El principio del mal. Nadia Noor. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nadia Noor
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417516499
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Un terrible pensamiento se coló dentro de la agitada cabeza de Max. Sus palabras arrojaron una pizca de cordura en su nebulosa mente. Bianca debía de estar casada, fue ingenuo por su parte pensar que una mujer delicada como ella sobreviviera libre en un mundo plagado de cazadores.

      —Imposible, ¿por qué? —le preguntó él al divisar en la mirada de ella una pizca de algo que le dio esperanzas y que no supo cómo interpretar. Puede que, al final, el universo fuera piadoso y ella solo estuviera comprometida.

      Un cúmulo de voces llegó de forma paulatina hasta Max. En un principio, le costó orientarse e intentó moverse, pero al sentir las manos pesadas y los párpados pegados, comprendió que todavía estaba atrapado en algún lugar entre el ensueño y la realidad.

      Al oír varias veces «Mary» y «accidente», sintió una corriente helada circular por su espalda y se estremeció. Procuró captar alguna parte entendible de aquella conversación. Intentó mover los labios y pedir un poco de agua, puesto que la garganta seca le provocaba dolor al tragar, pero sus labios permanecieron sellados y no logró hacerse escuchar. Entonces, se volvió a preguntar si habría muerto.

      «Si es que sí, ¿por qué estoy sediento? Los muertos no deberían tener necesidades primordiales como sed y hambre, ¿verdad?».

      —No puedo imaginarme siquiera vivir sin ella. ¡No puedo! —Unos sollozos intensos rompieron el silencio y, a continuación, Max escuchó el crujido de la ropa al abrazarse dos cuerpos. La voz tranquilizadora de Bianca, de su Bianca, consolaba a un hombre que lloraba angustiado.

      —Thomas, cálmate, aún hay esperanza. Deja a los médicos hacer su trabajo. Mientras el corazón de Mary siga latiendo, hay posibilidades.

      —No las hay, Bianca. Si sobrevive, nunca volverá a ser la misma. Ya has oído a los especialistas esta mañana. Lesiones permanentes, derrame cerebral… De superarlo se quedaría postrada en una cama para el resto de sus días. No quiero que Mary sea un vegetal.

      —Pero eso es mejor que no tener nada —afirmó Bianca intentando animar al hombre que lloraba en su hombro.

      —Y mientras tanto, ¿este cabrón qué hace? Está aquí tan tranquilo, sumido en una confortable amnesia temporal. Apenas tiene unos pocos rasguños, joder.

      —Thomas, no dirijas tu rabia hacia Max, por favor. Él no tuvo la culpa del accidente, o por lo menos, aún no está confirmado que así fuera.

      El silencio, unido al movimiento de la ropa que se tensaba debido al abrazo, hizo que unos flashes desgarradores llegasen a la retina de Max. De repente, las piezas sueltas de su cabeza se fueron enlazando y lo recordó todo. No, él no estaba muerto pero, en ese instante, deseó estarlo de todo corazón.

      3

      Max se adentró en la carretera y giró el volante con brusquedad para incorporarse en el tráfico denso que había a última hora de la tarde. El color rojo chillón de las luces que iluminaban el salpicadero de su coche mostraba con crueldad el veloz paso del tiempo. Se llevó la mano izquierda a la frente y se friccionó en un intento de quitarse de encima la presión que sentía. Eran las diez y media de la noche y aún le faltaba, por lo menos, media hora de camino. Miró de soslayo a Mary y se sintió enfadado con ella por tener que desviarse para acercarla a su casa.

      No obstante, enseguida, se reprendió por esos pensamientos injustos y se centró en la conducción. Pisó el acelerador con más fuerza de la necesaria y su potente BMW respondió a sus órdenes con un rugido ensordecedor. Encendió el móvil y pidió a su controlador de voz comunicarlo con su mujer. Cinco tonos seguidos sin respuesta le confirmaron lo que ya sospechaba. La dulce y siempre comprensiva Bianca estaba enfadada, y con razón. Inspiró una generosa porción de oxigeno y deslizó la ventanilla hacía abajo. El aire fresco de principio de primavera se coló en el interior del coche y le insufló un soplo de energía.

