En Trascender el ego (1993) que F. Vaughan nos recomendó por carta y que además ha sido editado por ella y Roger Walsh, se desarrolla una síntesis sobre la definición de lo transpersonal que puede ser considerada tal vez como poco concreta; desde luego es una posición ecléctica e integradora, es decir transconcretadora de los procesos teóricos y prácticos que pueden desembocar en una interrelación multidisciplinar que dé paso a un movimiento regenerador a escala planetaria. Tal vez tengamos que añadir que, al fin y al cabo, lo transpersonal es una “actitud” ante la vida que lleva tras de sí una vivencia de la realidad no-ordinaria en la ordinaria. Según Roger Walsh y Frances Vaughan las experiencias transpersonales pueden ser definidas como las realizadas más allá de lo individual o personal, abarcando amplios aspectos de la humanidad, de la vida, la psique y el cosmos. En las disciplinas transpersonales sus practicantes tratan de expandir el cometido incluyendo los fenómenos transpersonales y sus experiencias. La psicología transpersonal es el estudio psicológico de las experiencias transpersonales y sus correlatos: naturaleza, variedades, causas y efectos. Existiría también una psiquiatría transpersonal con un interés particular en la clínica, una antropología transpersonal etc., según el proceso que aspira a desarrollar el más alto potencial de la humanidad. Esta definición no excluye ni invalida lo personal, ni se aferra a una filosofía particular o concepción del mundo, ni a un método particular, ni se compromete en una interpretación específica de las experiencias transpersonales, ni vincula las disciplinas a una ontología particular, metafísica, filosofía o religión. Por lo tanto en el amplio espectro que propugnan estos autores las experiencias transpersonales pueden ser interpretadas de muchas y diferentes maneras: pueden ser religiosas o no, teístas o ateístas. Más bien existiría una aceptación de diversas posiciones, las que conjugan lo vertical con lo horizontal o bien las que se decantan por el predominio de una de ellas. El aspecto importante que señalan los autores es la complementariedad de los diversos puntos de vista; en ello estaría la posición mas definida de lo transpersonal como integradora de lo llamado los “tres ojos del conocimiento”: sensorial, introspectivo-racional y contemplativo, a diferencia de otras disciplinas que se definen por algunos de estos aspectos ignorando el resto. Con respecto a la relación entre la religión y la psicología transpersonal, se han de considerar como campos diferentes aunque haya contactos parciales de interés y significativas diferencias, pues en la psicología transpersonal no existen credos ni dogmas, ni se demandan unas particulares convicciones; más bien se adhiere a una amplia posición científica, filosófica y experiencial para comprobar todas las pretensiones y aceptando normalmente que las experiencias se pueden interpretar religiosamente o no, según las preferencias individuales. Asimismo, en el carácter interdisciplinar, en lo Transpersonal, se pretende llegar a establecer la contribución e integración de las diversas escuelas. Finalmente estos autores están muy interesados en la importancia de la visión transpersonal que recupera las antiguas ideas, las prácticas contemplativas, métodos ancestrales, la consciencia no-ordinaria, etc., rehabilitando las experiencias transpersonales relegadas como patológicas o irracionales por la oficialidad, y asumiéndolas como una evolución en la trascendencia del ego. Es la integración de lo transcultural, la apreciación de otras religiones y filosofías, de las artes; lo que es de importancia decisiva para sumar a la gran tradición de la humanidad, para llegar a ampliar la visión de la naturaleza humana y del cosmos, descubriendo un universo vasto y misterioso, descubriendo unos reinos a los que no llegan los instrumentos físicos. Bajo este comprensivo y amplio acercamiento se aboga por que el ser humano acceda a las extraordinarias posibilidades que le brinda la visión transpersonal del cosmos. Frances Vaughan concreta que «la psicología transpersonal se ocupa de las experiencias y aspiraciones que impulsan a los seres humanos a buscar la trascendencia, y de la capacidad curativa de la autotrascendencia»
Para ella el proceso interno que comienza en el nivel existencial como una búsqueda del sentido de la vida termina conduciendo a una desidentificación del ego y al despertar transpersonal, e incluso concreta que el desarrollo transpersonal comienza en el cuarto chakra y finaliza cuando los siete chakras están abiertos, estableciendo una diferencia entre las enseñanzas provisionales que trabajan con la autoconsciencia egoica y dualista para aliviar el sufrimiento, mejorar la calidad de vida y favorecer la evolución de la consciencia, y las enseñanzas definitivas, que, por el contrario, nos recuerdan la unidad subyacente del espíritu presente en todos los seres tras cualqier actividad y bajo cualquier forma. Entre éstas estarían las experiencias cumbres pues llevan consigo un cambio de actitud, cambian enteramente los puntos de vista y crean una nueva apreciación e intensificación de la consciencia del mundo.
