El principio del mal. Nadia Noor. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nadia Noor
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417516499
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y, como consecuencia, sintió unos fuertes pinchazos en el cráneo. Lo último… lo último… fue… ¡El despido! Una cascada de emociones se desató en su interior y recordó haberse sentido aliviado, arrepentido y asustado. Toda esa mezcla de sentimientos le pudo haber dejado medio atolondrado, pero no hasta el punto de tener las piernas inmovilizadas y los ojos cubiertos de vendaje. ¿Qué era lo que había hecho después? Mary había subido a su coche y él había puesto rumbo en dirección a la casa de ella.

      —¡No! ¡El coche! ¡Los faros y el choque! ¡No! —chilló atormentado mientras un estridente pitido comenzaba a sonar con fuerza en su cabeza. La rotura de un cristal y los gritos de Mary le hicieron perder el conocimiento. Lo último que visualizó fue a su compañera, tendida en la calle, en medio de una mancha oscura de sangre.

      Cuando despertó de nuevo, no supo apreciar el tiempo que había pasado sumido en la oscuridad. Podrían haber sido minutos o incluso días. Sentía su cuerpo debilitado y en una especie de trance. Notó que unas manos cálidas le acariciaban el brazo y le conectaban una correa sobre el mismo. A Max le llegó un olor familiar, una mezcla de flor de naranjo y limón, o puede que lima, no pudo apreciarlo muy bien. Inspiró con avidez y comprendió que se trataba de una esencia conocida que él amaba. Tras bucear en las redes de su memoria, recordó que se trataba del perfume de Bianca. Se alegró al saber que la tenía cerca y puso todo el empeño que fue capaz de reunir para intentar abrir los ojos, pero no lo consiguió. La llamó de forma desesperante, aunque pronto comprendió que la voz no salía de su garganta. Se sentía atrapado en el cuerpo pesado de un muerto. Era como presenciarse a sí mismo desde algún lugar desconocido. El simple pensamiento le hizo estremecerse. ¿Y si había fallecido?

      Intentó quitarse de encima esa horripilante idea, pero una voz envenenada le gritaba en su cabeza que aquello podría ser cierto. Lo había visto multitud de veces en las películas; una vez que la vida abandonaba un cuerpo, el alma del difunto fluía un tiempo sobre el mismo. Sintió miedo ante la idea de haber muerto. No obstante, si lo estaba ¿por qué percibía los olores? Había olido el perfume de Bianca, de eso estaba seguro. Sobrecogido, se preguntó si las almas podrían sentir. Su corazón dio un vuelco cuando los dedos de Bianca se posaron sobre su frente y la suavidad de sus labios rozaron su mejilla.

      «Siento su olor y el tacto de sus labios, no puedo estar muerto», pensó. «Si no lo estás, demuéstralo, abre los ojos», le pedía una vocecita en su cabeza.

      Hizo un gran esfuerzo para abrirlos, incluso lanzó un grito largo y desesperado, pero sus párpados no lograron despegarse, ni su voz llegó a traspasar su garganta.

      «No estoy vivo, pero tampoco estoy muerto, ¿qué es lo que me pasa entonces?».

      Una horrible tristeza se instaló dentro de él y la angustia que se apoderó de todo su ser le hizo perder el contacto con la realidad.

      El joven abogado se vio a sí mismo bajar de su potente BMW y caminar por una acera asfaltada. Vestía un traje impecable hecho a medida, color gris claro, y una camisa oscura. Se dirigía algo preocupado hacia una zona comercial, donde se encontraban algunos locales de moda. Se paró delante del conocido restaurante Tattu y lanzó una mirada al espejo del recibidor para comprobar que su pelo, cortado a la última moda, estuviera perfecto. Sonrió a su reflejo e inspiró satisfecho.

      Max Trent podría preocuparse por muchas cosas ese día, pero su aspecto físico no era uno de ellas. Animado por esos pensamientos positivos, se adentró más en la antesala y pensó que el local que había escogido para esa cita se parecía a una chica que se había maquillado de más. La decoración era muy recargada, hasta el punto de llegar a cansar la vista, no obstante, era atractiva y digna de disfrutar. Los platos llamativos hacían rugir el estómago de cualquiera y el entorno se veía espectacular, en parte, potenciado por el árbol en flor que regía en medio del comedor. Fue recibido con una amplia sonrisa por una camarera amable, quien lo acompañó a su mesa. Pidió un vermut blanco y mientras lo saboreaba, contemplaba su reloj Carter, formado por una esfera blanca y varios puntos negros simétricos.

