En todo caso, el dolor de cabeza no debe ser considerado como una enfermedad, sino como un síntoma o exteriorización manifiesta de una enfermedad. Hay que buscar cuál o cuáles son sus causas y combatirlas o tratar de eliminarlas sin recurrir a la toma de analgésicos u otras sustancias tóxicas.
De todos modos, podemos aliviar un dolor de cabeza, o incluso llegar a suprimirlo, mediante ciertas sales empleadas en bioquímica (terapia basada en las llamadas «sales del doctor Schüssler», a la que se le ha dedicado un apartado en este libro). También existen remedios homeopáticos especialmente efectivos en casos de jaquecas o migrañas, como la sanguinaria. Estas sales biológicas, junto con la sanguinaria y otros remedios homeopáticos, suelen actuar de forma excelente frente a los dolores de cabeza. Un remedio fitoterápico efectivo, sencillo y no tóxico es la planta medicinal llamada sombrerera o petasita (Petasites officinalis)20. Un déficit de la irrigación sanguínea cerebral puede también ocasionar dolor de cabeza. En estos casos, junto con la petasita recomendamos el Ginkgo biloba21, conocido también como árbol de los templos. Sus hojas contienen unas sustancias que mejoran la irrigación sanguínea cerebral.
Otros procedimientos útiles contra los dolores de cabeza son las terapias físicas, por su acción derivativa. Es el caso de las aplicaciones de duchas calientes en la nuca y en la columna vertebral o bien la práctica de masajes con aceites esenciales. La práctica de duchas calientes en el bajo vientre resulta útil cuando el dolor de cabeza tiene su origen en los órganos digestivos.
Así mismo, las aplicaciones de cebolla, rábano picante u hojas de col en la nuca pueden combatir con éxito los dolores de cabeza. En todo caso, siempre es preferible y más útil aplicar cualquiera de estos métodos naturales que la ingestión de productos químicos que tratan simplemente de anestesiar el dolor de cabeza.
En resumen, ante todo dolor de cabeza es fundamental un tratamiento causal que averigüe y corrija su origen.
La lengua
Como cualquier otro órgano de nuestro cuerpo, también la lengua es un sorprendente prodigio de la creación. La particular disposición y estructura de este órgano muscular le permiten un grado de movilidad del que carecen los demás órganos del cuerpo. Sin grandes dificultades, la lengua puede adoptar una forma plana, ensanchada, delgada o gruesa, pues sus fibras musculares obedecen como caballos de circo amaestrados. Sin embargo, lo más interesante de la lengua es su superficie que, vista ampliada, parece un paisaje lunar. Todas sus elevaciones y pequeños cráteres están dotados de finos receptores a los que debemos la captación de los distintos sabores cuando comemos y bebemos. En estas cavidades gustativas se hallan unas glándulas mucosas que se ocupan de que la lengua siempre esté húmeda, ya que solamente las sustancias alimenticias disueltas en líquido son capaces de desencadenar sensaciones gustativas.
Las sensaciones gustativas
Las células nerviosas que perciben las sensaciones gustativas y las transmiten al cerebro se agrupan en formaciones bulbosas. Las vías nerviosas conductoras de las sensaciones gustativas parecen unas finísimas raicillas con dispositivos (receptores gustativos) que se encargan de percibir, clasificar y amplificar tales sensaciones. Las papilas gustativas tienen aspecto de minúsculas yemas o brotes y en su fondo se hallan los receptores nerviosos en forma de bulbos con sus terminaciones nerviosas que captan los diversos sabores; cada persona adulta posee aproximadamente unas 3000. De todos modos, los seres humanos no captamos tantas sensaciones gustativas como, por ejemplo, las distintas especies de antílopes, cuyas lenguas poseen unas quince veces más papilas gustativas que la lengua humana. Quizá, si poseyéramos tantas papilas gustativas como estos animales, nos sería más fácil discernir lo que es sano y lo que no es adecuado para nuestro organismo. Los animales distinguen mejor que los humanos qué clase de alimentos les son apropiados y cuáles no.
