En el relato de Rafael Altamira se manifiesta desde el comienzo que Sertorio no se planteaba su lucha en la Península sino como una manera de dominar en Roma después. Lejos de esa visión del padre Mariana y Modesto Lafuente que presentaba a Sertorio como un personaje ya español que habría de librar del yugo romano a los lusitanos, se reconoce, en efecto, que él «no participaba de los ideales indígenas de independencia. Su espíritu era totalmente romano»[102]. Elementos que ayudarían a corroborar esta idea serían, por ejemplo, que «en el Senado que creó en España, los cargos de autoridad no eran desempeñados por indígenas, sino por romanos»[103]. Altamira, por tanto, se inscribe en la línea interpretativa que entendía, como veremos a continuación, la presencia de Sertorio en Hispania como un medio que le permitiría conseguir sus objetivos posteriormente en Roma.
Suele considerarse que en las fuentes clásicas existen dos puntos de vista diferentes en el tratamiento de la figura de Sertorio. Uno favorable, que se corresponde con Plutarco (Vida de Sertorio), y otro circunscrito al ámbito pompeyano y cuyas raíces proceden de Livio, que lo presentaría como traidor. Si trazamos un paralelo temporal, esa dualidad encontrará un correlato en la historiografía moderna. En torno a Sertorio se fue creando una imagen idealizada como prohombre, en la línea de Viriato, que tanto éxito tuvo en los siglos XIX y XX en el marco, sobre todo, del nacionalismo español. J. M. Roldán ha señalado que la investigación no supo sustraerse a estas imágenes, proyectándolas anacrónicamente en el mundo contemporáneo, siendo A. Schulten[104] un buen ejemplo de ello[105]. No obstante, en torno a esta tradición filosertoriana se creó otra corriente que, apoyada en el relato del círculo pompeyano, presentó al personaje como un aventurero o simplemente un traidor.
Bosch Gimpera y Aguado Bleye definen a Sertorio como una de las personalidades más fuertes de la Antigüedad clásica. Recogen estos autores la influencia sertoriana en el ámbito educativo como figura modélica a la que imitar, ya que en España «no hay libro escolar en que no ocupa el lugar que le corresponde, y alguna ciudad, Huesca, ha hecho de su memoria un culto»[106]. En este relato la guerra de Sertorio va a ser vista de nuevo en términos de una lucha por la libertad, donde el de Nursia constituirá un ejemplo de adaptación a su nueva patria, llegando al punto de ser comparado con uno de los héroes por antonomasia de la historia nacional española, el Cid: «Supo Sertorio, como después hará el Cid en el siglo XI, servirse de la fortaleza natural que le ofrecían las altiplanicies situadas entre el alto Ebro y el Duero»[107]. Finalmente, en el transcurso de un banquete donde se encontraban «once conjurados (…) Perpenna, dejando caer una pátera, dió la señal para la agresión. Antonio, que se había levantado y acercado a Sertorio, le clavó la espada (…) Los ocho le asesinaron vilmente, sin que el caudillo intentase ya la defensa»; ese fue el desenlace de Sertorio, «traicionado por sus propios compatriotas, y lejos de su patria»[108].
Pero detengámonos un momento en el Sertorio del profesor de Erlangen. Sertorio, al que Schulten sigue viendo bajo el prisma de las viejas interpretaciones surgidas en el siglo XVI, pertenece, a su juicio, a «aquellos hombres privilegiados que, desprendidos de todo, dependen totalmente de sí mismos, y que han labrado la obra de su vida enteramente de su propia fuerza»[109]. En lo relativo a su carácter bélico, continúa afirmando que «es el que más se le parece a César, en la conjunción de genio militar y político con una noble humanidad»[110]. Con respecto al amor que profesaba Sertorio a Roma, también se muestra Schulten tajante al decir que se encontraba «lejos de su patria, hacia la que su corazón había alentado hasta el último momento, y que para volver a ver hubiera sacrificado todos sus laureles»[111]. Se transformó Sertorio, así, en un personaje clave de la historiografía española, aunque «nacionalizado», al representar el ideal de la lucha contra el enemigo opresor y militarmente superior.
Cabría cuestionarse ahora hasta qué punto Sertorio pudo o no ser un traidor a Roma. Sería oportuno, pues, seguir a F. S. Lear, quien ha puesto de manifiesto la existencia de dos concepciones de traición, la traición a la res pública, que es la regulada por el derecho romano, y la traición al rey, que es la de todas las tradiciones germánicas. Distingue Lear la perduellio como principal delito de traición en el mundo romano. El perduellis era el «mal guerrero», es decir, el enemigo del país o interno, en contraposición al enemigo externo, denominado hostis[112]. Se trataba de un acto cometido directamente contra la patria y circunscrito al ámbito militar. Si relacionamos esta interpretación de Lear con el hecho de que posiblemente Sila intentase convertir a Sertorio en enemigo de Roma transformando este conflicto en bellum externum[113] mediante el calificativo de hostis publicus[114], parecería lógico que el objetivo fuese presentar a Sertorio como un extranjero, por lo que el adjetivo «traidor» carecería de sentido, al ser visto como alguien totalmente ajeno al mundo romano.
Los glandes inscriptae nos pueden ofrecer otra pista para entender su comportamiento como supuesto traidor a la patria. Se trata de casi un centenar de proyectiles con textos latinos hallados en la península Ibérica, de los que una veintena tienen relación con él[115]. Dentro de ese grupo se cuentan dos piezas que son particularmente interesantes porque constituyen el único testimonio del ideario político que Sertorio pretendía legar. Por una de las caras se puede leer Q(uintus) Sertor(ius) proco(n)s(ul) y, por la otra, Pietas; nos informan, en consecuencia, acerca de uno de los valores con los que el de Nursia deseaba ser identificado: la pietas[116]. Concepto que, de acuerdo con Beltrán Lloris, debería ser entendido como una proclamación de patriotismo de Sertorio, de su actuación conforme con el respeto al régimen romano que Sila había derrocado violentamente. A. Manchón ha sostenido que detrás de dichos proyectiles se escondería un doble propósito propagandístico claro, consistente en subrayar la legalidad de la posición de Sertorio al enfatizar su cargo de procónsul y, a la vez, manifestar su devoción por la Urbs mediante el término Pietas (erga patriam)[117].
F. García Morá ha destacado que con la guerra sertoriana se acentuó la italianización de Hispania y que dentro de los propósitos de Sertorio nunca se encontró el apartar a la Lusitania de la corriente civilizadora superior que representaba Roma. Esto sería una razón más para eliminar el calificativo de traidor al de Nursia, ya que siempre respetó el orden institucional republicano en el que se educó y formó, incluso más que Sila o el propio Pompeyo[118]. En una línea similar se sitúa J. M. Roldán, quien admite que el proyecto político de Sertorio asociado a Hispania no significaría otra cosa que un medio, producto de las circunstancias, y nunca un objetivo final al margen de Roma[119].
L. de Michele ha planteado, más recientemente, otra perspectiva para comprender la actuación sertoriana. Establece esta autora una analogía entre el comportamiento de Sertorio y el de Fimbria en Asia Menor y argumenta que lo fundamental en el de Nursia es «lo spirito di contrapposizione ideologico nei confronti di Silla, e non di Roma»; es decir,