Versión egipcia del Génesis y del Diluvio
El Libro de los Muertos, entre otros textos, nos transmite una versión bastante singular del Diluvio. Tras su salida del «caos» original, Ra, que irradiaba en el firmamento y «visitaba las doce provincias de su reino, pasando una hora en cada una de ellas», perdió uno de sus ojos. Sus dos hijos mayores salieron en busca del ojo sagrado de su padre.[65] Sin embargo, el otro ojo, por el sufrimiento de Ra, se puso a llorar, y de este torrente de lágrimas (erme) nacieron los humanos.
El ojo que faltaba fue luego encontrado, pero mientras tanto «había crecido» otro ojo en la órbita vacía, lo cual dio lugar al tercer ojo de Ra, que se lo colocó en el centro de la frente.[66]
Así pues, Ra fue quien dio origen a la humanidad. Esta reacción, sin embargo, no fue considerada digna de su creador, que decidió hacerla desaparecer luego por un diluvio. Ra blandió entonces su ojo divino, que adoptó esta vez la forma de la diosa Sakhmet con cabeza de leona.[67] Esta llevó a cabo una carnicería tal que Ra se vio obligado a provocar un diluvio para tranquilizar a la diosa y acabar con su acción destructora.
En este caso, se trata de una concepción muy particular del Diluvio, ya que este estaba constituido por el contenido de «siete mil cántaros» de un brebaje particular que se extendía por el suelo.[68] De hecho, se trataba de una mezcla de bebida fermentada[69] y zumo de granada. Este licor rojo alcoholizado, que recordaba hábilmente a la sangre por su color, desvió la atención de la diosa por la carne humana y consiguió que se emborrachara. La especie humana fue entonces salvada de una destrucción total.
Ra reorganizó a continuación la Tierra antes de abandonarla definitivamente, montado sobre la diosa Nut metamorfoseada en vaca,[70] que lo llevó hasta su morada celeste.
¡Cabe reconocer aquí la imagen de la Vaca cósmica «regente y cuerpo» del cielo!
La leyenda de Isis y Osiris
La pareja divina formada por Osiris e Isis desempeña un papel preponderante en el panteón egipcio.
Plutarco, en el siglo ii d. de C., transmite el relato íntegro de su leyenda en el texto titulado De Iside et Osiride.
Osiris aparece como un rey legendario que gobernó Egipto con un gran sentido de la justicia, dando a conocer a su pueblo los frutos de la tierra y las leyes cósmicas.
Su hermano Set-Tifón[71] lo invita durante una comida a probar un gran cofre de madera decorada que había confeccionado en honor de aquel invitado que lo llenara exactamente. Evidentemente entonces Osiris fue asesinado por todos los invitados. Set se deshizo enseguida del cofre en el Nilo, para que su cuerpo llegara hasta el mar por la «desembocadura de Tanis».
Isis, su hermana y esposa –¿podemos ver en ello una alusión al álter ego, al «alma gemela» que expresa la perfecta complementariedad con el dios? – , es informada del terrible drama de la muerte de Osiris y, después de deambular desesperada, la viuda decide buscar los restos de su difunto esposo. Se entera, por unos niños que lo habían visto, del lugar en el que se encontraba el cofre.
Isis descubre también que «Osiris enamorado había tenido, por error, relaciones con Neftis, hermana de Isis, al confundirla con esta».[72] De la unión de Osiris con Neftis, esposa de Set (Tifón), había nacido un niño llamado Anubis, que se convertiría en el dios cinocéfalo psicopompo, conductor de almas.[73]
Asimismo, Isis descubre que un tamarindo había rodeado el cofre al crecer a su alrededor y lo ocultaba. El rey de Biblos, Maleandro,[74] había decidido entonces cortar el tronco y hacer con él una columna para sostener el techo de su palacio.[75]
Isis, gracias a su incomparable encanto, no tuvo ninguna dificultad para llegar a ser la amiga íntima de la reina Nemanus. Se convirtió en la nodriza de su joven hijo, al que llevó progresivamente hacia la senda de la inmortalidad. La reina, al reconocer en ella a la diosa Isis, aceptó devolverle el sarcófago de Osiris, oculto en la columna del palacio.
Isis, antes de regresar a Buto, en donde había dejado a su hijo Horus,[76] decidió depositar los restos de Osiris en un lugar seguro, pero Set-Tifón, al caer la noche, lo descubrió y lo cortó en catorce pedazos[77] que repartió por todo el país.
Isis se puso entonces a buscar todos los trozos del cuerpo de su esposo, para darle una sepultura decente en cada uno de los lugares. Los halló todos menos el miembro viril, que Tifón había arrojado al río y que había sido devorado por los peces. Isis lo sustituyó por un objeto simbólico que enterró.
Por su parte, Horus, ya adulto, decidió vengar a su padre Osiris. Este regresó de los Infiernos para apoyar a su hijo en su lucha contra Set-Tifón. Tifón consiguió arrancar un ojo a Horus, pero este lo recuperó y se lo ofreció a su padre. Según los Textos de las Pirámides, así fue como Osiris logró resucitar.
Horus, descendido a los Infiernos tras librar una batalla con Set-Tifón, saca a su padre de su torpor con las siguientes palabras: «¡Osiris! ¡Mira, Osiris! ¡Escucha! ¡Levántate! ¡Resucita!».
Horus fue coronado rey, mientras que Isis dejó desgraciadamente escapar a Set-Tifón. Horus, furioso, arrancó por despecho la diadema real de Isis. Tot reemplazó entonces esta corona por un tocado con cabeza de vaca,[78] y se siguió produciendo la lucha perpetua entre la luz y las tinieblas, asegurando la perennidad en la renovación cíclica de las fuerzas universales. Tot pasa de hecho por haberse esforzado, en su propia sabiduría, en instaurar la paz entre Set y Horus, y reconciliar así los dos principios contrarios, al establecer los límites respectivos de sus ámbitos de acción (véase Maspero, Histoire des anciens peuples).
Osiris fue, por tanto, un «dios asesinado» que, gracias al amor de su esposa y de su hijo y a la benévola Providencia, logró resucitar.
En su obra Religions de l’ancienne Égypte, Viret menciona la devoción que existe en los lugares en los que se cree que quedó un fragmento de Osiris:
Había en Egipto varias tumbas de Osiris,[79] tantas como fragmentos había hecho Set, su asesino, con su cuerpo despedazado. Sin embargo, sobre todo cerca de la tumba de Abydos es donde una gran cantidad de egipcios píos querían ser enterrados o, como mínimo, representados con una estela después de morir.
Se decía que la cabeza de Osiris había sido enterrada en Abydos, y este antiguo santuario era considerado sagrado por todos, y particularmente venerado bajo el reinado de Seti I. El gran egiptólogo Mariette-Bey[80] emprendió incluso excavaciones en Abydos, pero en vano, si bien descubrió los cimientos de la antigua Thini, donde había nacido Menes, y halló el santuario de siete capillas del faraón Seti I.
Los misterios vinculados a la muerte y resurrección de Osiris se celebraban tradicionalmente en Egipto bajo la forma de drama. Se trataba de auténticas fiestas que conmemoraban la resurrección del Dios; para simbolizarla, los sacerdotes mezclaban granos de trigo y cebada con tierra, como representación del cadáver de Osiris. Se enterraba todo y, cuando las semillas germinaban,[81] Osiris resucitaba. La asimilación con el culto agrario, por tanto, era inequívoca, asegurando así la permanencia ritual de la renovación estacional.
Cabe añadir a esta conmemoración la ceremonia del «levantamiento del Djed» (o «Zed»),