He recorrido todos los caminos de Sekhem a Heliópolis
para instruir al Fénix divino.
En un texto anterior, se podía leer:
Conozco el Nombre misterioso
de la gran Divinidad que está en el Cielo;
soy el gran Fénix de Heliópolis;
soy el guardián del Libro del Destino
donde está escrito todo lo que ha sido
y todo lo que será.
El fénix, ave mítica de color rojo «que renace de sus cenizas», estaba considerado una manifestación del alma de Ra, directamente asociado a la Ciudad del Sol: Heliópolis.
El carácter profundamente sagrado vinculado a los «misterios de Heliópolis» es particularmente evocado en un capítulo posterior (capítulo 115) del Libro de los Muertos, donde el iniciado se expresa de la siguiente manera:
Oh, vosotras, Almas perfectas, ¡sabedlo! Soy uno de los vuestros,
ya que conozco a los Espíritus divinos de Heliópolis.
¡En realidad, el saber del Gran Vidente[55]
no sobrepasa mi Saber oculto!
¿No he superado los obstáculos con mi energía?
¿No he dirigido la palabra a los dioses?
¡Pues entonces no! ¡Los demonios no podrán destruirme,
no a Mí, el Heredero de los dioses de Heliópolis!
Los misterios menfitas
La «teología menfita» fue formulada casi tres milenios antes de nuestra era, y el dios Ptah constituye su punto central.
El legendario Menes pasa por haberle dedicado la ciudad de Menfis. Así pues, es en este lugar privilegiado donde se enseñaba la obra de Ptah, que consistía en dar formas a la Creación (dios alfarero), y luego animarlas. Así, Ptah se identifica con un «demiurgo que crea a través del corazón (sede de su espíritu y del amor) y de la lengua (órgano del verbo)». Según un texto del Imperio Antiguo, recuperado en la XXV dinastía, bajo el reinado del faraón Shabaka, Ptah fue proclamado el más grande de todos los dioses. Es el que «ha permitido la existencia de los dioses».
Este mismo texto del Imperio Antiguo cita los nombres de los ocho neter que emanan de Ptah, que preexistía en el «Nun primordial» e indica que «bajo la apariencia de Atum, es el Ptah muy antiguo».
Ptah, por tanto, organizó el Cosmos gracias a la acción de la inteligencia creadora, expresada por el corazón, y del verbo creador, simbolizado por la lengua:
Así, Ptah se sintió satisfecho después de crear todas las cosas y todas las palabras de los dioses. Realmente dio a luz a los Neter, construyó las ciudades, fundó las provincias y colocó a los Neter en sus lugares de adoración.
También determinó sus ofrendas y fundó sus santuarios; hizo sus cuerpos tal como ellos los deseaban. Así, los Neter entraron en sus propios cuerpos, de todas las especies de maderas, de todas las especies de minerales, de todas las especies de arcilla y de todas las especies de otros materiales posibles, en los que adoptaron forma.
La representación del dios Ptah era antropomórfica. Se trataba de un personaje de cráneo afeitado, cuya frente tan alta parecía particularmente desarrollada.
Su postura era hierática, con el cetro[56] siempre colocado sobre su pecho, dejando traslucir una gran nobleza de alma que caracterizaba su estado. Una estatua de bronce y oro, que hoy se encuentra en el Museo del Louvre de París, dice mucho en este sentido.
Los misterios hermopolitanos
En Hermópolis,[57] en el Egipto Medio, la cosmogonía del lugar incluía un «Huevo-loto»[58] que nacía de las Aguas primordiales, en este caso del lago de Hermópolis,[59] asimilado aquí a un «montículo alto» (un lugar elevado).
El nombre sagrado antiguo de la ciudad de Hermópolis era Khmunu:[60] la «Ciudad de los Ocho», destacando así la «Ogdoada Sagrada» surgida del agua y del limón, constituida por ocho deidades (más concretamente cuatro masculinas y cuatro femeninas), que crearon la Luz mientras daban vida simultáneamente al demiurgo:
El niño sacrosanto, el heredero perfecto nacido de la Ogdoada,
simiente divina de los primeros dioses anteriores.[61]
Este demiurgo sería el dios Tot,[62] que se uniría a la Ogdoada para constituir de nuevo la Enéada Sagrada:
Tot, el dos veces grande, el más viejo, el señor de la ciudad de Hermópolis la grande, el gran Neter en Tentyris, el soberano Dios creador del Bien, corazón de Ra, lengua de Atum, garganta del Dios cuyo nombre está oculto (Amón), Señor del Tiempo, rey de los años, escriba de los anales de la Enéada.[63]
Los misterios tebanos
Fue en la ciudad de Tebas donde se veneró principalmente al dios Amón.
Su función es ampliamente evocada en un papiro que data del periodo ramésida, el Papiro de Leyde:
Tres dioses son todos los dioses: Amón, Ra y Ptah; no tienen igual. El de naturaleza [literalmente, el nombre] misteriosa es Amón; Ra es la cabeza; Ptah es el cuerpo. Sus ciudades en la tierra, establecidas para la eternidad, son Tebas, Heliópolis y Menfis, para siempre. Cuando llega un mensaje del cielo, se oye en Heliópolis; se repite en Menfis a Ptah; y se envía una carta, escrita con caracteres de Tot, hacia la ciudad de Amón (Tebas) con todo lo relacionado. La respuesta y la decisión se dan en Tebas, y lo que sale va dirigido a la Enéada divina, todo lo que sale de su boca, la de Amón. Los dioses son establecidos por él, según sus mandamientos.
El mensaje consiste en matar o dar vida. Vida y muerte dependen de él para todos los seres, excepto para sí mismo, Amón, y para Ra o Ptah, unidad-trinidad.
A pesar de esta noción triunitaria, Amón – el dios de nombre oculto– parece gozar de preeminencia en este contexto «tebano».
Como señala acertadamente Schwaller de Lubicz:[64] «Tebas representa la última fase del primer devenir real. Así es como la tríada cósmica que domina en Tebas, y cuya historia será el tema principal del templo de Karnak, está formada por Amón, Mut y el hijo de ambos, Jonsu (mientras que el templo de Luxor es el cumplimiento, el resumen humano de la Obra Cósmica, el templo de la concepción y del nacimiento del Hombre Regio)».
Tebas, la nueva capital de Egipto, por tanto, manifestará una auténtica hierofanía, como lo expresa con claridad el siguiente himno a Amón:
Homenaje a ti, Amón-Ra, señor de Karnak, residente en Tebas […]. Tu eres único en tu antigüedad entre todos los dioses, toro de la gran enéada divina, jefe de todos los dioses, señor de la verdad, Padre de los dioses, autor de los humanos, creador de los animales, maestro de todo lo que existe. Tú has creado los árboles frutales, has hecho las hierbas para el ganado. Primogénito de Ptah, hijo del amor, a ti dirigen sus adoraciones los dioses, a ti, autor de las cosas de arriba y de las cosas de abajo, que iluminas las dos tierras.
Maspero, por su parte, evoca a Amón como el Dios supremo de los