El principio del mal. Nadia Noor. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nadia Noor
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417516499
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apoderó de su cuerpo.

      Desconcertado por sus palabras se preguntó a qué se estaba refiriendo. ¿Por qué su voz sonaba acusadora? Sintió cómo los labios de Bianca se posaban sobre su frente, y una caricia delicada calmaba la mejilla dolorida. Intentó de nuevo separar los labios, pero no logró ni siquiera emitir un pequeño sonido. Se sintió desesperadamente deprimido al comprender que se encontraba atrapado dentro de su propio cuerpo.

      ¿Y si nunca lograra volver? La palabra vegetal llegó a sus pensamientos y un miedo atroz se coló dentro de su cabeza. Notó su sangre acelerarse en las venas y la sensación de ahogo le dejó prácticamente inconsciente. La poca cordura que le quedaba fue alterada por una vocecita venenosa que no dejaba de increparle y decirle que estaba atrapado. Intentó agarrarse a la realidad como un naufrago perdido en el mar, pero poco a poco, se vio envuelto por un grueso manto de oscuridad.

      Un dolor agudo en la espalda hizo que Max volviera a ser consciente de su nueva realidad. Despertó animado y con muchas ganas de regresar al mundo. Hizo un gran esfuerzo para moverse un poco y aliviar sus músculos doloridos, pero sus brazos pesaban como el plomo y las piernas parecían empeñadas en quedarse inmóviles. Por lo que había escuchado en los ratos que estuvo consciente, los médicos pensaban que podría tratarse de un coma temporal.

      El término temporal le insufló un soplo de esperanza. Se puso a pensar en su situación, juntado en su cerebro toda la información de la que disponía hasta el momento. Sabía que había sufrido un terrible accidente y la mujer de su mejor amigo estaba luchando por su vida. Se centró en recordar el momento en cuestión, los faros, el otro coche, pero no consiguió visualizar ni recordar nada.

      Bianca llegó a sus pensamientos y el abogado se preguntó cómo se habría tomado la noticia del accidente. No quería ni siquiera imaginarse lo preocupada que debía de estar. Echaba mucho de menos su sonrisa dulce y compasiva, sus muestras de cariño y amor, sus palabras consoladoras. Echaba de menos abrazarla y fundirse dentro de su cuerpo, besarla y hacerle al amor hasta perderse el uno en el otro. Quería bajar de la cama de un salto, buscarla y decirle que toda aquella pesadilla había terminado. Maximilian Trent no se dejaba vencer tan fácilmente. Y ella debía saberlo.

      Eso, en teoría resultaba fácil, no obstante, la realidad se presentaba bien diferente. El estado de impotencia en el que estaba sumido hizo que una horrible tristeza se instalase dentro de él. Se sentía inepto y, aun cuando intentaba animarse con pensamientos positivos, su situación era deprimente. La vocecita venenosa que le acompañaba en sus ratos de lucidez comenzó a reírse dentro de su cabeza:

      «Nunca más podrás abrazarla, ni besarla, ni decirle lo mucho que la amas. Te quedarás aquí, postrado en esa cama de hospital, solo, dolorido y angustiado».

      «¡Noooo!», gritó alterado y volvió a sumergirse en la espiral del tiempo que lo llevó al momento cuando se declaró a Bianca.

      —¿Imposible por qué? —la pregunta salió directa y un poco agresiva.

      Se reprendió al instante al verse invadido por una avalancha de pensamientos extraños que se agolpaban en su mente. Nunca antes había experimentado ese sentimiento de posesión, de sentirse con derechos, ni siquiera cuando ya llevaba tiempo saliendo con alguna chica. Se llevó la mano a la frente en un intento de acallar sus alborotados pensamientos.

      Bianca levantó la vista hacia él, sorprendida. Su mirada amable, en tono verde cálido, se volvió tajante y asombrada, y Max no podía culparla. Cualquier mujer con dos dedos de frente se hubiera sentido de la misma manera. En sus ojos debía de parecer un loco de remate que presumía de sentir una pasión instantánea por una mujer que acababa de conocer tan solo una semana antes. Un abogado desquiciado al que le había sacado seis tubos de sangre y quien, desde entonces, se había dedicado a atosigarla con llamadas, rematando su actitud acosadora con una declaración de intenciones y matrimonio en la primera cita.

