El principio del mal. Nadia Noor. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Nadia Noor
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417516499
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y ganas de superación, le había anclado dentro de un círculo vicioso. Nada más acabar su carrera de Derecho, comenzó a tener sueños caros: un coche moderno, un loft en la mejor zona de la ciudad, ropa estilosa y elegante, restaurantes minimalistas y una novia bonita a la que quiso impresionar con regalos exclusivos.

      Max Trent provenía de una familia humilde que se ganaba la vida trabajando en el modesto negocio familiar; una panadería. Residían en un apartamento pequeño situado en un barrio obrero del sur de Manchester. El olor a pan recién hecho traspasó el fino velo de los recuerdos y Max suspiró confundido. Toda su vida había huido de lo humilde, de la vida anónima y aburrida, de la gente simple y sin aspiraciones. Siempre había deseado ser alguien importante. Y lo había logrado, pero ¿a qué precio?

      Vivía en una excelente barriada de Manchester, conducía un coche de gama alta y se había convertido en un prestigioso abogado. Tras muchas aventuras con chicas despampanantes, había conseguido enamorarse. La mujer que su corazón había elegido, Bianca, era todo lo que un hombre podría desear: pequeña y bien proporcionada, de rasgos dulces y personalidad encantadora. Sin embargo, Max no disponía de tiempo para gozar de lo que tenía. Llegaba a casa tarde, demasiado estresado y cansado para disfrutar. Muchas veces pisaba su hogar de noche y volvía a salir de madrugada. A Bianca la veía entre un suspiro y otro, y su importante carrera se reducía a citas y reuniones con gente sin escrúpulos. Defendía a defraudadores, personas influyentes que se dedicaban a burlar la ley… y los ayudaba a librarse de las consecuencias de sus actos. Y lo hacía para permanecer en el mismo círculo vicioso que le llevaba a todas partes y, al mismo tiempo, a ninguna.

      Dejó descansar la cabeza en sus manos para calmar su agitada mente. Se sentía liberado y, a la vez, preso. Comprendió que su subconsciente estaba aterrado ante los cambios que se avecinaban. Había abandonado la zona de confort y, a partir de ese momento, sus pies pisarían tierras movedizas. No sabía qué esperar de esa nueva vida que se desplegaría delante de él. ¿Y Bianca? ¿Lo entendería? Por primera vez, desde que inició su particular huelga personal, se paró a pensar en ella. Era una mujer simple, de gustos sencillos, dulce y muy comprensiva. En el caso de que tuviesen que mudarse del ático no se sentiría defraudada. Bianca lo apoyaría. No obstante, una vocecita envenenada sembró la duda en su corazón. ¿Seguro? Es fácil aparentar ser sencillo cuando lo tienes todo.

      Recordó el día que la vio por primera vez. Bianca acudió al bufete Bo&Nex, junto a dos enfermeras más, como consecuencia de una campaña nacional de donación de sangre. Hans no aprobaba las interrupciones laborales, pero le gustaba aparentar bondad y generosidad delante de los demás, por lo que obligó a todos los empleados a ir a la sala de juntas para donar.

      Max fue malhumorado, puesto que las agujas le daban pavor. Se sentó en un sillón incómodo y dejó reposar el brazo sobre este en actitud crispada. No le gustaban los pinchazos, ni las agujas ni el olor a desinfectante.

      La enfermera que tenía la tarea de agujerearle el brazo era menuda y vestía un impecable uniforme blanco. Sin saber por qué le analizó las muñecas y, al ver que eran estrechas y delicadas, se tranquilizó. Un repentino e inexplicable deseo de ser tocado por aquellas manos le recorrió de arriba abajo. Ella, ajena a sus desvaríos mentales, se acercó y le sonrió con calidez. Una de esas sonrisas que uno sabe, desde un principio, que dejarán huella en su mundo interior. Cuando le miró fijamente a los ojos, el corazón de Max dio un vuelco y su mirada almendrada se perdió en las profundidades verdes de ella.

      —¡Hola! Soy Bianca, encantada. —Le tocó el hombro en actitud amistosa y añadió—: Prometo no sacarte más sangre de la necesaria.

      —¿Y cu… cuánto es eso? —balbuceó. Los ojos del abogado se agrandaron y los hombros se tensaron de forma evidente.

      —Una bolsa de 450cc —le aclaró ella sacando a relucir una voz dulce y aterciopelada—. Algo así como seis tubos, de los que ves que tengo aquí delante. —La joven le enseñó un frasco delgado de cristal.

      —¿Seis tubos? Me parecen muchos.

