A principios de este periodo se sitúa al legendario faraón Menes (Narmer),[41] «sirviente de Horus», quien, después de unificar el país y fundar el Estado egipcio, instauró la tradición faraónica, estableciendo así la I dinastía. Procedente del sur o del oeste, según determinados textos, Menes pasa indudablemente por ser un conquistador, así como un legislador y un constructor. Se afirma incluso que secó la llanura de Menfis para establecer en ella la capital de Egipto y que asentó la autoridad faraónica mediante la ceremonia de la coronación, que se llevaría a cabo en este lugar durante más de treinta siglos.[42]
El faraón también fue considerado un dios encarnado; según Mircea Eliade:
Lo esencial era garantizar la permanencia de esta obra efectuada según un modelo divino; dicho de otro modo, evitar las crisis susceptibles de agitar los cimientos del nuevo mundo. La divinidad de Faraón constituía la mejor garantía. Puesto que Faraón era inmortal, su fallecimiento significaba sólo su traspaso hasta el Cielo, la continuidad de un dios-hecho carne a otro dios-hecho carne, y, por consiguiente, la continuidad del orden cósmico y social estaba asegurada.
Bajo la III dinastía, veremos aparecer las primeras «pirámides». El faraón Yoser encargó a Imhotep, su maestro de obras, la construcción de una mastaba[43] en Saqqara (al oeste de Menfis), de forma y dimensiones fuera de lo habitual. Este edificio, tras sufrir varias transformaciones, acabó convirtiéndose en una pirámide escalonada, de seis plantas.
Después de la V dinastía (hacia el año 2300 a. de C.), la civilización egipcia no sufrió prácticamente ninguna modificación relativa a su patrimonio cultural.[44] Así, el «tiempo histórico» se asociará al «tiempo cosmológico», manifestando el mito de la «perfección de los inicios», en cierto modo ¡la edad de oro!
Y los faraones se sucederán de la VI a la XI dinastía, de los Pepi a Mentuhotep.
Los Imperios Medio y Nuevo
El inicio de este periodo corresponde al momento en el que la supremacía de Menfis sucede a la de Tebas, la nueva capital religiosa de Egipto.
Este periodo en el que la ciudad de Tebas poseerá la preeminencia se extenderá del 2130 a. de C., con el reinado de Amenemhet[45] y de Sesostris, hasta el siglo xii a. de C.
Amenemhet construyó los inmensos templos de Heliópolis, Abydos y Karnak.
Sesostris II, por su parte, se reveló más tarde como un gran faraón guerrero de la XII dinastía.
Si consideramos que el Imperio Medio se extiende aproximadamente desde el año 2000 hasta el 1750 a. de C., el Imperio Nuevo no aparecerá, después de un periodo intermedio de unos dos siglos, hasta el 1580 a. de C., con la llegada de la XVII dinastía, que verá cómo el faraón Ahmosis expulsa a los hicsos y reunifica Egipto.
A continuación, se inició la XVIII dinastía con los faraones Amenofis, la famosa reina Hatshepsut,[46] su sobrino y yerno, el conquistador Tutmosis III, y luego el no menos célebre Ajenatón, del cual hablaremos más tarde, así como el joven Tutankamón.
La XIX dinastía vio cómo durante el reinado de Ramsés I y de Seti I se expresó la magnificencia de Egipto, con sus majestuosos templos, principalmente el de Abu Simbel. Luego siguieron más faraones, de Ramsés I a Ramsés XI, en la XX dinastía,[47] y Egipto entró poco a poco en decadencia. En el último periodo, la capital de Egipto se desplazó de Tebas a Sais; esto fue así hasta la XXI dinastía. Egipto sufrió entonces múltiples invasiones por parte de libios, etíopes, asirios, etc. Harían entrada en el país, sucesivamente, Assurbanipal (663 a. de C.), Cambises (525 a. de C.) y Alejandro Magno (333 a. de C.), hasta la invasión romana (30 a. de C.).
Cosmología y mitología egipcias
En la religión egipcia existen varias versiones míticas cosmogónicas, que ponen en escena toda una multitud de dioses[48] asociados a ciudades consideradas cada una de ellas como centro supremo cosmogónico de pleno derecho.
En lo referente a los dioses creadores, Mircea Eliade indica:
Todas las ciudades importantes situaban al suyo en primer plano. Los cambios dinásticos eran seguidos en muchas ocasiones por el cambio de capital. Esto obligaba a los teólogos de la nueva capital a integrar varias tradiciones cosmogónicas, identificando su dios local principal con el demiurgo.
Sin embargo, si observamos el conjunto de versiones cosmogónicas,[49] podemos deducir el acto general genesiaco que se adapta al modelo «heliopolitano».
El Caos original, el Nun, contiene la simiente primordial. Este caos, no diferenciado, se asocia al dios Atum, que reposa virtualmente en él. Atum, cansado de su inercia, decide brotar del caos en forma de botón de loto. A partir de ese momento, se convierte en Ra, que caracteriza la manifestación solar de Atum, la divinidad suprema oculta.
De este dios primordial manifestado nacerán ocho principios (neter) o deidades, en forma de parejas: Shu y Tefnut, que designarán respectivamente la atmósfera y la humedad; Geb y Nut, la Tierra y el Cielo; Osiris e Isis, la pareja luminosa; Set y Neftis, la pareja de las tinieblas.
Así nació la «Enéada Sagrada»,[50] por emanación de la divinidad primordial.
«Atum divide su corazón en nueve partes», afirman de manera unánime los textos.
Los misterios heliopolitanos
En Heliópolis (literalmente, en griego, «Ciudad del Sol»), sobre la «Colina de Arena» del templo del Sol, tiene lugar el acto genesiaco que muestra los neter, en el contexto de la Enéada:
Oh, gran Enéada de los Neter que estáis en Heliópolis: Atum, Shu, Tefnut, Geb, Nut, Osiris, Isis, Set, Neftis, que Atum pone en el mundo por proyección de su corazón, como su propio nacimiento […], que ninguno de vosotros se separe de Atum.
En el contexto heliopolitano, Atum, surgido del océano cósmico primordial Nun, encarna el fuego virtual potencialmente contenido en el Agua que se coagulará en Tierra bajo la acción conjugada de los principios metafísicos sometidos al Neter-Neteru (Causa suprema o Dios único).[51] Como apuntó acertadamente John Wilson, hallamos aquí una doctrina que se acerca en esencia a la del Logos, el Verbo creador de la teología cristiana, principalmente en el Prólogo y el Evangelio según San Juan. Por otra parte, Atum se asocia a Rê (Ra: el Sol) y a Jepri (el escarabajo sagrado).[52]
Otro extracto de los Textos de las Pirámides añade:
Atum se hace: tú te levantas como montículo primordial.
Te levantas como el pájaro de la piedra (ben-ben)
en la morada del Fénix[53] en Heliópolis.
Tú has escupido a Shu,
tú has expectorado a Tefnut.[54]
Y de esta «atmósfera húmeda», de esta nube primordial, nacerían el Cielo (Nut) y la Tierra (Geb), que constituyeron así un auténtico hieros gamos, que sería luego diferenciado. Entonces, la vida en la Tierra se organizó bajo el influjo de la pareja luminosa (Osiris-Isis) y de la pareja de las tinieblas (Set- Neftis).
En Heliópolis también se veneraría al dios del