para liberarlos de él.
La obra de Marduk
Al escuchar la llamada de los dioses
Marduk decidió crear una obra.
Tomando la palabra, lo comunicó a Ea
para saber su opinión sobre el plan concebido:
voy a hacer una red de sangre, formar una osamenta
para producir una especie de ser cuyo nombre será «hombre».
Quiero crear una especie de ser, el hombre,
sobre el que descanse el servicio a los dioses, para la tranquilidad de estos.
Quiero perfeccionar la obra de los dioses.
Como respuesta, Ea pronunció las siguientes palabras.
Para la tranquilidad de los dioses, le comunicó su idea:
que uno solo de sus hermanos, que un solo dios fuera entregado.
Él perecerá para que nazca la humanidad.
Pero los grandes dioses reunidos deben decidir
a qué culpable habrá que entregar, para que ellos mismos
puedan sobrevivir.
La obra de Ea y la diosa Mami
La diosa Mami tomó catorce puñados de arcilla.
Colocó siete puñados a la derecha.
Colocó siete puñados a la izquierda.
Ea, arrodillada sobre una estera, abrió el ombligo de las figurillas.
De los dos grupos, siete produjeron hombres.
Siete produjeron mujeres.
La diosa que crea los destinos
los completó por parejas. Mami
diseñó las formas humanas.
Siduri Sabitu pone a prueba a Gilgamesh:
¿A dónde vas, Gilgamesh?
La vida que buscas
no la encontrarás.
Cuando los grandes dioses crearon a los hombres
les destinaron la muerte
y se quedaron para sí la vida eterna,
no para ti, Gilgamesh.
Que tu vientre esté siempre lleno.
Sé feliz día y noche,
baila y juega,
haz de cada día de tu vida
una fiesta de alegría y placeres.
Que tus ropas estén limpias y sean lujosas,
lava tu cabeza y báñate,
acaricia al niño que te coge la mano,
regocija a la esposa que está entre tus brazos.
Esos son los únicos derechos que poseen los hombres.
Utnapishtim revela a Gilgamesh el misterio de la planta de la inmortalidad:
Gilgamesh, voy a desvelarte
una cosa oculta.
Sí, voy a desvelarte
un secreto de los dioses:
existe una planta como el espino
que crece en el fondo del agua,
su espina te pinchará
como una rosa.
Si tus manos arrancan esta planta
encontrarás la vida nueva.
Y acerca de las convergencias con los textos bíblicos, principalmente con relación al Diluvio:
Igual que las inscripciones reales, la poesía épica fascinaba a la imaginación por la luz que proyectaba sobre la Biblia. Durante los años en que se produjo la publicación de estos documentos, la Biblia había sido seriamente atacada. En 1859, Darwin publicó su libro El origen de las especies, y, ese mismo año, se reconocía la autenticidad de las herramientas de la Edad de Piedra halladas entre las gravas del Somme (donde estaban mezcladas con huesos de animales de la misma época, pertenecientes a especies desaparecidas desde hacía mucho tiempo).
Con su teoría de la evolución, la biología atacaba al mito de la creación, mientas que la geología ponía en duda el concepto de un Diluvio Universal con sus discusiones sobre la era glaciar. Por tanto, no había nada sorprendente en que uno se adueñara ávidamente de los anales de los reyes de Asiria – donde estaban relatados numerosos acontecimientos que tenían que figurar más tarde en los libros del Antiguo Testamento– para descubrir en ellos una prueba en contra de la verdad de las Escrituras.
En 1812 se descifró en una de las tablillas de la biblioteca de Assurbanipal en el British Museum el relato asirio de un Diluvio Universal.
Esta tablilla era el «capítulo» undécimo de la Epopeya de Gilgamesh, el rey semimítico de Erech que pasó en vano varios años de su vida en busca de la inmortalidad. El poema es la relación de la visita a Uta-Napishtim, el único hombre al que se le concediera la inmortalidad, el único superviviente del Diluvio. Encantado de tener un interlocutor, al anciano no había que rogarle que describiera con todo detalle la Gran Inundación.
Después de que los dioses decidieran destruir toda la humanidad, Enki, el señor de las aguas subterráneas, había ordenado al narrador que construyera un arca para embarcar en él a su familia y su ganado. Durante seis días y seis noches, la tormenta estuvo arrasándolo todo, y el séptimo día el barco embarrancó en la cima de una montaña del alto Kurdistán. Una paloma y una golondrina fueron dejadas en libertad, pero regresaron; luego le tocó a un cuervo, que no regresó. Uta-Napishtim salió entonces del arca para ofrecer un sacrificio. Enki había pedido al señor de los dioses que nunca castigara a toda la humanidad por los pecados de unas cuantas personas. Enlil, el señor supremo, había consentido, y, subiendo al arca, había tocado la frente de Uta-Napishtim y de su mujer y les había dicho: «Hasta hoy erais mortales, pero a partir de ahora seréis como dioses; viviréis lejos de aquí, en la desembocadura de los ríos».
El relato asirio del Diluvio presentaba tantas similitudes con el de la Biblia que no se podía poner en duda su común origen. Incluso en este primer estadio de conocimientos, era evidente que la versión asiria, como la tablilla de la biblioteca de Assurbanipal, no era más que la copia de un relato mucho más antiguo. Hubo que esperar cuarenta años para descubrirlo, y fue en ese momento cuando la relación entre la historia del Diluvio y el problema de Dilmoun empezó a verse con total claridad.
En 1899 o 1900, la Universidad de Pensilvania llevaba a cabo unas excavaciones en Nippur, emplazamiento de una antigua ciudad famosa en el pasado en la baja Mesopotamia. En la época sumeria y en la de Sargón de Acad, primer gran conquistador semita, Nippur era el centro religioso más importante de Mesopotamia, puesto que su dios tutelar era Enlil, el mismo que había ordenado el Diluvio y concedido la inmortalidad a Uta-Napishtim.
En muchos sentidos, las excavaciones americanas de Nippur han marcado un hito decisivo en la arqueología de Oriente Medio. Por primera vez, el objetivo principal de la misión no era la búsqueda de estatuas e inscripciones destinadas a adornar los museos, sino el