Viéndose totalmente impotente ante la muerte de su amigo, Gilgamesh toma conciencia de la importancia de la vida y desde entonces su único deseo es acceder a la inmortalidad. Recordando que Utnapishtim (Ziusudra), que se había salvado del Diluvio, vivía aún, decide ponerse en su busca.
Después de muchas tribulaciones,[29] a lo largo de las cuales conoce el miedo y penetra en el mundo subterráneo,[30] Gilgamesh acaba descubriendo un jardín paradisiaco cerca del cual conoce a una mujer (o más bien a una ninfa), Siduri Sabitu, a la que interroga para encontrar a Utnapishtim. La ninfa, con la intención de desanimarlo, se esfuerza en dirigirlo hacia los placeres de la vida, pero nada hace cambiar a Gilgamesh en su determinación de conquistar la inmortalidad. Siduri cede entonces ante una voluntad tan férrea y le permite atravesar las «Aguas de la Muerte» para encontrar a Utnapishtim. Este le intima a que pase la temible prueba de una vigilia continua de seis noches y seis días enteros, pero en ella, desgraciadamente, el héroe fracasa y cae en un profundo sueño. Nada más ser despertado por Utnapishtim, toma conciencia de su fracaso:
¿Qué puedo hacer, Utnapishtim? ¿Dónde puedo ir? ¡Un demonio ha tomado posesión de mi cuerpo; en la habitación en la que duermo habita la muerte, y donde voy, allí está la muerte!
Y, en el último instante, en que Gilgamesh se dispone a abandonar el lugar, la esposa de Utnapishtim convence a su marido para que entregue al héroe el auténtico «secreto de los dioses», el de la planta de la inmortalidad que se halla en el fondo de los mares. Gilgamesh, sin perder un instante, marcha a conseguir esa planta fabulosa y la encuentra buceando, sin dificultad. Una vez que la ha recogido, emprende el regreso. Al cabo de un tiempo, agotado, decide bañarse en una fuente, con la planta secreta en la orilla. Atraída por el suave olor que emana de ella, una serpiente sale del agua y se la lleva, perdiendo su vieja piel al marchar.
Cuando sale del agua, Gilgamesh se pone a llorar, al constatar que ha perdido la planta de la inmortalidad que tanto deseaba; esto demuestra, si cabía, que para los sumerios los héroes no pueden acceder a la inmortalidad y que la sabiduría está reservada a los dioses…
El panteón sumerio y asiriobabilonio
Es representado, en unas ocasiones, con busto humano y cuerpo de león y, en otras, con el cuerpo de un hombre sobre el que se yergue una cabeza de león. Presidía el mundo subterráneo de los difuntos, el mundo inferior. Se asociaba al astro Saturno. Además, era el esposo de Ereskigal, la hermana de Inanna.
Se asentó como dios de las ciencias, las letras y la adivinación. Asociado al planeta Mercurio, presidía el movimiento de los astros e interpretaba sus augurios. Los acadios tenían que elaborar más tarde las formas variadas que revestirían la adivinación en el contexto mesopotámico.
Nebo era representado como un anciano de larga barba con una gran sabiduría. Iba vestido con una larga túnica y una tiara con cuernos de toro en la frente.
Era considerado el dios de las tormentas. Ocurría lo mismo con Raman, que, además, era asociado a los meteoros y a la lluvia, principalmente. Sostenía un rayo en sus manos, pero blandía también un hacha y llevaba una tiara con cuatro cuernos. Era llamado, parece ser justamente, «señor de los canales, dios de la fecundidad, señor de las tormentas».
Estaba vinculado, por una parte, a la metalurgia del cobre, y por otra, a la guerra, como Marduk. Además, fue asimilado al dios Ningirsu, en el contexto de la ciudad de Lagash.
Presentaba cuerpo de pez con cabeza humana, o bien aparecía como hombre con cola de águila y el cuerpo cubierto de escamas de pescado. Se trataba de una especie de dios civilizador que, habiendo salido de las aguas, habría enseñado a los humanos la agricultura, las artes, las ciencias y las técnicas.
Era representado como un poderoso guerrero, armado con un látigo y apretando un león con su brazo izquierdo. Se hacía referencia a él como «señor de la fuerza, de la espada y de los ejércitos».
Como su nombre indica, era venerado principalmente por los asirios; mostraba el rostro de un soberano o de un gran guerrero. Además, era representado con frecuencia con grandes alas, planeando por el cielo, con un arco en la mano.
Desempeñaban también un papel importante: Gula era la protectora de los médicos; Nidaba estaba vinculada a la actividad intelectual y, por tanto, a la enseñanza, así como a los escribas y a los misterios de la naturaleza; Bau, cuyo paredro[31] era Ningirsu, era la protectora de la vegetación, y las ceremonias del nuevo año se llevaban a cabo en su nombre; por último, Nanse protegía las aguas dulces y a sus moradores.
Se veneraba, además, a divinidades secundarias, como Zerpait, Mylitta, Belit y otras, asociadas a funciones diversas; así como a algunos genios o entidades espirituales que servían a los grandes dioses. Estos eran representados bajo una forma antropomórfica, pero estaban dotados de cuatro grandes alas desplegadas. También adquirían a veces la forma de un animal, de un toro alado gigantesco con cabeza humana y cola de león.
Algunos especialistas han llegado incluso a considerar que la idea de «monoteísmo naciente» no era ajena a las preocupaciones religiosas de los mesopotámicos. Estos vieron en Ninurta – más tarde sustituido por Marduk, señor de Babilonia– la manifestación de este Dios-Uno original. ¿Qué podemos pensar? ¿Se trataba acaso de una especie de «impaciencia del politeísmo», como apunta Jean Nougayrol, miembro del Institut de France, en su contribución a la religión babilónica: Histoire des religions? A no ser que se trate de una noción monoteísta constantemente subyacente a las preocupaciones religiosas mesopotámicas (véase más arriba), que adopta formas diferentes correspondientes a los contextos culturales, en función de las épocas y las religiones implicadas.
Veamos a este respecto una invocación a Ninurta, muy elocuente:
Señor, tu rostro es el dios-Sol, tu melena, el dios […],
tus ojos, maestro, son Enlil y Ninlil,
las pupilas de tus ojos, Gula y Belet-ile,
el iris de tus ojos, maestro, la claridad de Sin,
el párpado de tus ojos, el resplandor del sol del cielo,
la forma de tu boca, maestro, el Ishtar de las estrellas.
Anu y Antu son tus labios, tu palabra…
Esto no tiene que hacernos olvidar la importancia del dios An-Anu, cuyo nombre significa «cielo», y que, sin embargo, fue representado simbólicamente por una estrella, aunque esta poseía una denominación distinta.
An parece reinar sobre el conjunto de los dioses, en efecto, más que gobernarlos, y parece asumir del mismo modo una cierta supremacía con respecto a ellos. De hecho, era en Uruk – la ciudad de Gilgamesh– donde estaba establecido su santuario más antiguo: el E-An-na, o templo de An.
¿Podemos considerar en este sentido que la «estrella sumeria» no es más que la manifestación del dios-Sol Shamash y no sugiere en absoluto la epifanía del dios An, hierofanía suprema si la hay? ¡Un análisis no demasiado reduccionista parecería aquí erróneo, puesto que Zeus (en griego) y Deus (en latín) designarán más tarde también la luz debida a los rayos estelares!
Algunos fragmentos de textos sagrados
El sacrificio de Kingu
Y le hicieron sufrir su castigo,
le cortaron las venas.
De