Semiótica tensiva. Claude Zilberberg. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Claude Zilberberg
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789972453779
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Bachelard:

      Entonces, todo es positivo. Lo lento no es lo rápido refrenado; lo lento imaginario también quiere su exceso. Lo lento es imaginado en una exageración de la lentitud, y el ser imaginante goza no de la lentitud sino de la exageración de la lentificación. Observen cómo brillan sus ojos, lean en su rostro la alegría fulgurante de imaginar la lentitud, la alegría de ralentizar el tiempo, de imponer al tiempo un porvenir de dulzura, de silencio, de quietud. Lo lento recibe así, a su manera, el signo de lo demasiado, el sello mismo de lo imaginario.28

      Si la doxa rechaza el exceso, la concesión no toma en cuenta ese rechazo, pasa de largo y opta por afirmar “concesivamente” la bondad y la deseabilidad del exceso. Nos encontramos en presencia de una figura de discurso que no es ajena a la hipérbole, pero que tampoco se reduce a ella; la designaremos, a falta de mejor término, como lo superlativo-concesivo.

      Una anécdota debida a Mahler muestra el alcance discursivo insigne de la concesión: “Cuando advierto que un adagio no ha producido ningún efecto sobre el público, lo reformulo la vez siguiente no más rápida sino más lentamente”.29 Según el punto de vista implicativo imputado al público, lo bastante rechaza lo demasiado, mientras que para la penetrante visión de Mahler lo demasiado rechaza lo bastante, denunciándolo como insuficiente. En el metalenguaje que preconizamos, observamos que las categorías operan “a la vista”: Mahler estima que la doxa, representada aquí por el público, espera una atenuación de la lentitud, pero él adopta la opción inversa: redoblar la lentitud y exceder “concesivamente” el exceso mismo. Volveremos sobre esto en el capítulo siguiente, pero los dos últimos textos citados, en virtud de su convergencia, confirman la hipótesis de que el discurso, en su progresión, trata de reconocer la dirección de crecimiento elegida, a partir de los “más” y de los “menos” que han ocurrido y que han sido capitalizados, aun cuando la dirección sea decadente. En nuestro universo de discurso, se apunta al acrecentamiento del tempo y de la tonicidad; sin embargo, el pensamiento hindú, que tiende, según se sabe, hacia la “extinción completa”, valora por encima de todo lo concesivo-superlativo de atonía como programa de base, y la aminoración, es decir, cada vez más de menos, como programa de uso. Cassirer resume en los siguientes términos su análisis del budismo: “La llama de la vida se extingue ante la pura mirada del conocimiento. ‘La rueda se quiebra, la seca corriente del tiempo ya no fluye; la rueda rota ya no gira: es el fin del sufrimiento’”.30

      Esa convocación de lo superlativo-concesivo no es privilegio, ni mucho menos, de los más grandes artistas. La semiótica corriente —cualquiera que sea la isotopía en la que se efectúa el proceso: la explotación profana o la santidad— lo solicita igualmente. Si consideramos el motivo ético del perdón y nos planteamos por un instante la cuestión: ¿cuál es el objeto del perdón, lo perdonable o lo imperdonable? Sin reflexionar, puesto que en este punto la reflexión es inútil, cualquiera responderá espontáneamente: el perdón verdadero tiene por objeto lo imperdonable en la medida en que lo perdonable conlleva ya el perdón; y a partir del enunciado lapidario: perdonar lo imperdonable, resulta fácil catalizar una estructura concesiva y exclamativa: “a pesar de que el acto que has cometido es absolutamente imperdonable, ¡yo te perdono!” Creemos que la modalidad del sujeto, en la medida en que este hace un esfuerzo, en que “tira” de sí mismo, y la concesión del proceso están en connivencia. Inmerso en el espacio tensivo, el motivo del perdón, como cualquier otro motivo, observa el reparto de las valencias tónicas:

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      Dejando de lado la jerga académica, el sentido común va directo al grano y considera que, en este asunto como en muchos otros, hay “perdón” y “perdón”, y que los méritos del “sublime” perdón de lo imperdonable no tiene comparación con el “mediocre” perdón de lo perdonable. La imposibilidad se convierte en medida del valor modal del perdón. Y podríamos multiplicar los ejemplos.

