Alce Negro viaja a Europa, conoce el origen de los wasichus (blancos), conoce Occidente y habla del hijo del Gran Espíritu que ya se presentó en época inmemorial a los wasichus, pero éstos le habían matado. En la visión de esa Tierra Nueva, Alce Negro la describe como un hermoso pais, límpido y verde en la luz viviente, además continúa con que «doce hombres me abordaron… veía a nuestro padre, el jefe bípedo… era un hombre erecto, con los brazos abiertos… le miré con atención y no pude descubrir a qué pueblo pertenecía, no era wasichu ni indio».
Vemos, pues, que no es la raza física lo que lo caracteriza.
Como despedida, Alce Negro lleva a sus discípulos a un monte sagrado –Harney Peak– para realizar su última oración; su fracaso fue su triunfo. Sus enseñanzas no podían estar reducidas a una tribu, su pueblo es toda la Tierra, en ella no caben wasichus ni indios, pues no caben separatividades. Neihardt, observando la oración del viejo guerrero en la montaña describe: «quienes escuchábamos advertimos que finas nubes se habían acumulado sobre nosotros. Empezó a caer lluvia menuda y fría, y resonó sordo, murmurante, un trueno sin relámpagos; mientras, Alce Negro ora: “En la angustia alzo mi voz ¡Oh seis poderes del mundo!… ¡haced que mi pueblo viva!” El anciano estuvo callado durante varios minutos, con la faz alzada, llorando bajo la llovizna… y poco después el firmamento se aclaró.»
Procedente del lejano Tibet, Chögyam Trungpa Rimpoché conecta con la visión del guerrero del corazón, senda que lleva a Shambhala. Trungpa, que huyó con la invasión china, es otro maestro de esa diáspora que nutrió a Occidente con las enseñanzas milenarias. Maestro de meditación, fundó el instituto Naropa en Boulder, Colorado, y fue presidente de la asociación Vajradatu, asociación budista que abarca más de cien centros en todo el mundo. Sus enseñanzas inciden en la vida cotidiana, concretándolas en el ajetreo occidental que él llega a conocer muy bien, y elevando la experiencia cotidiana al nivel de la sacralidad. Por ello son de gran valor. Reconoce que estas enseñanzas tienen una estrecha relación con los principios budistas, y su origen se remonta a las antiguas enseñanzas preindustriales del Tíbet, India, China, Japón y Corea.
Shambhala es lo que el mundo hoy necesita, algo de lo que ha sido privado, enseña Trungpa, algo que une los principios de lo sagrado, lo digno y lo guerrero para crear una sociedad iluminada. Como Alce Negro, las enseñanzas de Trungpa pertenecen a toda la humanidad. El mito de Shambhala nos quiere llevar hacia la bondad y la sabiduría naturales que el ser guarda en su interior, y su despertar es llegar al reino de Shambhala, a esa sociedad iluminada, reconociendo que este mundo que tenemos es básicamente bueno. Enseñanzas necesarias para salir de una manera colectiva de la confusión que reina en nuestros tiempos, enseñanzas cuya clave reside en no tener miedo de quienes somos, no tener miedo de nosotros mismos. Que la vida cotidiana sea buena y auténtica sin desesperar de nada ni de nadie, pregona este maestro cuya disciplina se basa en la meditación sentada. Una bondad fundamental que es incondicional o primordial y que conecta con ese orden natural que nos permite sobrevivir, que conecta con el bodhicitta, que significa corazón despierto. Trungpa explica con una gran claridad el proceso del guerrero, lo que es de una gran utilidad para los buscadores de hoy. Critica a una sociedad que se medica o se evade para ocultar el miedo, expresando así una cobardía que intenta vivir la vida como si no se conociera la muerte. Por eso luchamos contra un aburrimiento angustioso que nos acerca a nuestro miedo. Sin embargo, el guerrero se arma de intrepidez no exenta de tristeza y ternura y se encamina hacia la visión del Sol del Gran Este, consciente de que el mundo que le rodea de comidas envasadas y vacaciones organizadas, de la cerrazón oscura, pertenece a la oscuridad del sol poniente, donde no hay lugar para la vivencia plena y adecuada de la realidad.
