Con las diversas premisas que hemos postulado, admitimos la ascendencia y la decadencia como direcciones [N1], la atenuación y la aminoración, de una parte, el repunte y el redoblamiento, de otra, como categorías [N2] en relación con la dirección; finalmente, las derivadas del rango siguiente se convierten en unidades [N3] en relación también con la dirección [N1].
Sería demasiado enojoso repetir la misma demostración para el caso de la aminoración, por un lado, y para el repunte, por otro. Nos contentaremos con producir las redes correspondientes:
Para la aminoración:
Para el repunte:
Para el redoblamiento:
La reagrupación de las cuatro redes en una sola permite establecer la homogeneidad del dispositivo de conjunto: por lo demás, lo “más” y lo “menos”, esa moneda inmediata de lo sensible, son morfemas con cuya ayuda se pueden describir las desigualdades vectoriales que nos permiten “hacer el balance” y, aun arrastrados por la corriente precipitada de los afectos, saber “dónde nos encontramos”:
Sin que lo hayamos buscado deliberadamente, surge aquí una aritmética tensiva, tosca sin duda, a tono con la lengua, puesto que la oposición operativa en N3 es:
[al menos uno] vs [más de uno]
pues para el discurso, de hecho si no de derecho, ¿qué es una multiplicación si no una serie acelerada de añadidos?, ¿qué es una división si no una serie precipitada de retiros? Para los diccionarios, al servicio siempre de los usuarios, la multiplicación y la división son, figuralmente hablando, los superlativos cómodos y diligentes de la suma y de la resta, y en discurso, los catalizadores de la desmesura afectante del evento; el que sufre cuando se propone persuadir o conmover a su interlocutor, ¿no tiene acaso que precisar que “está sufriendo mil males”? La tensión indicada concierne al nivel N3 en la red que acabamos de presentar, y configura ese nivel como rítmico, y más exactamente como “trocaico” [—∪], es decir, que el acento “recae” sobre la primera unidad expresada:
Nos gustaría adelantarnos a una objeción, que se refiere a la circularidad: las valencias, en este caso el tempo, son al mismo tiempo lo que mide y lo medido, pero tal circularidad es finalmente virtuosa y consecuente; el ejemplo es ingenuo sin duda, pero pesamos manzanas, magnitudes pesadas, con unidades de peso, así como los físicos miden... medidas y correlaciones entre esas medidas. Según la perspectiva que hemos adoptado, a saber, el establecimiento de la reciprocidad entre la cantidad y la calidad, no es indiferente que, en discurso, algunas magnitudes vivenciales se presenten, unas como productos, otras como cocientes.
II.3 LA PERTINENCIA SEMIÓTICA
El Micro Robert define la lentitud como una “falta de rapidez, de vivacidad”; dicho de otro modo, a una descripción “imparcial” sustituye una evaluación y una moralización implícita. ¿Cómo dar cuenta de esa deriva? Independientemente de sus eventuales complementos de determinación, la lentitud generalmente es despreciada.*
La cuestión reside en la diversidad de los microuniversos y del asombro que suscitan cuando se ponen en contacto unos con otros; esa es la cuestión que se plantea Montesquieu en Las cartas persas: “¿Cómo uno puede ser persa?”, es decir, ¿singular, extravagante incluso? Sin embargo, la cuestión requiere ser precisada: es indudable que los hombres difieren culturalmente de hecho, pero ¿cómo establecerlo por derecho, sin alegar simplemente su legítimo derecho o su fantasía? Si las estructuras solo admiten lo necesario y desconocen lo posible, la empresa de fundación está mal orientada.
Los funtivos de una dimensión o de una sub-dimensión varían en razón inversa uno de otro. Si consideramos el tempo, por ejemplo sus dos funtivos, la rapidez y la lentitud lo hacen de esa manera. En nuestro universo de discurso, fascinado por la instantaneidad, no siempre la velocidad es unánimemente buscada, sino más bien el espasmo de la aceleración: la ascendencia de la rapidez y la decadencia de la lentitud se imponen con más fuerza. Pero, por conmutación, existe la posibilidad de convocar, en nombre de la “mira”, la ascendencia de la lentitud y la decadencia de la rapidez, lo que podemos representar del modo siguiente:
En esta configuración, la lentitud es creciente y la rapidez decreciente, y esta última, si tuviera que ser definida, sería considerada como “falta de lentitud, de serenidad”. La realización de la decadencia interviene como condición que controla la realización de la ascendencia, y eso en un doble sentido: el repunte se ejerce si la atenuación ha tenido lugar, así como el redoblamiento interviene si la aminoración se ha completado. Comprendemos ahora por qué el Micro-Robert, en lugar de dedicarse a definir la lentitud, efectúa el proceso. La pertinencia semiótica se define, así, por dos rasgos: (i) la euforia; (ii) el acrecentamiento. En términos stendhalianos, eso equivale a preguntarse por la dimensión o la sub-dimensión que contiene para ese sujeto una “promesa de felicidad”.
Dada la precipitación actual de las prácticas, de eso que Valéry, con sentido profético, denominaba ya en un texto de 1925, “la intoxicación por la prisa”, la lentitud existencial está hoy —¿y para siempre?— virtualizada:
… Pero, para mí, el ocio interior se pierde. Estamos perdiendo esa paz esencial de las profundidades del ser, esa ausencia inestimable durante la cual los elementos más delicados se refrescan y se reconfortan (…). Nada de preocupaciones, nada de porvenir, nada de presión interior; por el contrario, una suerte de reposo en estado puro los devuelve a su grado de libertad propio (…). La fatiga y la confusión mental son a veces de tal magnitud que uno añora ingenuamente la vida de los tahitianos, los paraísos de simplicidad y de pereza, las vidas de forma lenta e inexacta, que nosotros jamás hemos conocido…26
Si la adhesión de Valéry no deja de plantear algunas reservas, si no carece de un toque de ironía, podemos leer en el poema en prosa de Baudelaire, titulado “Invitación al viaje”, un fervor indudable: “Sí, en esa atmósfera sería bueno vivir allá lejos, donde las horas más lentas contienen más pensamientos, donde los relojes anuncian la felicidad con más profunda y más significativa solemnidad”.27 La lentificación en el plano de la expresión es la clave de la superlatividad beatificante, valor supremo, según Baudelaire.
Proponemos denominar conversión el paso de la negatividad a la positividad; el término está más próximo de la acepción religiosa corriente que de la que le atribuye Semiótica 1. La conversión constata las consecuencias de la conmutación de la dirección cuando, por ejemplo, la lentitud, no aceptando ser considerada como una rapidez insuficiente, invierte la perspectiva y se burla de la rapidez, acusándola de precipitación, incapaz de ofrecer al “alma” esa felicidad superior de la que habla Rousseau en el “Quinto Paseo” de los Ensueños de un paseante solitario, en términos muy semejantes a los de Valéry.
Esa