La lengua debe aprender aún algo más, algo que en los momentos difíciles debe ser capaz de hacer: debe callar cuando la fidelidad al amigo y al hermano depende de nuestro silencio. También debe permanecer en silencio cuando se trate de dar al traste con las aniquiladoras intenciones del enemigo y hacer tambalear el poder de los malvados. Hasta un necio puede pasar por un sabio si sabe callar, como señalan los proverbios de Salomón. El mismo refrán ya nos indica que hablar es plata, callar es oro. Lo cierto es que a muchas personas les cuesta más callar que hablar.
Sorprende que un órgano tan pequeño como la lengua pueda desempeñar tantas facultades distintas; nos permite valorar las comidas y bebidas que tomamos y nos puede advertir o preservar de algunos goces que pueden ser perjudiciales para la salud. La sensibilidad de la lengua puede facilitarnos el disponer de una sana capacidad de discernimiento si no acostumbramos nuestro paladar a placeres no naturales y no lo forzamos a admitir como bueno lo que es malo para la salud. Lo mismo sucede con otra capacidad de la que está dotado este pequeño órgano, a saber, la expresión de los sentimientos. Como instrumento de nuestro cuerpo, la lengua puede ser en extremo provechosa, pero también abyecta en grado sumo. El buen o mal uso de la lengua como portavoz del corazón va a depender de la disposición de este. De ahí las sabias palabras de Salomón al recomendarnos proteger el corazón más que cualquier otra cosa porque de él sale la vida y por la boca se habla de lo que abunda en el corazón.
Cuida tus ojos
No vamos a exponer aquí todo un tratado complejo sobre este milagro que son nuestros ojos, sino tan solo unos pocos y sencillos datos que puedan ayudar a su cuidado preventivo. En definitiva, una pincelada esclarecedora para dar a conocer sus fundamentos naturales.
Está comprobado que un gran sobreesfuerzo del sentido de la vista, especialmente en lo referente al trabajo intelectual, llega a producir cansancio ocular. Cuanto más natural y desahogado sea nuestro estilo de vida, tanto menos se resentirán los ojos. Así mismo, una alimentación incorrecta, resultado de las costumbres alimentarias actuales, puede contribuir también a agudizar las dolencias oculares. No podemos aspirar a cambiar todo esto por las buenas, a no ser que hayamos superado una buena parte de estas dificultades y queramos llegar más lejos. ¿Qué posibilidades nos quedan todavía? Una muy sencilla. Antiguamente, cuando los seres humanos no utilizaban la luz artificial para poder prolongar las ocupaciones de la jornada, sino que se iban a dormir temprano, no había tantos ojos enfermos, débiles y cansados como sucede hoy en día. Vale la pena probar un remedio singular: atrasemos la rueda del tiempo y probemos a vivir cuatro semanas sin luz eléctrica. ¿Cómo podemos hacer eso? Pues de una forma muy simple: renunciar a la comodidad de este prodigio de la técnica que es la iluminación artificial. Tus ojos doloridos, ardientes, fatigados e incapaces de cumplir bien su cometido sabrán agradecerte este buen trato procurándote un apreciable alivio de dichas dolencias. Para que la fuerza de la costumbre no te condicione demasiado, debes distribuir adecuadamente tus actividades durante el día, para que no caigas en la tentación de apretar el interruptor y encender la luz cuando oscurezca. Antaño, las horas de oscuridad se empleaban para el descanso, la relajación y la disposición de ánimo adecuada para la llegada del sueño al terminar el día. Intentemos llevar a cabo esta prueba durante cuatro largas semanas. Sabremos así, por propia experiencia, por qué el Creador dispuso de diferentes tipos de luz: la brillante luz del sol durante el día y la luz suave y relajante de la noche. Si intentas trabajar con una cierta intensidad bajo la pálida luz de la luna verás como acabas dejándolo correr. La luna emite su ancestral canción de cuna y si dejas que su embrujo actúe sobre ti, te sumergirás fácilmente en un sueño calmado y profundo. Si le das a la noche lo que le pertenece, por la mañana te despertarás alegremente con los primeros rayos de sol sin sentirte cansado, somnoliento, malhumorado ni con la sensación de no haber descansado lo suficiente; ya no necesitarás meterte otra vez en la cama en pleno día porque tienes sueño. Lo que