Hacia el entendimiento de esas dos concepciones tendería el comentario de Grof, preocupado por la coherencia del nuevo paradigma y por la necesidad de un cambio global armónico, atribuyendo a Arthur Young ese mérito de salvar la brecha entre ciencia, mitología y filosofía perenne.
El colapso del mecanicismo newtoniano abre la vía a estudios antes ridiculizados entre los que Grof señala las investigaciones sobre estados de consciencia, terapia psiquedélica, experiencial, parapsicología y tanatología, etc., estudios que se incrementan desde que Jung abriera paso a lo transpersonal con el inconsciente colectivo, trascendiendo las fronteras del individuo, transpasando las barreras del espacio y del tiempo, valorando el papel de las plantas psicotrópicas en las culturas del planeta. Estados de consciencia en los que la identidad se puede expandir más allá de la imagen corporal, abarcando a otras personas, grupos, otros seres y animales, a la humanidad y al cosmos, que en estados ordinarios se encuentran fuera del ámbito del sujeto. (Adelantemos que un síntoma pertenece en su nivel a un estado modificado de consciencia.) Experiencias que llevan consigo visiones arquetípicas con secuencias mitológicas de diferentes culturas: las más abarcadoras son de índole cósmica y trascendental, es decir emergencias espirituales y crisis transpersonales que la ciencia occidental rotuló como procesos psicóticos y los psicoanalistas como regresivos, considerando lo religioso como lo neurótico-compulsivo. El psicoanalista Franz Alexander llegó a tachar a la meditación budista como catatonía inducida. Para los antropólogos occidentales los chamanes son enfermos mentales, esquizofrénicos. Todo esto, fruto de la rigidez mental y de la ignorancia, –es decir, de nuestro propio miedo– puede ser rebasado si esa nueva ciencia abre los caminos para entender que la razón occidental no tiene la panacea ni la posesión absoluta de la verdad. Es cuestion de abandonar o no la soberbia.
Hace unos días tuve que hacer una reseña para un congreso de lo que creo que es la psicología transpersonal. Lo incluyo como aporte que pretende clarificar los caminos transpersonales en los que, por su juventud, a veces se producen lógicas interferencias.
Cuerpo-consciencia-cosmos
Las orientaciones de la psicología nacen en el seno de las necesidades de su tiempo. En el presente, lo transpersonal es respuesta a una búsqueda tan actual como ancestral, es la de rasgar el velo que cubre la trama, desde lo individual a lo universal.
Como disciplina presenta:
Una transmentalidad: el hombre no está en un estado terminal de evolución, en su hoy trastocado mundo ansía un nuevo instrumento interno que revalide y transvase una mente dualista y febril. Supone una apertura, para que la consciencia-energía emerja y ofrezca un nuevo orden en el caos.
Una trascendencia: reconocida en lo intuitivo o espiritual como principio y guía desde lo cotidiano a lo infinito. Lo transpersonal prepara el acceso a los nuevos planos evolutivos de conocimiento, donde lo inefable marca el límite. En la trascendencia hay una dirección sublime que impide engancharse en el camino. La consciencia-energía hace que cada acto sea en sí mismo un escalón hacia ella, continuo flujo de vida.
Una transindividualidad: que permite el paso a una identificación amorosa, natural y espontánea del hombre con su entorno: los demás hombres, animales, vegetales, cosas… para que la puerta de la sinergia descifre la aparente casualidad y se conecte con ese mecanismo que rige las cosas que pasan.
Una