El guerrero jamás descuida su disciplina, que es la expresión de la bondad fundamental, sin engaños, para soltarse en el descubrimiento de la energía fundamental: el caballo del viento. El guerrero no abandona y mantiene su lealtad hacia los seres sintientes que se hallan presos del sol poniente. Todos estos mensajes están dirigidos a una sociedad que ha abaratado el placer, disminuido el gozo y automatizado la felicidad, para que recupere la magia de la realidad con el espíritu práctico de la Tierra, en un mundo que tiene un orden, un poder y una riqueza que pueden enseñarnos el arte de dirigir nuestra vida con bondad hacia los otros y hacia nosotros mismos, respetando la presencia del espacio, del vacío libre de referencias bajo las dignidades de lo manso, lo vivaz, lo desmesurado y lo insondable.
Trungpa aboga por una introducción de las enseñanzas orientales con orden y concierto, teniendo en cuenta las diferencias culturales de los dos polos. Sobre las enseñanzas budistas del abhidharma opina que ya adelantaban lo que muchos psicólogos modernos acaban de descubrir. En ellas la creación del ego es un proceso neurótico basado en la ignorancia. Trungpa enlaza estas enseñanzas que entroncan con los conocimientos psicológicos occidentales. Así pues, comenta los skandas en relación con los bloqueos de todo tipo, de manera que resulta una joya indispensable para profundizar en los procesos psicológicos humanos de una manera clarificadora y sintetizadora, así como de una profundización en los procesos del despertar, cuando el miedo enseña de verdad sus amenazadoras garras por temor al vacío y a la falta de referencias, en ese delicado momento del proceso. Las enseñanzas se encaminan hacia un descanso del guerrero en sí mismo, sin temor a lo desconocido, a lo manifestado y sin las barreras de la esperanza. Así describe los cinco skandas: la forma, la sensación, la percepción, el intelecto, la consciencia. La verdadera comprensión, según Trungpa, reside en que ésta es en sí una apreciación directa y simple, siendo la demencia una distorsión de la consciencia (quinto skanda) que ocurre cuando se pierden todos los criterios en este nivel y cuando se distorsiona la medida interpersonal, lo cual tendría que ver con el egocentrismo. Pero la curación es posible partiendo de un nivel de relación de supervivencia.
Las enseñanzas del abhidharma explican que se ha de empezar por abajo, por el trabajo sucio. Por eso el proceso comienza por el dolor, lo cual es imprescindible para poder subir posteriormente. Incluso se pueden combinar los dos enfoques, el erudito y el del practicante, bajo los cuales está la responsabilidad y la capacidad de entender del practicante, entrando así en una enseñanza milenaria que, sin embargo, cada vez que se produce es como el buen pan recién salido del horno, haciendo frente a la multiplicidad de opciones que podemos tener por delante, pero sólo una de ellas está esperando en el medio del camino.
Taisen Deshimaru nos hizo vivir el zen japonés. Llegó a París a finales de 1967 y con ello aportó a Europa la práctica del zen –el zazen– ya que antes predominaba un conocimiento intelectual. De nuevo Oriente-Occidente. Su misión transmisiva se extendió por todos los países europeos y algunos americanos. Es un zen al que me gusta llamar marcial, es el de sentarse como un capitán frente a su ejército y no como un saco de patatas, con una atención en el vacío que no permite enredarse en el circo del fenómeno. Es decir, cuidar una postura cuya elegancia se extienda al cuerpo y al espíritu. El roshi Deshimaru fue superior del soto zen para toda Europa, un zen -en la línea soto– que se basa en la práctica, como hemos dicho, y que no utiliza el koan. También nos legó todo su camino de aprendizaje y peregrinación hasta llegar a su destino europeo, e incluso al parecer hasta dar charlas en la calle al principio, asisitir a reuniones y fiestas para dar a conocer