El principio del mal. Nadia Noor. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nadia Noor
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417516499
Скачать книгу
significaba esperanza. Esperanza de que en algún momento sus tristes días grises, terminarían. Más animada, cogió el mando y presionó un botón que puso en marcha el motor de la cama. El cabezal de la misma comenzó a elevarse y ella lo paró cuando llegó a la posición deseada. Era un ritual que hacía todas las mañanas para aliviar a su marido la presión de la espalda. Los médicos le habían asegurado que, mientras estuviera en coma, no debería sentir dolor ni molestia alguna, pero Bianca quería mantener su cuerpo controlado para ahorrarle complicaciones cuando saliese de ese estado. Al tenerlo medio incorporado, le acarició la cara y depositó un beso cargado de ternura en su mejilla. Después, le agarró por los hombros y lo giró de lado. Le desató la camisa de hospital que llevaba puesta y le untó la espalda con una crema relajante. Mientras sus dedos recorrían la piel desnuda, sus ojos se llenaron de lágrimas a causa de la impotencia y la desazón que sentía. La parte de los cuidados en donde tenía que tocarle la piel, le afligía y entristecía siempre. Acarició con la mano el perfil de sus hombros y de sus brazos bien formados y pegó su mejilla en los omoplatos para escuchar de nuevo los latidos de su corazón. Se sentía ridícula, patética y muchos adjetivos más, pero era el único consuelo que tenía. Se limpió las lágrimas con la manga de su vestido y juntó dos almohadas sobre las cuales dejó descansar las piernas de Max. El fisioterapeuta de guardia se suponía que debía de hacer ese ritual todos los días, pero ella era enfermera y sabía que, en un hospital, no todo lo que se debía se hacía, por falta de medios, tiempo o simplemente ganas.

      Mojó una comprensa en agua y limpió su cara con sumo cuidado. Se entristeció al ver el tono grisáceo de su piel y la expresión enfadada de su rostro. Había adelgazado muchísimo y sus mejillas parecían haberse escondido. Su mirada traviesa y seductora de antaño estaba apagada, oculta bajo la cortina formada por sus generosas pestañas oscuras. Se había encargado de afeitarlo y cortarle el pelo con regularidad, puesto que Max era muy presumido y ella quería que él tuviese el mismo aspecto cuidado de siempre. Se sentó en el sillón del acompañante y le tomó la mano con delicadeza. Se le veía delgada e inerte, como un trozo de carne que espera ser fileteada para echarla a una sartén caliente.

      —Hola, Max. ¿Cómo te encuentras hoy? Te echo de menos. Mucho. —Lo miró expectante, esperando alguna pequeña muestra de reacción por su parte. Un leve parpadeo de pestañas, un vuelco involuntario de algún músculo de la cara… un amago de sonrisa, algo. Nada. No había nada—. Bueno, hoy parece que tampoco tienes ganas de hablar conmigo y… esto es muy frustrante. Los médicos dicen que deberías de haber despertado hace tiempo, no se explican el porqué de tu estancamiento… ahí dónde sea que estés. —Lanzó un suspiró hondo—. Lo llaman un mecanismo de autodefensa, ¿pero autodefensa de qué, Max? El mundo ahí fuera es complicado, pero siempre lo fue y, el Max del que yo me enamoré, no era un cobarde. El hombre que amo con todas mis fuerzas es un tipo fuerte, luchador y valiente. No se rinde ante nada y sigue sus metas hasta conseguirlas. ¿Te acuerdas del día en que nos conocimos? Me miraste de un modo tan intenso y seductor que pensé que me desmayaría. Con el pulso desbocado y el corazón alocado tuve que encontrarte la vena, pinchártela y sacarte seis largos tubos de sangre.

      Sonrió con amargura y le soltó la mano. Ocultó su rostro entre sus manos, apoyando la cabeza en ellas, y comenzó a sollozar. Las lágrimas le ardían el rostro y su corazón latía a un ritmo desbocado. Notó una fuerte presión dentro del pecho y el convencimiento de que él la estaba llamando, la dejó perpleja. Era como un velo fino de magia que se cernía sobre ella, llevándola a un mundo lejano, a su mundo. Le volvió a coger la mano entre las suyas y le dio un fuerte apretón. Un leve cosquilleo en su dedo menique le hizo estremecerse. No, no lo había soñado, Max había dado una pequeña muestra de querer volver.

      —¡Vamos, Max, puedes conseguirlo! Vuelve, vuelve, cariño. No puedes dejarme sola.