      Se preguntó ansioso si Bianca vendría. La había conocido una semana antes, el día que el bufete donde trabajaba se volcó con la donación de sangre y, desde entonces, no había cesado en su empeño de tener una cita con la mujer que le había extraído sangre. Ella, de forma muy educada, se encargó de darle largas, pero los ánimos de Max no decayeron, puesto que no le había dicho tampoco el temido «no». El juego de yo te invito y tú me das largas había durado siete días. ¡Siete! Esa misma mañana, un precioso domingo de abril, Max la había llamado, preparado para recibir los bien conocidos «hoy no creo que pueda, tal vez otro día…», pero para su sorpresa, en esta ocasión, le había contestado con un simple y escueto «sí».

      —Entonces, ¿nos vemos a las ocho de la tarde en el Tattu? —le preguntó él, entre sorprendido y complacido.

      —Sí. —Fue su única respuesta y colgó.

      Max volvió a comprobar el reloj y se crispó al observar que habían pasado cinco minutos de la hora acordada. Bianca no era una bellezón, en el sentido literal de la palabra, en sus días de gloria él se había topado con mujeres mucho más exuberantes y llamativas que ella, pero poseía algo tan sutil y deseable que le hacía hervir por dentro. Fue conocerla y darse cuenta de que su vida sin ella sería pobre e insignificante. Una necesidad tan cruda y devoradora, que jamás hubiera imaginado que sentiría por otro ser humano.

      En medio de aquellas profundas conjeturas, hizo su aparición. Caminaba hacia él con paso ágil y comedido y cuando sus miradas se rozaron, su rostro con facciones delicadas se encendió. Vestía de forma muy sencilla, casi sin adornos. Llevaba puesto un vestido de algodón, en tono verde oliva, ni corto ni largo, con mangas tres cuartos y un escote tipo barco, recatado y clásico. Bianca era de estatura media y, cuando llegó a la mesa y él se levantó para recibirla, comprobó que le sacaba una cabeza, por lo que dedujo que mediría menos de uno setenta. La joven se disculpó por los cinco minutos de tardanza, mientras se alisaba su melena sedosa, color trigo tostado, que le llegaba hasta los hombros. Todo en ella era reservado, como si al nacer, su madre hubiese medido los ingredientes que llevaría. Ojos color verde pálido, no muy expresivos pero luminosos y limpios. Apenas llevaba maquillaje y el poco perfume que se había puesto, olía a flores de primavera.

      Comenzaron hablando de la campaña de donación, tema que rápidamente derivó en sus respectivos trabajos. Su educación, unida a su delicadeza innata, hizo que la admiración y el deseo que Max sentía por ella, crecieran por momentos. Si la primera vez que la vio deseó casarse con ella algún día, en ese instante estaba seguro de que lo haría cuanto antes. Y no en un hipotético «algún día», sino lo antes posible. Bianca con sus finas facciones y su tono suave de voz hacía a un hombre sentirse protector y, al mismo tiempo, necesitado. O, por lo menos, así le hacía sentir.

      Mientras tomaban el postre, compuesto por fruta de la pasión con helado de vainilla, decidió poner las cartas sobre la mesa.

      —Mira, espero no alarmarte ni asustarte, porque apenas nos conocemos, pero quiero que sepas que desde el momento que te vi he sentido una conexión especial contigo y mi instinto me dice… —Una repentina ola de calor le encendió por dentro, por lo que Max tuvo que parar de hablar para serenarse. Cogió la copa, bebió un sorbo de vino, hizo una larga inspiración y le tomó la mano entre las suyas—. Siento una necesidad de estar contigo que me asusta. ¡Quiero… que nos casemos! Cuanto antes.

      ¡Ya está! Había soltado la bomba.

      Mientras aquellas alocadas palabras salían de su boca, ella se atragantó con la espuma de frambuesa que se estaba tomando. Tosió un poco y bebió un trago largo de vino. La combinación de espuma y vino hizo que sus labios quedasen coloreados en un sensual rojo intenso. Su mirada verde se agrandó por la sorpresa, pero su carácter amable y prudente, la ayudó a reponerse y dijo:

      —Me siento alagada de que me encuentre tan… tan necesaria en su vida un tipo carismático y arrebatador como tú. Aunque me intimida esta repentina atención hacia mí y no estoy segura de creérmela del todo. —Sonrió—. Puede que te atraiga el mito del abogado y la enfermera, o encuentres algún tipo de morbo en ese sentido. En