      Ella se limitó a sonreírle condescendiente y acto seguido, desabrochó el botón del puño de Max y, comenzó a rular la manga de su camisa hacia el codo. El recorrido de sus dedos sobre la piel de su brazo le supo delicioso. Tan suave y tan deseable. Dejó de estar en guardia, relajó la expresión de su rostro y le mostró una de sus armas más letales: su sonrisa. Ella parpadeó alarmada, se giró bruscamente y cogió una cinta de caucho con la que rodeó el brazo bien formado de Max. Cogió un poco de algodón y lo impregnó en alcohol sanitario. Recorrió el brazo desnudo de él con los dedos, y cuando localizó el pulso enloquecido de Max, se paró y comenzó a frotar sobre el mismo. Un mechón sedoso se escapó de su coleta, y el joven abogado la miró embelesado, deseando poder recolocárselo detrás de la oreja. Jamás había pensado que encontraría una extracción de sangre tan sexy y excitante. Cayó en la cuenta, sobrecogido, que la combinación de todo lo que ella le hacía, le provocaba una creciente excitación.

      «Max, no. No puedes empalmarte ahora mismo, cretino», se reprendió al notar su miembro despertar de una forma más que evidente. La aparición de la temible aguja hizo que su potencia bajara en intensidad y que el corazón le diese otro vuelco. Se aguantó las ganas de salir corriendo y dejó de respirar cuando observó la terrorífica cabeza de la aguja traspasar la piel de su brazo.

      —Tranquilo, será solo un momento. Relaja el brazo, por favor. —El timbre suave de su voz consiguió calmarlo y, al mismo tiempo, inquietarlo. Se preguntó sorprendido cómo viviría a partir de ese día sin escuchar aquella dulce voz. Y en ese glorioso instante, Max decidió que, algún día, él se casaría con esa chica.

      Cuando la extracción hubo finalizado, se incorporó un poco y al encontrarse en su campo visual la bolsa de sangre, sintió que desfallecía allí mismo. Una suave caricia en la mejilla le hizo ver estrellas de placer. Nunca antes una simple caricia le había sabido tan placentera. No, no se casaría algún día con esa chica, se casaría lo antes posible con ella.

      Unos repentinos golpes en la ventanilla del coche, le sobresaltaron haciendo que olvidase sus recuerdos. Levantó la cabeza y se encontró a Mary, su compañera de despacho. No deseaba hablar con nadie, además se había hecho tardísimo, eran casi las diez de la noche, pero sus buenos modales le impidieron no atenderla. Abrió la ventanilla y se esforzó en mostrarle una sonrisa de cortesía.

      —Hola, Mary.

      —Max, tío, ¿te encuentras bien? —La mirada preocupada de su colega le escrutaba con atención—. Dios, no te imaginas la que has montado. Después de que te marcharas, pensé que Hecht nos comería de uno en uno, no sabes qué cara de asesino traía. —Sonrió sin humor.

      —Si no te importa, no quiero hablar de Hans ni de nada de lo que haya ocurrido en el bufete. Estoy cansado y… Bianca debe de estar muy enfadada, hoy es nuestro aniversario. Tengo que irme.

      —Menudo día, entonces. Bueno, sé que no es un buen momento, pero tengo que pedirte un favor, ¿me puedes llevar? Thomas me acaba de llamar para decirme que el coche no arranca y tardaría un año en metro. ¡Por favor! Prometo no abrir la boca durante el trayecto.

      La expresión de Max se suavizó. No era un buen momento para nada, pero comprendió que, ante cualquier calamidad, el curso de la vida seguía inalterado. Su mundo entero se estaba tambaleando a punto de desmoronarse, aunque, en otra parte de la ciudad, el coche de Thomas se había estropeado y su mujer no podía llegar a casa. Mary formaba parte de su círculo íntimo, pues era la esposa de su mejor amigo. De ninguna manera la dejaría tirada. Abrió la puerta del copiloto y la invitó entrar. Arrancó el vehículo y con rapidez se perdieron en la oscuridad de Manchester.

      2

      Un pitido rítmico y algo molesto provocó que Max despertara. Hizo varios intentos para despegar los párpados, pero para su sorpresa, no lo consiguió. Se llevó la mano a la cara y notó que su dedo menique arrastraba un objeto sujeto a una correa. Apartó un hilo de plástico a un lado y consiguió llevarse una mano al rostro. Se palpó los ojos cerrados y comprobó que tenía un vendaje pegado sobre ellos. Procuró incorporarse, sin embargo, no consiguió moverse siquiera. Asustado,