      Esperó unos segundos presa de una importante expectación y, al ver que no ocurría nada más, se sintió doblemente desdichada. Le zarandeó los hombros entre sollozos y suspiros con la esperanza de hacerle reaccionar. Un pitido largo sonó en el monitor de constantes vitales y, en cuestión de segundos, una enfermera entró en el cuarto. Se acercó a ella y la apartó del cuerpo de Max. La reprendió con la mirada al tiempo que acomodaba los brazos de él sobre la cama y le bajaba su cuerpo en la misma posición horizontal de siempre. Bianca observó la forma de la figura de su marido bajo la almidonada sábana de hospital, y pensó que tenía una apariencia desoladora, parecía un cuerpo sin vida. Su Max lleno de inquietudes y de espontaneidad, ya no era nada.

      —Bianca, vamos, eres enfermera. Sabes mejor que nadie que no despertará si le zarandeas. No pierdas la calma con él, de lo contrario daré parte. No es la primera vez que lo haces y le puedes provocar daños —le regañó su compañera, al tiempo que posaba en ella una mirada cargada de lástima.

      Bianca bajó la cabeza arrepentida. Le pidió perdón con los ojos, sabiendo que la enfermera de guardia tenía razón. Debía mantener la calma y esperar.

      —No volverá a ocurrir. Lo hice porque movió el dedo menique. O, al menos eso me ha parecido. Me sentía muy impotente, estando ahí sin hacer nada. Déjame una hora a solas con él. Me dio la impresión de que me estaba llamando, me sentaré a su lado por si la cercanía le ayudase en algo. ¡Por favor!

      —Vale, tienes una hora. —Asintió y salió.

      Bianca se quitó las sandalias y se puso unos botines de protección confeccionados de papel desechables. Se tumbó al lado de Max y se abrazó a su cuerpo. Durante unos largos minutos no ocurrió nada; solo él y ella, abrazados como en los viejos tiempos. Muy pronto se sintió reconfortada por el calor de su cuerpo y el zumbido de su corazón. Le besó la comisura de sus labios y le dijo en voz baja:

      —¿Te acuerdas de mí? Decías que era superior a tus fuerzas dormir en la misma cama conmigo y no desnudarme. Y ahí estás, sin querer mirarme, siquiera. Por favor, abre los ojos, aunque sea una última vez. Necesito tu fuerza. He intentado ser valiente, todo allí fuera se me ha hecho muy complicado, pero ya no puedo más. Sé que estás atrapado en algún rincón de tu mundo, pero si me quieres de verdad, encuentra la manera de volver. Eres un chico de recursos, el chico que halla la solución a un problema hasta cuando no lo tiene. ¡Encuéntrala ahora! ¡Hazlo por mí! —Depositó un beso largo y necesitado en sus labios inertes y comenzó a llorar.

      El cansancio y los sentimientos frustrados la dejaron exhausta. Necesitaba dormir al menos un par de horas para recargar fuerzas. Se levantó de la cama y acudió al baño. Se miró al espejo y sus ojeras exigían un buen descanso. Alejarse de todo y dejar de pensar. Se lavó la cara con agua fría, se recogió el pelo despeinado y salió de la habitación doce sin despedirse.

      Una media hora más tarde, la joven llegó a su nuevo apartamento y se recostó en el sofá. No se quitó el vestido ni las sandalias, ni hizo el menor intento de arrastrarse hasta el dormitorio. Mientras hundía la cabeza en la almohada de plumas se preguntó si Max aprobaría los cambios que se había visto obligada hacer. Tras el accidente, todo su mundo se había venido abajo. Una hora antes de sufrirlo, Max presentó la renuncia en su trabajo por lo que el bufete no se hizo cargo de nada. Ni del hospital, ni de las facturas, ni mucho menos de seguir pagándole el sueldo. No pudo tampoco reclamar nada a la seguridad social, puesto que su marido no figuraba como empleado, ni costaba inscrito en el paro. Era de risa, puesto que de una situación personal a otra había trascurrido tan solo una hora, pero todos los responsables echaban la pelota en el tejado de otro y se quitaban la responsabilidad de encima. A toda esta dramática situación, se juntó la trágica circunstancia de Mary. Había luchado como una campeona, pero no pudo superar los daños cerebrales y, finalmente quedó en estado vegetativo. Debido a que la policía señaló como único culpable del accidente a Max, sabía que algún día, Thomas le pediría una indemnización por daños y perjuicios. Bianca tenía la intención de pagarla de todos modos, era lo mínimo que podía hacer por Mary, aun cuando no sabía de dónde conseguiría el dinero. La situación económica en la que se encontraba era más que precaria y, para salir de las deudas, la joven puso el ático de Max a la venta.

      Un astuto agente inmobiliario supo ver lo necesitada que estaba y le hizo una oferta muy por debajo del valor real del inmueble, pagándole ochenta mil libras