducción al tercer volumen de su Historia de España, quien señale que «si un rey ofendió en cualquier modo a Urbano, la cronología nos dice que ese rey tuvo que ser Witiza»[26].
Es claro que entre las pretensiones de la Historia dirigida por Cánovas se encuentra el afán por desarrollar un método histórico crítico. Era precisamente la Real Academia de la Historia la garante de limpiar de fábulas la historia de España[27]. Por ello advertimos que en el caso de la invasión musulmana el objetivo es revisar lo escrito hasta el momento y basarse en las obras que, a juicio de los especialistas, significaban el relato que más se ajustaba a lo que en verdad había acontecido, siendo en este caso E. Saavedra y su libro Estudio sobre la invasión de los árabes en España la obra elegida para seguir al pie de la letra en el capítulo dedicado a la monarquía visigoda y la conquista.
Torres López, encargado de escribir la parte correspondiente a la época visigoda de la Historia de Menéndez Pidal, refiere de modo escueto la leyenda del estupro de Florinda, limitándose a señalar que la elaboración de la misma había corrido a cargo de los cristianos, vencidos e interesados en disculpar su derrota, para añadir que existirían tres formas principales en la leyenda: la mozárabe, cuyo culpable sería Witiza; la que corrió entre los witizanos y los historiadores hispano-musulmanes, que culpabilizaba a Rodrigo; y la leyenda entre los cristianos del Norte, que hereda la culpa de Witiza[28].
Pero, ¿qué hay de cierto en todo este episodio? Evidentemente, no es sencillo calibrar la veracidad de esta leyenda, ya que las traiciones se entremezclan, contradicen y a menudo obedecen a distintos intereses en función de quien las relate[29]. Si la escasez de datos es un obstáculo a la hora de reconstruir los hechos en una época histórica dada, el problema se incrementará notoriamente en este momento, ya que, a excepción de la Crónica de 754, escrita apenas cuarenta años después de la invasión, el resto de fuentes de las que disponemos para reconstruir el final del reino visigodo, la conquista y los primeros tiempos de la dominación musulmana son posteriores al menos en un siglo y medio o dos[30]. La confusión que rodea todo lo sucedido en aquel año favorece, pues, la mitificación de los hechos con el objetivo de elaborar un pasado nacional glorioso o, al menos, heroico[31]. En esta ocasión surge también la pregunta acerca de cuál de los reyes debió de estar implicado en la afrenta. Lo cierto es que la leyenda de la violación de la hija y la venganza del padre ultrajado aparecen lejos de la Península, en Egipto en el siglo IX, donde Ibn Abd al-Hakam, parcamente, dice: «Rodrigo la dejó encinta»[32]. El resto de narraciones de la conquista se inspirarán, lógicamente, en él.
Menéndez Pidal sitúa en el siglo XII, con la Crónica Silense, el origen de la mención de Julián en el norte de Península[33]. Hasta ese momento no disponemos de crónicas que nos remitan noticia alguna acerca de la violación. El ciclo cronístico alfonsino, por ejemplo, guarda absoluto silencio al respecto, algo que, teniendo en cuenta la afición del Magno por los relatos novelescos o maravillosos, vendría a demostrar que esa noticia no sería famosa en el Norte[34]. Nos pone Menéndez Pidal, por otra parte, sobre la pista de una versión, aparecida en la primera mitad del siglo XIII, en la que Rodrigo no deshonraría a su hija, sino a la mujer de Julián[35]. A quien está aludiendo este autor es al arzobispo Jiménez de Rada, primero en proponer a la condesa como ofendida: «Otros afirman que violó [Rodrigo] a la esposa del conde»[36].
Autores como E. A. Thompson, que sigue básicamente en su estudio el relato de la Crónica de 754, restan importancia a la violación como causa principal del final godo. Señala este autor que el cronista no sabe nada y que escritores posteriores latinos y árabes nos cuentan muchas historias, como la del conde Julián y su hija Florinda, a la que Rodrigo había violado[37]. R. Collins, por su parte, va más allá, sorprendiéndose del número