habrías hecho cansadamente con la luz artificial lo harás ahora con la luz de la mañana, fresco, ligero, sin esfuerzo, sin percibir signo alguno de fatiga. ¡Te sorprenderás de lo mucho que puede ofrecerte el respeto a los valores propios de una vida natural! Podrás comprobar como ese respeto renueva y vitaliza tus agotadas fuerzas, lo que también beneficiará a tu sentido de la vista. Si hacemos coincidir o concordar nuestro ritmo diario con el ir y venir natural de la luz evitaremos los efectos antinaturales con los que la luz artificial ha sometido a nuestros ojos durante años y decenios, produciéndoles un sobreesfuerzo y fatiga acumulados. Cuanto más nos resistimos a estas leyes biológicas creadas por Dios, más se cansan y enferman nuestros ojos, hasta el punto de que, con el paso del tiempo, no vamos a poder imaginar al hombre moderno sin que lleve gafas o lentes correctoras. Meditamos demasiado poco sobre las consecuencias de nuestro modo de vida antinatural; hemos aceptado tan fácilmente la vida en el ambiente artificial que hemos creado, que apenas prestamos atención a lo que nos dice o nos enseña la naturaleza, y no experimentamos el ritmo natural de las cosas. ¿Qué les pasaría a las plantas si estuvieran sometidas al efecto de la luz, día y noche, sin poder gozar de la regeneración nocturna? Sus células se agotarían, mostrarían lesiones y sus funciones normales se verían mermadas. ¿Por qué el ser humano, rey de la creación visible, no habría de someterse armónicamente a esta ley? ¿Por qué habríamos de renunciar a las vivificantes y preciosas horas de la mañana y estar tumbados en la cama durmiendo para recuperar por la noche lo que nos estamos perdiendo por la mañana mientras afuera brilla un sol espléndido? No tiene mucho sentido vivir la noche sin el descanso necesario para recuperar las fuerzas que vamos a necesitar para el trabajo diurno. Si desplazáramos un poco nuestro orden del día, nuestros ojos saldrían ganando. Dejémosles descansar cuando mengua y desaparece la luz natural, acabada la jornada, y poder recuperar las fuerzas necesarias para la próxima jornada, cuando la luz del sol reanude su espléndido recorrido. Nuestros ojos y todo nuestro cuerpo sabrán agradecer este ritmo natural. La primavera y el verano nos ofrecen una excelente ocasión para intentarlo. En invierno amanece más tarde, lo que tendremos en cuenta a la hora de levantarnos con la primera luz de la mañana. Al anochecer más temprano, desgraciadamente tenemos que ampliar el día utilizando las horas nocturnas. Por lo tanto, reservemos para cuando llegue la alegre primavera nuestro buen propósito. Para que nuestros ojos se hagan fuertes y sanos ofrezcámosles la luz natural de la mañana y evitémosles por la noche la luz artificial de las bombillas.
Glándulas lacrimales
¿No es extraordinario que poseamos una válvula de escape, como las glándulas lacrimales, que nos ayuden a aliviar las tensiones internas en situaciones de intensa emotividad? ¡Qué insoportable le resultaría a un niño no poder llorar porque se le ha roto un juguete o por cualquier otro suceso desagradable! Una vez las saladas lágrimas se han deslizado como perlas por sus mejillas, la dolorosa aflicción del niño se reduce a la mitad. Al parecer, este práctico mecanismo funciona mucho mejor en las mujeres que en los hombres.
Las glándulas lacrimales, situadas en el ángulo superior externo del ojo, en una pequeña cavidad del hueso frontal, además de la posibilidad de vaciarse durante el llanto, desempeñan otras funciones. Las lágrimas mantienen húmedas la conjuntiva y la córnea evitando que se sequen. Además, gracias a las lágrimas podemos expulsar fácilmente de los ojos las bacterias, el polvo y los cuerpos extraños presentes.
Si bien las inflamaciones de las glándulas lacrimales son poco frecuentes, sí que se inflaman con cierta frecuencia los conductos lacrimales y el saco lacrimal. Si no tratamos a tiempo estas inflamaciones con compresas calientes de infusión de manzanilla y eufrasia, las bacterias infiltradas pueden dar lugar a inflamaciones crónicas e incluso puede que se produzca un absceso. En caso de inflamaciones leves se puede producir un rápido alivio mediante el lavado de los ojos con leche un poco caliente o con infusión de malva, a la que se añaden unas gotas de equinácea.