Las papilas gustativas se encuentran en diversas zonas gustativas de la lengua, según el tipo de sabor que detectan. En la punta de la lengua percibimos los sabores dulces, como cuando la ponemos en contacto con un poco de miel. El sabor salado lo notamos un poco por detrás, en los lados laterales de la lengua, y algo más atrás captamos el sabor ácido, mientras que en el fondo de la lengua, en sentido transversal, encontramos la zona gustativa que capta el sabor amargo. Por su parte, la parte central de la lengua es totalmente neutra, en el sentido de que no percibe sensación gustativa alguna. La información gustativa que transmite la lengua resulta más fiable que cualquier otro método basado en reacciones químicas de laboratorio. Por ello, las bodegas dedicadas a la producción vitivinícola o las de aceite de oliva prestan más atención y se fían más de un catador experimentado que del químico del laboratorio de la empresa.
¿Cómo cambiaría nuestra vida si nuestra lengua no dispusiera de los miles de papilas gustativas que desencadenan sensaciones placenteras al comer ciertos alimentos y al beber distintos tipos de bebidas? Cualquier persona que se haya visto forzada a comer sin apetito se lo puede quizá imaginar. Cocineras y amas de casa en general no verían recompensado su esfuerzo en preparar comidas apetitosas si estas no se percibieran agradables y no hubiera muestras de agradecimiento por parte de comensales satisfechos. A pesar de su pequeño tamaño, la lengua desempeña importantes funciones, algunas de las cuales están relacionas con un cierto grado de satisfacción.
Otras facultades de la lengua
No basta el conocimiento de su constitución anatómica y de parte de sus funciones para abarcar todos sus posibles cometidos. Gracias a ella podemos comunicarnos mediante el lenguaje hablado. Por otra parte, la lengua también actúa de portavoz del corazón, al que simbólicamente atribuimos la sede de los sentimientos, el pensamiento y la voluntad. Este órgano ágil y de pequeño tamaño interviene tanto en transmitir buenas palabras como en lanzar maldiciones.
La misma Biblia nos dice que es más fácil dominar caballos y barcos que mantener sujeta nuestra propia lengua. Aun siendo un minúsculo miembro puede desatar un fuego devastador, como un incendio en un bosque.
Su eficacia se hace dolorosa cuando da vía libre a la maledicencia y llega a calumniar a amigos y a conocidos. También la envidia y el odio pueden servirse injustamente de este pequeño y manejable instrumento del alma para lanzar dardos envenenados contra el prójimo que triunfa. Por su parte, la lengua de la seducción actúa sutil como una anguila y no le es fácil a la víctima elegida escapar de su mágica influencia. Hay lenguas que no saben distinguir entre el sí y el no, lo que las induce a la contradicción y a la mentira, arruinando vidas ajenas. Más de un desengañado pone la amarga bilis de su corazón al servicio de la lengua, contagiando e intoxicando a otras personas. ¡Con qué maldad utilizan algunos trastornados psíquicos este pequeño e insignificante órgano! Proyectan su desastroso estado interior por medio de la lengua, lo que a las personas sanas les es difícil de soportar.
Puede afectarnos en gran medida que una lengua ajena nos juzgue duramente sin tomar en consideración los auténticos motivos de nuestra conducta; más de una persona ha acabado en la desesperación por culpa de unas palabras descalificadoras.
Del uso benéfico de la lengua
¿Se le dio realmente a la lengua el poder del habla para que causase desventura? Evidentemente no, por eso el apóstol exhortó a sus compañeros a ponderar o considerar todo aquello que fuera amable y agradable al oído, ya que lo contrario solo produce amargura y disgusto. Para que nuestro pequeño órgano dotado de la facultad de expresión tenga efectos benéficos deberían fluir de nuestros labios palabras amorosas, cálidas, buenos consejos, amonestaciones bienintencionadas y palabras de consuelo y de aliento. Esto solo es posible si el corazón tiene la justa disposición y su deseo es ser amigo de los amigos, tender la mano de auxilio al necesitado y vencer