En las historias de España advertimos que la supuesta ayuda prestada por los judíos en el paso de África a la Península, así como su posterior colaboración en las ciudades, no pasa desapercibida. Esto es así en el caso de Lafuente[79] y Cánovas[80], donde se narra este hecho, señalando explícitamente este último que «aprovechándose de aquel estado de ánimo de la perseguida raza judaica, los invasores se valieran de sus secuaces para guardar determinadas fortalezas en Granada, Córdoba y Toledo»[81]. En la Introducción al tomo III de su Historia de España, Menéndez Pidal se sumará a la idea de que «pasados diecisiete años [del XVII Concilio de Toledo], los judíos serán en todas las ciudades de España los grandes adversarios que facilitarán la rapidez de la conquista árabe»[82].
Mariana se limitará a decir que «los Iudios mezclados con los Moros fueron puestos por moradores en Cordoua y en Granada, a causa que los Christianos se auia ydo a diuersas partes»[83], para añadir tradiciones que están muy presentes en su obra, como cuando continúa mencionando que, en relación con Toledo, «el arçobispo don Rodrigo dize que los Iudios que quedaron en la ciudad (…) sin dilacion abrieron las puertas a los vencedores»[84], o cuando se basa en Lucas de Tuy para relatar que mientras los cristianos se hallaban celebrando la procesión del domingo de Ramos, «los enemigos fueron por los Iudios recebidos dentro de la ciudad»[85]. No parecía el jesuita, en cambio, muy favorable a dar crédito a esta historia, ya que, según él, «en cosas tan inciertas, seria atreuimiento sentenciar por la vna o por la otra parte. Todavia yo mas me allego a los que dixeron, que la ciudad despues de vn largo cerco, entregaron a partido sus mismos ciudadanos»[86]. A pesar de que Mariana se muestre cauto a la hora de calibrar la historicidad o no de los hechos, es claro que en su planteamiento tanto los judíos como los árabes constituían elementos ajenos a la historia de España.
Se plantea, a la luz de una legislación tan agresiva, de un maltrato tan continuado y de los relatos que nos legan las historias generales, si los judíos pudieron colaborar con los conquistadores musulmanes en 711. Lo cierto es que existen divergencias entre los autores modernos a este respecto. Y. Yovel sostiene que el ataque de Tarik había sido demasiado atrevido y limitado en hombres como para tener éxito sin contar con ayuda dentro de las fronteras visigodas, defendiendo una traición conjunta de campesinos locales íbero-romanos, una facción visigoda descontenta y, por supuesto, judíos[87]. E. A. Thompson remite a una tradición tardía, pero bastante probable, según la cual los musulmanes recibieron valiosa ayuda por parte de los oprimidos judíos[88]. En la misma línea, Y. Baer nos habla de una tradición posterior según la cual, en las ciudades conquistadas, los invasores fueron estableciendo colonias de judíos, no siendo esto exclusivo, pues, en otros países, se habrían establecido colonias del mismo modo[89]. Autores como García Moreno o Sánchez-Albornoz optaron por emplear el término «quinta columna»[90] para referirse a la actitud colaboracionista de las aljamas durante la conquista, aunque este último incluía bajo esa denominación también a los witizanos.
Por otro lado, N. Roth se muestra contrario a la teoría de la conspiración judía. Según él, Egica, en la acusación de que los judíos estaban conspirando con otros de ultramar, contenida en el XVII Concilio de Toledo, no tenía necesariamente que estar refiriéndose a los del norte de África, sino a los judíos de Babilonia o Palestina, añadiendo que en cualquier caso no sería más que un simple rumor y otra muestra de las acusaciones infundadas contra los judíos. En su opinión, los musulmanes habían planificado la conquista con suficiente antelación como para depender del estímulo de judíos[91].
Lo cierto es que, como dice Baer, a partir del siglo XII los autores cristianos utilizaron esta tradición en la propaganda antijudía, convirtiéndola en historias de traición judía y de conspiración con el extranjero invasor[92]. Quedaría, por tanto, esta comunidad estereotipada entre los cristianos por su pretendida culpa en la «pérdida de España». Por ejemplo, cuando Pero Sarmiento elabora en 1449 el Estatuto de limpieza de sangre, la acusación de que los judíos habían entregado la ciudad de Toledo a los musulmanes ocupa un lugar importante en el documento[93].
Se trata, en efecto, de una cuestión bastante polémica, que no concita acuerdos unánimes entre los especialistas que se dedican a este tema. Sin embargo, F. Bravo López ha puesto de manifiesto que el relato de esta intervención judía en favor de los musulmanes contaba con una nula base documental para sostenerlo, no siendo más que un mito creado a principios del siglo XIII por Lucas de Tuy[94]. Según este autor, su vigencia en el tiempo vendría dada por la adopción de dicho mito en la Primera crónica general de España de Alfonso X, obra en la que se entremezcla la narración de Jiménez de Rada con el relato de la traición fabricado por el obispo de Tuy[95]. La traición hebraica en la «pérdida de España» constituiría, pues, el primero de los factores que justificarían la posterior expulsión de los judíos y, además, ayudaría a incrementar la animadversión hacia dicha comunidad, puesto que habrían dado suficientes razones para ganarse el odio cristiano.
En definitiva, parece no caber duda de que la situación judía tras la conquista, más allá de que la intervención de los judíos hubiese o no ocurrido, mejoró notoriamente. Esta idea la expresa Y. Yovel al preguntarse: «How could they feel allegiance to a Christian kingdom that had for a whole century tried to erradicate them?»[96], dando por hecho que la traición hebraica se habría debido a una venganza propiciada por más de un siglo de persecuciones. Esto ayudaría a explicar, en gran parte, el éxito de un mito construido en época medieval, repetido de forma acrítica en la historiografía contemporánea y asociado a los prejuicios del antisemitismo.
[1] G. Pasamar, «Las “historias de España” a lo largo del siglo XX», p. 301.
[2] J. Vives (ed.), Concilios visigóticos e hispano-romanos, Barcelona, Instituto Enrique Flórez, 1963, p. 382.
[3] F. S. Lear, Treason, p. 6. Supera Lear con este libro otros trabajos que tuvieron por objeto arrojar luz acerca de la traición en época visigoda, como es el caso de J. García González, «Traición y alevosía en la Alta Edad Media», Anuario