En realidad, vemos ahora que la definición de una sola [sílaba o sonante] no hubiera sido suficiente, porque el hecho de que haya tantas sílabas o sonantes no proviene en absoluto de una dependencia recíproca entre los dos términos. Proviene de una dependencia común de esos dos términos frente a un tercero, puesto en evidencia anteriormente y que reside en la sucesión de las implosiones y de las explosiones…23
No se trata, pues, de “terminar” en la sílaba, sino más bien de “comenzar” por ella y de conservar siempre ese anclaje. De acuerdo con la convención terminológica planteada en el primer capítulo, el análisis tiene por término ab quo una complejidad de desarrollo: en este caso, la sílaba. Saussure distingue, en calidad de constituyentes de la sílaba, no rasgos distintivos, sino la implosión, anotada como [>] y la explosión, anotada como [<], de donde deriva “cuatro combinaciones teóricamente posibles”: el “grupo explosivo-implosivo” [< >], el “grupo implosivo-explosivo” [> <], el “eslabón explosivo” [< <], el “eslabón implosivo” [> >].24 Saussure otorga un lugar eminente a la segunda combinación [> <], una “existencia propia”, puesto que la “primera implosiva” produce, cualquiera que sea su característica fonológica, lo que Saussure denomina el “punto vocálico”. De lo que se trata es de identificar prioritariamente “funciones en la sílaba” que comanden la identificación de los rasgos, lo cual viene “después” y no “antes”.
En virtud del isomorfismo entre la forma de la expresión y la forma del contenido, nos vemos obligados a indagar en la forma del contenido el equivalente de ese nivel silábico intermedio, encargado de “menudear”, de “detallar”, en una palabra de “repartir” las direcciones establecidas en el nivel superior, y ahora anterior, del esquematismo. La cuestión puede formularse de la siguiente manera: ¿cuál es el equivalente inferior —y hasta cierto punto, la manifestante— de una dirección decadente o ascendente? O mejor aún: ¿cuáles son las funciones de segundo rango subsumidas por las funciones de primer rango? Al abrigo de ese patrocinio, acogemos lo más y lo menos como las unidades últimas de la progresividad y de la degresividad, así como anteriormente hemos aceptado la “vez” y el “golpe” como los prosodemas imperiosos para el control de la ejecución del programa por el ejecutante.
Lo más y lo menos pueden funcionar: (i) de manera intransitiva, es decir, valer por sí mismos; (ii) de manera transitiva, produciendo los sintagmas concesivos: más de menos y menos de más; (iii) de modo reflexivo, produciendo sintagmas falsamente redundantes: más de más y menos de menos. Como se adelantó en el capítulo anterior, la ascendencia y la decadencia se definen por su orientación ingenua, lineal y continua: de menos hacia más por ascendencia; de más hacia menos por decadencia. Por supuesto, se puede decir que la ascendencia y la decadencia se oponen entre sí, pero con eso no se ha dicho gran cosa, porque con la misma fuerza se pueden componer, pueden avenirse entre sí, así como en el esquema prosódico de la frase francesa básica una apódosis se encadena con una prótasis, es decir, una decadencia sucede a una ascendencia, una y otra de extensión variable.
Algunas demostraciones suponen entidades “ocultas”: nos representamos los orígenes y los finales de la ascendencia y de la decadencia como “costalillos”, como “envolturas” exclusivas que solo contienen, según los casos, más o menos. Tendremos entonces:
La decadencia se dirige de la plenitud a la nulidad, mientras que la ascendencia efectúa el recorrido inverso. Los límites, en cuanto resultado de una operación de selección, son implicativos, mientras que los términos intermedios, en la medida en que son mezclados, “impuros”, son concesivos: de ese modo, la concesión interviene tanto entre magnitudes como en el corazón mismo de las magnitudes.
Lo cual nos permite enfrentar la etapa siguiente, que consistirá en distinguir los procesos respectivos de la ascendencia y de la decadencia, y confrontar así los componentes descubiertos: en presencia de una ascendencia realizada, es decir, de un paroxismo absoluto de plenitud que solo comporta “más”, el trastorno introducido por la decadencia consistirá necesariamente en la sustracción de al menos un “más”. La continuación del proceso la denominamos atenuación y la definimos en términos de degresividad como la proyección en el campo de presencia de cada vez menos de “más”. Las retóricas, de Longino a Fontanier, conocen bien esa dinámica bajo los nombres de “amplificación”, de “incremento” y, también, de “superincremento”.25 Y como la naturaleza o/y nuestro imaginario tienen horror al vacío, podemos suponer que el retiro de un más es compensado, de inmediato o “en diferido”, por la adición de un menos, con lo cual obtenemos el correlato de la atenuación, a saber, la aminoración, cuya dinámica interna es simétricamente inversa y no obstante concordante con la de la atenuación, puesto que amplifica la negatividad, proyectando en el campo de presencia cada vez más de menos. Somos así testigos de ese momento extraordinario en el que una dirección tensiva emana —misteriosamente en parte— una partición:
Podríamos detenernos ahí, ya que, con pocas diferencias y en el mejor de los casos, esa es la práctica de los diccionarios. En efecto, la mayor parte de las veces, estos últimos se contentan con recoger la dirección ascendente o decadente e invocan el cómodo criterio de la sinonimia, es decir, un caso de sincretismo juzgado como no resoluble, en lugar de tratar los resultantes de la partición. Podemos repetir, a propósito de la atenuación y de la aminoración, la misma partición que acabamos de hacer con la decadencia, es decir, oponer entre sí la atenuación y la aminoración. Desde el momento en que son aceptadas como direcciones, se hacen diferenciables, en este caso, “aspectualizables”. Hemos mencionado ya ese momento cuando hablamos del trastorno de la decadencia y de la ascendencia. Basta con hacer recaer el “acento de sentido” sobre ese momento para que aparezca la distinción deseada: como en el caso precedente, hacemos una “parada” en el curso de la degresividad, una interrupción que nos permite oponer la unicidad de una intervención a su reiteración, lo cual nos devuelve a la problemática de los “golpes” y de las “veces”, considerada anteriormente. Como los términos son tomados del diccionario, resultan forzosamente aproximativos: cuando el retiro afecte solamente a un “más”, hablaremos de moderación, pero si la operación se repite a partir del punto alcanzado por la moderación, admitiremos que nos hallamos en presencia de la disminución. Tenemos ahora:
Antes de seguir adelante, tenemos que señalar que la moderación y la disminución no tienen el mismo objeto figural: la moderación opera sobre un límite, una magnitud extrema (Culioli), un súper-contrario en la terminología que introduciremos dentro de poco, mientras que la disminución actúa sobre el resultado de la moderación, es decir, sobre un grado. Al hacerlo, encamina el proceso desde el grado alcanzado hacia el grado siguiente. Aceptando como unidades “atómicas” los “más” y los “menos”, y admitiendo que un sema concentra ¿uno?, ¿más de uno?, ¿varios “más” o “menos”?, planteamos una reciprocidad plausible y ventajosa entre la calidad y la cantidad semióticas.
Si se acepta el procedimiento descrito, queda claro que, a partir de una dirección adecuadamente identificada, el análisis termina por proporcionar,