      ¡Matrimonio! ¡Dos personas que se habían visto una sola vez! En un contexto nada romántico, además. Visto de ese modo, su actitud, era cuanto menos inquietante, pero Max sabía que ese algo que se había detonado en su interior, nada más conocerla, lo había sentido ella también.

      —Porque tengo novio —le contestó ella tras unos segundos de escaneo recíproco. Un silencio incómodo se instauró entre ellos y Max casi pudo distinguir como sus alborotados ánimos de segundos atrás abandonaban su cuerpo, dejándole débil y derrotado.

      Ya está. La incógnita había sido resuelta: novio. No era una palabra tan latente como marido, pero era latente, al fin y al cabo, porque el estado de novio es el estado previo al de marido… O no.

      No supo cómo, ni por qué lo hizo, pero no se derrumbó al escuchar que la chica de sus sueños tenía novio, sino más bien todo lo contrario. Alargó su mano y la posó con determinación sobre la de ella. La sintió temblando y le dio la impresión de ser reconfortada por su contacto. Se miraron a los ojos con esa intensidad que poseen los amantes, antes de su primera vez. Sus energías se unieron y se acompasaron en la misma onda astral.

      —Dime que no sientes lo mismo que yo y te dejaré en paz —le pidió con el corazón desbocado.

      —No siento lo mismo que tú —le contestó ella en voz baja, en un intento de sobreponerse y tomar el control sobre sus emociones.

      Sin embargo, los dos, sabían que era mentira.

      4

      Bianca acabó su turno en el hospital a las cinco de la madrugada. Se sentía agotada, y hubiera dado cualquier cosa por tumbarse un rato en una cama y descansar. Aunque, antes de marcharse hizo su habitual parada en la habitación de Max. Desde el día que su marido sufrió aquel fatídico accidente habían pasado ciento dos días. Cien largos días de angustia y desesperación, de remordimientos y preguntas vacías. De impotencia y rabia.

      El estado físico de Max era bueno, las pocas heridas superficiales que tenía se le curaron tiempo atrás. No se apreciaban daños celébrales evidentes y los resultados del TAC salían siempre perfectos. A pesar de los buenos resultados médicos que hacían presagiar una inminente recuperación del paciente, seguía sumido en un coma profundo que, según los médicos, era temporal. Todo parecía indicar que debía de haber despertado de ese estado vegetativo hacía tiempo, no obstante, ahí estaba, perdido en su mundo, ajeno a las desgracias de su alrededor. Algunas veces, Bianca sentía que la llamaba y la necesitaba cerca, una especie de conexión más allá de lo comprensible, pero si eso fuese cierto… ¿por qué no despertaba?

      Antes de entrar a la habitación doce, la joven enfermera hizo una parada en el cuarto de baño para arreglar su aspecto. Se lavó la cara con una generosa cantidad de agua fría y se cepilló los dientes con mucho ímpetu. Sabía que su deseo de verse bien ante él era una tontería más grande que una catedral, aun cuando tenía la esperanza de que ese día, fuese el que, al entrar, Max la recibiría con su encantadora sonrisa de siempre. Le diría cosas bonitas, le sacaría una sonrisa y pintaría de mil colores sus interminables días grises.

      Días grises, de esos había a raudales en su vida sin Max. Sin Max… que raro le sonaba imaginarlo siquiera. Mientras estos pensamientos rodaban por su mente, se quitó el uniforme de enfermera y se puso un vestido vaporoso con flores. La primavera estaba en sus días finales y la temperatura era muy agradable. Se echó un poco de perfume floral y se soltó el pelo. Lo cepilló con fuerza y lo recogió en una coleta alta. Se pellizcó sus mejillas para darles color y, tras un último vistazo al espejo, encaminó sus pasos hacia el cuarto de su marido. Antes de entrar, hizo una larga inspiración para prepararse emocionalmente, y abrió la puerta.

      Nada más entrar, se acercó a la ventana y descorrió la cortina metálica hasta el límite permitido. Unos alegres rayos de sol le acariciaron la cara y una ráfaga de aire fresco se coló por la obertura. Se aproximó a la cama de Max y lo escrutó con atención. Aquella mañana ofrecía un aspecto desolador, parecía ido, sumido en un profundo sueño permanente. Su cuerpo era rígido, entumecido, como si la vida le hubiese abandonado y un inexplicable miedo le hizo acercar la cara a su pecho para escuchar su respiración. Relajó su gesto contraído al verse saludada por los latidos rítmicos del