d) En la última parte resumiremos los resultados de las investigaciones anteriores y los relacionaremos con el contexto actual. En la obra del arte no se confirma la idea estética, sino que ella queda más bien sometida a un juego reconocido con la apariencia (Schein, Anschein) de nuestra imaginación. Lo que en verdad se confirma es, por lo tanto, la idea suprasensible de la libertad en torno al artista. La libertad y la ley moral son así el fundamento de la pretensión del hombre de vivir una vida digna de ser feliz. Por su parte, la libertad del arte, comunicada por el artista, es aquí la base de aquella pretensión del hombre de hacerse consciente de su sensatez a través del arte. El hombre es, pues, un ser racional-moral y un ser racional-artístico a la vez. Recién cuando asumimos los dos ámbitos en nuestra conciencia, podemos llegar a proyectar una imagen completa del hombre. El arte, por su parte, lleva al hombre a la apertura del mundo, es decir, el hombre sólo obtiene una imagen de su existencia sensata cuando su relación con el artista (y el arte) se eleva a la conciencia.
Al final de nuestro estudio se habrá mostrado que, a pesar de nuestra limitación respecto de las distintas formas del saber frente a un saber absoluto inalcanzable, somos igualmente capaces de llegar a un saber sobre nuestro destino humano gracias a nuestras facultades sensibles-racionales. Este saber no es, sin embargo, un saber absoluto en el sentido de conocimiento de la existencia de cosas en sí. El criterio principal consiste aquí en entender que el saber es un fenómeno comunicativo. En este sentido, el saber se deja describir solamente en la conciencia de aquello que no podemos saber. Por ello, también en el ámbito de los sentimientos podemos hablar de un saber, es decir, de formas del saber, cuando dichos sentimientos se dejan comunicar universalmente. La comunicabilidad universal de los estados del ánimo en Kant, sobre todo en el ámbito de los juicios estéticos y de las ideas estéticas, encuentra de esta manera su recepción y revalorización en las declaraciones de Jean Paul acerca de un realismo de los sentimientos que se manifiesta en la poesía.
Ahora bien, ¿cómo podemos describir y justificar la importancia de la temática de nuestra investigación? Los cotidianos malentendidos políticos y religiosos se basan esencialmente en el hecho de que quien juzga lo hace de manera egoísta y de modo prejuicioso. Un prejuicio egoísta se genera entonces cuando el propio juicio no es comprobado por el juicio del otro. El juzgador supone que él está en posesión de un saber que no debe ser modificado. Supone pues erróneamente estar en posesión del monopolio del saber. Y esto se puede ampliar también a un determinado grupo que enjuicia pensando que cuenta con un monopolio del saber, y que los otros, en cambio, se encuentran en el estado de una supuesta ignorancia (desconocimiento). Cuando, por ejemplo, un grupo argumenta a favor de la convicción de que hay razas humanas superiores e inferiores, y cuando esta convicción se cierra en contra de cualquier juicio que niega esta convicción, ello trae pues consecuencias irremediablemente fatales tal y como la historia nos ha enseñado. Y cuando, en el ámbito de las religiones, la creencia (la fe) se hace pasar por un saber, el que trata a las otras formas de creencia como ignorantes, y a los otros creyentes como no creyentes, entonces esto se convierte rápidamente en un tipo de dogmatismo o fundamentalismo de la creencia (de la fe), que obviamente puede tener consecuencias terribles. Por esa razón es tan importante aceptar y tomar conciencia de que no puede haber un saber absoluto entre hombres que son estéticamente diferentes.
Ahora bien, se podría criticar que esto podría conducir a un relativismo del saber. A ello se puede responder, con Kant, que nuestro enjuiciamiento, en tanto que acción práctica, debe seguir siempre a las leyes de nuestra razón práctica. La acción de amenazar, por convicción religiosa, a otros creyentes o no creyentes, no se puede convertir en una ley universal; mientras que la tolerancia y el respeto frente a aquellos que tienen otras creencias, corresponden de suyo a esta ley, y la expresan en efecto de modo adecuado. De esta forma resulta claro que la cultura política y los agentes políticos tienen que actuar en base a sus convicciones, vale decir, que podemos (y debemos) perfectamente defender nuestras convicciones subjetivas, y hacerlo de manera autónoma. Pero al mismo tiempo, debemos también indagar siempre y contrastar, además, aquellos juicios que son diferentes a los nuestros. Debemos estar dispuestos a cambiar ciertas convicciones en caso necesario, en la medida en que los juicios de los otros sean más acertados. Pero esto solamente es posible si respetamos la razón ajena, y si prestamos atención a su juicio. Debemos y podemos intentar, pues, convencer siempre al otro en base a nuestro horizonte del saber, pero también y en igual medida, tenemos que aceptar cuando nuestra intención de convencer a alguien falla. Debemos, pues, respetar al otro en su juicio, si acaso éste, por su parte, cumple también con las normas filosófico-morales. Esto tiene por efecto la exigencia de veracidad (Wahrhaftigkeit), en nuestro tener por verdad (Fürwahrhalten), es decir, el contenido de nuestra comunicación en forma de un juicio tiene que concordar con nuestro pensamiento, y nuestro hablar tiene que ser en este sentido además un prometer. Las máximas kantianas del juzgar contienen exactamente esto, a saber, primero debo generar un modo del tener por verdad desde mi propio pensar; después debo incluir en el proceso del juicio también al pensar del otro, para así, y en tercer lugar, intentar que mis juicios también puedan concordar con mi propio pensar. A este respecto, hay que tomar en cuenta, según Kant, “las siguientes máximas del entendimiento humano común (...): 1) pensar por uno mismo; 2) pensar poniéndose en el lugar de cualquier otro; 3) pensar siempre en concordancia con uno mismo”.4 Recién a partir de este triple paso es posible llegar a un juicio verdadero.
El respeto frente al otro encuentra su aplicación también en el juicio sobre lo bello. También en nuestros juicios del gusto deberíamos abstenernos de un egoísmo, el cual puede ser denominado un egoísmo de tipo estético. Es posible pensar que se trata, en nuestros juicios, del gusto generalmente de juicios puramente subjetivos, es decir, de juicios privados, y que por lo tanto una discusión acerca de los objetos bellos no sería posible. Pero Kant comprueba que estas formas del juicio concuerdan de hecho con una forma peculiar de la validez universal (Allgemeingültigkeit). Kant desarrolla así una teoría que suena un tanto paradójica. Se trata de la teoría de una validez universal subjetiva en base a la idea de un sentido común. Y aquí es importante entender que Kant, en la Analítica de los juicios estéticos, sí incluye a la naturaleza emocional del hombre en el proceso del saber. El sentimiento de la satisfacción es entonces generado en el juicio del gusto, y obtiene de esta forma una validez universal. Pero eso no significa que todos los que juzgan una cosa llegan al mismo juicio. Lo que uno encuentra como bello no necesariamente es enjuiciado de la misma forma por otro. Se puede debatir