[26] A. Jimeno Martínez y J. I. de la Torre Echávarri, Numancia. Símbolo e historia, Madrid, Akal, 2005, p. 41.
[27] M. Lafuente, Historia, vol. 1, p. 19.
[28] Ibid., p. 282.
[29] Ibid., p. 285.
[30] Ibid., p. 285.
[31] J. I. de la Torre Echávarri, «Numancia: usos y abusos de la tradición historiográfica», Complutum 9 (1998), p. 197.
[32] M. Álvarez Martí-Aguilar, «Modelos historiográficos e imágenes de la Antigüedad: El cerco de Numancia de Miguel de Cervantes y la historiografía sobre la España antigua en el siglo XVI», Hispania Antiqua 21 (1997), pp. 545-570.
[33] Dice Mariana en el prólogo: «Lo que me movio a escreuir la historia Latina, fue, la falta que della tenia nuestra España (mengua sin duda notable) mas abundante en hazañas, que en escritores», Historia, vol. 1.
[34] E. García Hernán, «Construcción de las Historias de España en los siglos XVII y XVIII», en R. García Cárcel (coord.), La construcción de las Historias de España, Madrid, Marcial Pons, 2004, p. 139.
[35] J. Álvarez Junco, Dioses útiles, p. 154.
[36] E. García Hernán, «Construcción de las Historias de España», p. 199.
[37] R. Altamira, Historia, vol. 1, p. 102.
[38] Ibid., p. 103.
[39] F. Wulff, Las esencias patrias. Historiografía e historia antigua en la construcción de la identidad española (siglos XVI-XX), Barcelona, Crítica, 2003, p. 196.
[40] P. Bosch Gimpera y P. Aguado Bleye, «La conquista de España por Roma (218 a 19 a. de J.C.)», vol. 2, p. 183. Apiano cuenta que fueron seis los enviados y que el motivo de su asesinato se debió a que los numantinos «pensaban que, tal vez, habían negociado con Escipión su seguridad personal», ibid., p. 95.
[41] Ibid., p. 184.
[42] L. Pericot, Prólogo a A. Schulten, Historia de Numancia, Barcelona, Barna, 1945, pp. VII-VIII.
[43] F. Wulff, «Adolf Schulten. Historia antigua, arqueología y racismo en medio siglo de historia europea», en A. Schulten, Historia de Numancia, Pamplona, Urgoiti, 2004, pp. LXXII-LXXIII.
[44] Como dice Schulten, «en todos los tiempos quedará como uno de los más famosos ejemplos de afán de libertad y amor a la patria», Historia de Numancia, p. 246.
[45] Schulten señalará también sus defectos: «Otra característica nada favorable de los celtíberos es la indolencia (…) Orgullo e indolencia son sin duda dos de sus rasgos preeminentes», ibid., p. 248.
[46] P. Vidal-Naquet, Ensayos de historiografía. La historiografía griega bajo el Imperio romano: Flavio Arriano y Flavio Josefo, Madrid, Alianza, 1990, p. 137.
[47] Ibid., p. 277.
[48] J. González Echegaray, «Las guerras cántabras en las fuentes», en M. Almagro-Gorbea et al., Las Guerras Cántabras, Santander, Fundación Marcelino Botín, 1999, pp. 147-148.
[49] Wulff ha indicado que los dos famosos siglos no pueden ser interpretados literalmente en este sentido, porque si los romanos no conquistan Hispania antes es en gran medida porque tampoco les interesa: Las esencias patrias, pp. 31-33.
[50] M. Lafuente, Historia, vol. 1, p. 22.
[51] R. Menéndez Pidal, «El Imperio romano y su provincia», Introducción a R. Menéndez Pidal (dir.), Historia de España, España romana, vol. 2, p. XII.
[52] Sostenía el padre Mariana que eran «los Cantabros gente feroz, y hasta esta sazon no del todo sugeta a los Romanos, ni a su imperio, por el vigor de sus animos, mas propio a aquellos hombres, y mas natural que a las demas naciones de España (…) de costumbres poco cultivadas (…) las mugeres como los hombres, eran de cuerpos robustos», Historia, vol. 1, 141.
[53] Lafuente afirmaba que todavía «los cántabros y astures se mantenían desde independientes y libres. Todavía aquellos fieros y rudos montañeses desde sus rústicas y ásperas guaridas se atrevían á desafiar á los dominadores de España y del mundo», Historia, vol. 1, p. 320.
[54] R. Altamira, Psicología del pueblo español, R. Asín Vergara (ed.), Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp. 81-82.
[55] J. de Mariana, Historia, vol. 1, p. 142.
[56] M. Lafuente, Historia, vol. 1, pp. 321-322.
[57] P. Bosch Gimpera y P. Aguado Bleye, «La conquista de España por Roma (218 a 19 a. de J.C.)», vol. 2, p. 270. A. Schulten apunta que «se corresponde el Mons Medullius con el monte San Julián, a siete kilómetros de Tuy, cerca de la boca del Miño, porque en la altura de esta montaña granítica, que visité en 1906, existe un recinto muy extendido formado por una fuerte muralla», Los cántabros y astures y su guerra con Roma, Madrid, Espasa-Calpe, 1962, p. 174.
[58] Dice Floro que «cuando los bárbaros advirtieron su fin, anticiparon su muerte, mientras celebraban un banquete, por el fuego y la espada y el veneno que allí se extrae habitualmente de los árboles del tejo, y la mayoría se libró de la cautividad, que, para hombres no sometidos hasta el momento, parecía peor que la muerte» (II, 33, 50); y Orosio expone: «Asediaron (…) el monte Medulio, que se levantaba