El principio del mal. Nadia Noor. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nadia Noor
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417516499
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y, lo poco que le sobró, lo destinó al alquiler de un apartamento pequeño en una zona modesta del sur de Manchester.

      Para hacer frente a las facturas del hospital pidió un crédito y puso a la venta el potente BMW de su marido. Ahorraba todo lo que podía intentando no pensar que algún día ese dinero se terminaría y no tendría otras pertenencias que vender. Según sus cálculos le quedaba dinero para poder mantenerlo en el hospital un par de meses, como mucho. Si en ese tiempo Max no despertaba, se vería obligada a llevárselo a casa. Tendría cuidados, ella misma se encargaría de hacerlo, no obstante, necesitaba seguir trabajando y no podía atenderlo las veinticuatro horas del día.

      Vencida por el cansancio, dejó de preocuparse por el futuro, el dinero, los gastos y los cuidados médicos y sucumbió a un profundo sueño.

      5

      La presión que Oleg ejercía sobre su brazo era fuerte. Bianca hizo un intento de liberarse de su encorsetamiento, sintiéndose de repente muy pequeña bajo su afilada mirada. La sangre comenzó a agitarse en sus venas y el olor del miedo se coló en su interior.

      —No puedes dejarme —le soltó entre dientes, mirándola de un modo intimidatorio—. Eres mi novia de siempre, nuestras familias así lo han decidido hace muchos años atrás. Maldita sea, regreso de la puta guerra y me encuentro que mi futura mujer tiene pájaros en la cabeza.

      Ella parpadeó asustada, intentado ocultar el temblor de sus brazos.

      —Nuestras familias se han quedado estancadas en el pasado, Oleg. Suéltame, me haces daño.

      —No digas bobadas. Nuestras costumbres no tienen que ver con el pasado, ni con el presente, ni con el futuro. Simplemente tenemos que respetarlas porque somos diferentes. No puedes pretender saltarte todas las normas y romper el acuerdo de nuestros padres. Quedarías fuera de nuestro mundo si lo hicieras y lo sabes. —Zarandeó el brazo de su prometida con mucha fuerza y su voz enfadada le golpeó los oídos. Bianca hizo una mueca de dolor mientras observaba como el rostro hermoso de Oleg se impregnaba en cuestión de segundos de odio y rencor. Inspiró una generosa porción de oxigeno, intentando mantener la calma y no derrumbarse. Él se percató de su mirada asustada y aflojó el tensor—. Mój maleńki —moduló la voz, al tiempo que empleaba su lengua materna para hacerla entrar en razón.

      Obtuvo el efecto que deseada, ya que la expresión decidida de los ojos de Bianca y sus ideas alocadas, comenzaron a disiparse perdiendo fuerza. Volvía a ser la chica buena, sumisa y responsable que había sido toda su vida. Tanto Oleg como ella eran hijos de inmigrantes polacos, que habían emigrado en los años ochenta a Manchester, en busca de un futuro mejor. Sus dos respectivas familias pertenecían a la misma aldea y a la misma congregación católica. Fieles devotos y defensores de las tradiciones no habían dejado de lado sus raíces, ni sus convicciones. Criaron a sus hijos bajo reglas y normas estrictas y se encargaron de prometerlos en matrimonio desde adolescentes. Bianca y Oleg fueron inscritos en la misma escuela y cuando cumplieron la mayoría de edad, sus caminos se separaron: ella comenzó a estudiar enfermería, él se alistó en el ejército. Le habían destinado a Afganistán y ganaba un buen sueldo, pero a cambio arriesgaba su vida defendiendo unos intereses y principios que no le correspondían.

      —Me juego la vida cada día para que tú y yo, para que nuestros hijos, tengan un futuro digno. Sabes que la vida de un inmigrante no es fácil, ¿verdad? Nunca te dejarán ser como ellos, siempre habrá alguien de su familia que se encargará de humillarte y decirte a la cara que, a pesar de haber nacido aquí, no eres igual que ellos. —Le golpeó la frente con el índice con tanta fuerza que se tambaleó—. Métetelo en la cabeza, toda tu vida serás despreciada. ¿Esto es lo que quieres? Maldita seas, Bianca, no entiendo por qué has cambiado. Yo te respetaré y te cuidaré. No puedes ser tan tonta como para renunciar a una vida digna a mi lado —la increpó con rabia.

