Solo pedimos una cosa a este dispositivo: la desigualdad entre los dos intervalos indicados, es decir, que el intervalo de los sub-contrarios [s2 ⇔ s3], quede siempre comprendido —como exige Sapir— dentro del intervalo de los super-contrarios [s1 ⇔ s4], porque de esa desigualdad elemental deducimos dos formas-afecto notables: (i) la carencia, que no es más que el término final de la proyección del intervalo [s1 ⇔ s4] sobre el intervalo [s2 ⇔ s3]; (ii) a la inversa, el exceso, que no es más que el resultado final de la proyección del intervalo [s2 ⇔ s3] sobre el intervalo [s1 ⇔ s4]. Dicho en otros términos, los intervalos intervienen doblemente: como término regido y como función regente; como evaluado y como evaluador. De ahí se deducen varias consecuencias: la carencia, central para el psicoanálisis y para la narratología greimasiana, deja de ser una magnitud huérfana puesto que encuentra de pleno derecho su correlato paradigmático, el exceso, cuya discursivización se halla, desde Longino hasta Michaux, en el corazón mismo de la retórica bajo el nombre de lo sublime. Desde el punto de vista teórico, nos encontramos súbitamente en presencia de lo que sería preciso llamar, siguiendo las enseñanzas de Greimas, la ilusión sémica: aun cuando la fenomenología y la psicología de la percepción no nos llevaran por esa vía, los semas deberían ser considerados como significantes cómodos —¿no comparten acaso su rusticidad y su robustez?— pero no como significados. En la perspectiva del contenido, solo existirían puntos de vista provisionales, operaciones de proyección, aplicaciones, perspectivas recíprocas e… ilusiones. Seguramente, la epistemología de la semiótica tendrá que adaptarse, que erradicar el positivismo renaciente, en la medida en que esas catálisis no se refieren a magnitudes sino a operaciones relativamente inéditas. La fuerza de la consigna de Saussure: “la lengua es una forma y no una sustancia” permanece intacta.
A ese primer juego de intervalos, que proporciona una identidad inequívoca a cada valencia, conviene añadir una característica que responde a nuestro segundo postulado, el cual sostiene que un devenir, “tarde o temprano”, procede por aumento o por disminución, por ascendencia o por decadencia. En efecto, si fuera necesario imaginar las valencias, estas serían vectores más que unidades o segmentos de un listón, y, como ya lo hemos indicado, participios de presente antes que participios de pasado. Las categorías aspectuales de que disponemos se ajustan al estado de avance del proceso, pero hacen caso omiso de su orientación tensiva: ascendente o decadente. Por lo demás, la aspectualidad lingüística es doblemente restrictiva: (i) privilegia el verbo y desconoce la notable labor de análisis incluida en otras regiones del léxico; (ii) en su sentido restrictivo, se limita al grado de culminación o no culminación del proceso. La incoatividad solo aparece con la tripartición [incoativo-durativo-terminativo].
Las condiciones que es preciso cumplir son sencillas: (i) la aspectualidad debe distribuirse equitativamente sobre el conjunto del devenir y ser capaz de caracterizar en cualquier momento algún instante de ese devenir; (ii) debe respetar la ambivalencia insuperable del sentido y reconocer, por ejemplo, que la tonicidad creciente puede ser descrita también como atonía decreciente, así como es posible igualmente expresar una atonía creciente como tonicidad decreciente. Bajo esta perspectiva, hemos propuesto en otro lugar un juego de categorías aspectuales, con las siguientes características: (i) le deben más a la retórica, al espíritu de la retórica, que a la lingüística, lo cual resulta consecuente, ya que la retórica tiene como objeto el discurso, e incluso la vehemencia del discurso, además de que el discurso se encuentra siempre fuera del alcance de una lingüística que, pusilánime, se limita al ámbito de la frase; (ii) esas categorías aspectuales son generales, es decir, independientes de todo contenido, y por ello, a semejanza del número, se aplican a todas las magnitudes, sin que ninguna pueda pretender seriamente escapar al devenir.
Estamos ya en condiciones de volver sobre el contenido de la homogeneidad semiótica, abordado en II.2. La homogeneidad consiste, pues: (i) en la deducción de categorías [N2] a partir de una alternancia de dirección [N1]; (ii) en la deducción de unidades [N3] netas, cómodas y “fáciles de manejar” por los sujetos, a partir de las categorías [N2]; dichas unidades están constituidas por dos tipos de intervalos reconocidos y por las posibilidades sintácticas que ofrecen a los sujetos.
Una vez que se ha aprovechado la desigualdad fundamental que existe entre los intervalos “homotéticos” [s1 ⇔ s4] y [s2 ⇔ s3], es preciso abordar ahora los intervalos sucesivos que permiten situar el devenir ascendente o decadente de tal o cual valencia en el discurso, lo cual nos lleva a precisar qué es lo que sucede cuando una valencia “sale” del intervalo [s1 ⇔ s4] y “entra” en el intervalo [s2 ⇔ s3], y recíprocamente. Sin duda, nuestra intervención es “arbitraria”, de acuerdo con el término empleado por Hjelmslev en los Prolegómenos, pero creemos de buena fe que adoptamos la convención más sencilla: (i) cuando [s1] es planteado como valencia paroxística, llamaremos atenuación al intervalo [s1 ⇔ s2] a fin de oponer a la decadencia consigo misma, y al intervalo [s3 ⇔ s4] le llamaremos aminoración; mediante la operación de recursividad, debería ser posible alcanzar la “infinita pequeñez”, tan cara a Pascal; (ii) cuando [s4] es planteado como una valencia nula, su nulidad exige que sea recorrido el intervalo [s4 ⇔ s3], a lo que denominamos un repunte, el cual disjunta del “no ser”, es decir, del tedio moderno. El discurso podría quedar ahí, pero también puede ir más allá de [s3]: en consecuencia, aceptaremos que al repunte le sigue el redoblamiento, que se instala en el intervalo [s2 ⇔ s1]. Estas categorías así interdefinidas se lo deben todo a la retórica y a la poética, por ejemplo a la poética de Rimbaud, que en sus mejores momentos es una poética del repunte y del redoblamiento. Insistimos en que la retórica “siente” mejor las singularidades del discurso que la lingüística. Para reafirmar estas ideas, podemos observar que en el análisis de “Los gatos”, de Baudelaire, realizado por Jakobson y Lévi-Strauss, es notorio que “lo” lingüístico sirve —¡únicamente!— como plano de la expresión y “lo” retórico como plano del contenido, sobre todo al final. Tendremos, entonces:
Tomando en cuenta los límites del presente ensayo, no abordaremos aquí los derivados subsiguientes, los cuales o bien conjugan un límite y un grado para las dos orientaciones [s1 ⇔ s2], [s4 ⇔ s3], o bien dos grados [s2 ⇔ s3], o finalmente, un grado y un límite [s3 ⇔ s4]. La integración del paradigma, es decir, de la morfología propia de la contrariedad, y de la sintaxis tensiva del devenir, adopta la forma siguiente:
Las categorías aspectuales garantizan el funcionamiento del sistema, ya que las propiedades generales de este último, a saber: su orientación ascendente o decadente, por un lado, y su “analizabilidad”, por otro, se convierten en foremas locales que asignan a cada sub-valencia una dirección tensiva y una identidad precisa.
II.7.2 Segunda analítica de lo sensible
La lógica de la “intersección” y de la red conduce a determinar cada forema aceptado por cada una de las cuatro categorías aspectuales, y, puesto que involucra siempre una sub-dimensión, a considerar el producto de esa rección como una sub-valencia. Dado que,