      —Se le pasará —añadió Mary a modo de consuelo, tras presenciar el silencio de Bianca y el consecuente estado afligido de Max—. No te angusties, comprenderá tu tormenta, a veces las mujeres tenemos un pronto intenso, pero ¿sabes?, los intensos suelen ser los mejores, tan rápidos que vienen, tan rápidos que se van. Y después de un intenso, todo sabe mejor, hasta el sexo. —Una sonrisa amistosa cortó el silencio y Max consiguió relajar sus nervios.

      —O sea que… cuanto más tenso, ¡mejor! —repitió complacido al tiempo que giraba hacia una callejuela estrecha que le llevaría a un atajo.

      La calle parecía estar desierta por lo que aceleró de nuevo. Cuando llegaron a mitad de la misma, fue sorprendido por unos faros muy potentes que llegaron de la nada y se acercaban demasiado deprisa. Max se preguntó por una milésima de segundo si habría entrado en una calle prohibida, pero se convenció enseguida de que no, puesto que no era la primera vez que tomaba ese camino. Intentó apartarse hacia un lado, pero la estrechez de la misma le imposibilitó hacerlo.

      Comenzó a tocar el claxon de forma desesperada y a señalizar con los faros para avisar al otro conductor que chocarían. Escuchó los gritos desgarradores de Mary, al tiempo que una luz muy intensa le deslumbró. Frenó en seco y su potente coche se clavó como un ancla en medio del mar; no obstante, debido a la gran velocidad, unida al frenazo, hizo que el vehículo chocara con un bordillo lateral y después contra el otro. Intentó controlar el volante y no dejarse llevar por el incesante mareo que le producían los movimientos en zig zag del coche. Puso todo el empeño del que fue capaz para controlarlo, pero no lo consiguió. De pronto, un choque ensordecedor propulsó los cuerpos de los dos ocupantes del vehículo hacía adelante impactándoles contra el parabrisas.

      Durante unos segundos, perdió el contacto con la realidad y, cuando lo recobró, intentó situarse. Desorientado, observó las luces intermitentes de una ambulancia y, a modo de cámara lenta, se vio a sí mismo tendido sobre una camilla móvil. Acto seguido un celador introducía la camilla sobre la que estaba tumbado en el interior de la ambulancia. Un medico colocó un tubo de plástico sobre su cara, mientras que una enfermera le pinchaba en el brazo alguna medicina. Después, todo se cubrió de silencio y de oscuridad.

      Max agudizó los sentidos para localizar las voces que estaba escuchando a su alrededor. Recordó que se encontraba en el hospital y se preguntó cuántos días habrían pasado desde que tuvo el accidente.

      «Dios, el accidente». Recordó los momentos previos y sintió una corriente helada traspasarle la columna vertebral. Por lo que intuía Mary había salido muy mal parada, y si algo le pasaba sería culpa suya. Comenzó a pensar en el coche que venía de frente y se preguntó si podría haber escogido por error una calle prohibida. No. ¡No! Si eso fuese cierto, él no podría seguir viviendo con esa terrible carga sobre su conciencia.

      Centró todo su poder de concentración en Bianca y la llamó en su mente con una necesidad desgarradora. Desaseaba sentirla cerca de él, escuchar su respiración, inspirar su perfume y recibir una pequeña muestra de comprensión por su parte.

      —Bianca, cariño, necesito que vengas a mi lado. Por favor. ¡Ahora! Tócame la cara y pídeme que vuelva. Si no lo haces, no podré regresar a tu lado. Sin tu ayuda, no puedo hacerlo. —Notó su cuerpo encorvarse bajo la intensa conexión espiritual.

      No sabía si el intento de telepatía que acababa de hacer su subconsciente iba a dar resultado, pero lo había visto multitud de veces en las películas y, francamente hablando, debería funcionar.

      Y funcionó.

      Escuchó cómo Bianca se disculpaba con alguien y oyó con claridad sus pasos acercándose a su cama. Notó que las manos de ella alcanzaron la suya y, tras acariciarle con suavidad, comenzó a desinfectarle las heridas con algún líquido que hizo que el maltrecho corazón de Max se encogiera por el escozor.

      Después, como si hubiese sabido que le dolía, le alivió con una crema calmante y comenzó a taponarle la frente con una venda mojada. El dolorido cuerpo del abogado se relajó, y las palabras de consolación de su mujer reconfortaron sus nervios. Deseó despertar y estrecharla entre sus brazos, decirle que tenía momentos de lucidez, deseaba poder decirle tantas cosas…

      —Max,