      —Yo… yo lo siento —se disculpó cohibida—. No quiero hacerte daño, nos queremos desde siempre… pero como… como hermanos. El acuerdo de nuestros padres se sostuvo en pie mientras fuimos niños y no supimos oponernos. No tenemos por qué seguirles la corriente, si lo rechazamos juntos, no se sentirán decepcionados. No serás feliz conmigo y yo tampoco. El amor es…

      —¡El amor! —bufó mirándola con desprecio a los ojos—. El amor tiene muchas caras. Demasiadas para que una boba como tú pueda comprenderlas. Te has calentado como una zorra barata y piensas que estás enamorada. Y lo más grave de todo es que, piensas que él también lo está de ti. ¿Crees que un abogado con un futuro prometedor por delante querrá amar a una puta como tú? Solo desea meterse entre tus piernas y darte un revolcón.

      —No soy una… puta. —Las lágrimas ardían sobre las mejillas encendidas de Bianca, puesto que las palabras envenenadas de Oleg consiguieron dar en el blanco.

      Un mar de dudas y malos pensamientos se cernieron sobre ella. Estaba traspasando los límites impuestos por su familia, desobedeciendo las normas y los principios de los suyos. Se había enamorado de un hombre que no pertenecía a su cultura ni a su religión. Si seguía adelante con su decisión, era más que probable que se quedase en tierra de nadie, porque su familia se sentiría traicionada y la expulsaría de su nido. Podría no pertenecer a ningún lado. Ni los suyos ni los de fuera la aceptarían plenamente. Sería una hoja arrancada de la rama de un árbol que flotaría al aire, siendo llevada a terrenos desconocidos. El temblor de su cuerpo le hizo reaccionar y decidió ser valiente. Se dijo que era mejor ser una hoja desarraigada que vivir al lado de un hombre que la humillaba y despreciaba de esa manera. Levantó la vista con coraje y enfrentó la mirada avasalladora de Oleg con valentía. Aun cuando Max no estuviese enamorado de ella, no renunciaría a soñar. Después de haber conocido su forma de amar, su optimismo y espontaneidad, su modo alegre de ver la vida, sabía que jamás podría contentarse con tener a Oleg. Un hombre frío, egoísta, avasallador y de principios machistas. Un hombre que se creía mejor solo por el hecho de ser hombre. Un hombre que imponía su fuerza cada vez que su voluntad se veía desconsiderada. Un hombre que la llamaba «pequeña mía» al tiempo que clavaba los dedos con fuerza en su brazo.

      —No tienes por qué insultarme ni preocuparte tanto por mi futuro. Mi decisión está tomada. No voy a casarme contigo, lo siento. Podemos regresar con nuestras familias, estoy lista para comunicarles mi decisión. —La lucha interna había terminado y el lado valiente de Bianca se proclamó justo vencedor. Había enfrentado sus miedos, a Oleg, ahora le quedaba oponerse a su familia. Estaba decidida a retar al mundo entero por Max, si fuese necesario—. Me casaré con Max, así que...

      —Te arrepentirás —le soltó entre dientes—. Te arrepentirás, suko. —Le apretó el cuello con sus manos grandes y la miró de forma amenazante a los ojos.

      Hundió los dedos en el lugar donde latía su pulso y disfrutó al verla ahogarse. Cuando la cara de ella se convirtió en papel blanco, soltó la presión despacio y de forma paulatina, empujándola hacia la pared en gesto despectivo, le lanzó una última mirada intimidatoria, giró sobre sus talones y salió de su casa dando un sonoro portazo.

      Bianca necesitó un par de minutos para serenarse y recobrar el dominio sobre sí misma. Sabía que no iba a ser fácil dejar a Oleg, pero jamás había sospechado que sería capaz de mirarla con tanto odio y de agredirla físicamente. Exhausta y casi sin fuerzas, abrió la puerta del comedor y se lanzó, sin ninguna medida de protección, al vacio, puesto que sus padres y los de Oleg la contemplaban con caras disgustadas, incrédulos.

      —Yo… yo… lo siento. No me casaré con Oleg.

      El brillo de odio que divisó en los ojos oscuros del corpulento padre de su exprometido, le hizo temblar. Sus piernas apenas se sostenían en pie y creía desvanecerse de un momento a otro. Observó a modo de cámara lenta cómo el señor Zaronski, tomaba con brusquedad el codo de su mujer y la empujaba hacia la salida. Cuando llegaron a su lado, soltó un escupitajo en el suelo, señal del profundo desprecio que sentía hacía ella.

      —Vuestra hija ha deshonrado a mi familia, a nuestro hijo y a nuestra comunidad. Nunca vamos a perdonar esta ofensa. —Y salió dando un sonoro portazo, arrastrando a su mujer detrás de él con rudeza.

      Bianca