      Los géneros discursivos eminentes, especialmente el mito y la leyenda, así como la conversación ordinaria, están “imantados” por lo increíble, por lo maravilloso, por lo sorprendente, por lo prodigioso. El enunciado básico se construye menos a partir de la relación enunciva entre un tema y un predicado que a partir de la relación enunciativa entre un enunciador, convencido del carácter increíble, “sobrenatural” del evento que refiere y la legítima propensión a la duda que supone en el enunciatario al que se dirige: “No me lo vas a creer, y yo en tu lugar reaccionaría de la misma manera, pero te juro que es verdad”. Para el enunciatario, no se trata de validar una afirmación, sino más bien de acoger como tal una exclamación, es decir, la marca de un sobrevenir irrecusable. Con frecuencia, se trata de reducir el intervalo tensivo que se produce entre lo creíble y lo increíble por medio de prácticas rituales, como por ejemplo, jurar por la vida de la madre o de los hijos, por medio de la exhibición de pruebas aceptadas como indiscutibles, y también acudiendo a testigos diversos. La concesión dramatiza la veridicción, ya que el enunciatario es invitado a ratificar la presentación concesiva que el enunciador establece: “A pesar de que las apariencias se pongan contra mí, digo la verdad”. Ese es el problema lancinante de Rousseau en sus escritos autobiográficos.

       II.4 LA TENSIVIDAD

      Si las teorías progresan, lo hacen como los cangrejos: avanzan con paso lento hacia sus premisas o, más precisamente, hacia la explicitación de sus premisas. La semiótica no opera de manera diferente: le ha tomado tiempo integrar la foria y la estesia que la mide como categorías rectoras de primer rango. De modo que, lejos de limitarnos a aceptar a regañadientes la afectividad y de restringirla a la modesta función de complemento circunstancial de modo, la integramos plenamente, bajo el nombre de intensidad, como magnitud rectora de la pareja que se deriva de la escisión inaugural:

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      Esa bifurcación exige algunas precisiones: (i) la tensividad es el lugar imaginario en el que se reúnen la intensidad —es decir, los estados de ánimo, lo sensible— y la extensidad —los estados de cosas, lo inteligible—; (ii) esa junción indestructible define un espacio tensivo de acogida y de calificación para todas las magnitudes que ingresan en el campo de presencia: al entrar en ese espacio, toda magnitud discursiva se ve calificada primero por la intensidad y por la extensidad, y luego, por las sub-dimensiones que la intensidad y la extensidad controlan; (iii) en consonancia con las enseñanzas de Hjelmslev, una desigualdad creadora liga la extensidad a la intensidad: los estados de cosas dependen de los estados de ánimo. Ese predominio de lo sensible sobre lo inteligible, evidente ya en el epígrafe de este libro, se apoya —como hemos visto en II.1— en lo que Cassirer llama “fenómeno de expresión”. Las determinaciones intensivas y extensivas se denominan valencias,31 término usual en las ciencias humanas; por su parte, el valor surge de la asociación de una valencia intensiva con una valencia extensiva, asociación cuyo tenor precisaremos más adelante. El garante global, la tensividad, y el garante local, el valor, participan ambos de la complejidad de desarrollo, examinada en I.1.3.

      Dado que el análisis es como un “desplegable” (Hjelmslev), conviene considerar los funtivos de cada una de las dos dimensiones:

      (i) en el caso de la intensidad, los funtivos están constituidos por la pareja:

      [estallante vs débil]

      (ii) en el caso de la extensidad, por la pareja:

      [concentrado vs difuso]

      Esas parejas controlan el acceso al campo de presencia: una magnitud penetra en el campo de presencia de acuerdo con el quantum de estallido y de eventualidad que concentra. Como el estallido (o brillo) reclama esquemáticamente la persistencia, la magnitud en cuestión es referida a sí misma según los modelos de variabilidad examinados en II.2. Por lo