Iba a tocar la puerta del estudio, pero se percató de que estaba abierta. Andrei estaba de espaldas a ella, mirando hacia el jardín y al bosque circundante. La gitana entró en la habitación muy despacio, tratando de no interrumpir sus pensamientos.
—Lamento que hayas tenido que presenciar la escena de la mañana —dijo él, tratando de leer la expresión de la joven, reflejada en el vidrio del ventanal.
Ella permaneció en silencio pensando en que “no me importa” o “no es asunto mío” podrían ser buenas respuestas, pero prefirió callar.
—Quizá las amenazas de Heyla sean solo eso, pero si no, es mejor seguir adelante con el plan. Debemos partir lo antes posible —dijo él—. Están hechos los arreglos para trasladarnos a Francia, desde ahí, barcos con refugiados parten para América…
—Pero has colaborado con los alemanes y ahora ¿pretendes huir como refugiado? No te dejarán subir al barco —interrumpió ella molesta e incrédula, puesto que el plan le parecía descabellado.
—Pero a ti sí, y eso me basta por el momento —respondió parco—. Tengo documentos falsos, un pasaporte francés que te permitirá transitar por Francia, hasta llegar al puerto de El Havre, desde donde parten los barcos. Necesito que me prometas que nunca le dirás a nadie lo que te voy a revelar. ¡Debes prometerlo Leena!
Era la primera vez que él pronunciaba su nombre y escucharlo le produjo un estremecimiento que trató de disimular.
—No, no puedo prometer algo que no sé qué es. Necesito saber qué nos une a ambos. ¿Por qué me has elegido a mí para ser tu compañera en este viaje y no a la mujer rubia, por ejemplo?
A Andrei le causó asombro la pregunta. ¿Acaso estaba celosa de Heyla? ¿O era un cuestionamiento justificado? Trató de responder con honestidad aunque se sintió halagado por aquella duda y en sus delgados labios se esbozó una sonrisa.
—Ella es una amiga muy querida, pero tiene a su familia y debe velar por ellos. En cambio tú y yo, estamos solos.
Después de una breve pausa, prosiguió.
—Desciendo de una familia noble originaria del este de Europa, mi pueblo se llamaba Valaquia. Mis antepasados pelearon contra los turcos en el siglo XV y en aquella época las guerras y las pestes diezmaban pueblos enteros. Tu pueblo, antiguamente, no era libre como lo es hoy, o lo era antes del tercer Reich, y mi ancestro adquirió en Bulgaria a miles de gitanos para después trasladarlos a mi país. Supo tomar lo mejor de ellos y trabajaron juntos para que las tierras fueran prósperas. Desde entonces, los gitanos han prometido ser fieles a los descendientes del príncipe de Valaquia. Es por eso que te elegí a ti. Eres descendiente directa de los gitanos que nos juraron lealtad. ¿Serás capaz de mantener ese juramento? —preguntó él, notando la vacilación en su rostro, aún no se veía del todo convencida y continuó—, hoy estás viviendo una guerra y sabes la desolación, la agonía e incertidumbre que encierra. Mi pueblo experimentó eso y mucho más durante siglos, viviendo bajo el acecho de invasores que buscaban explotar nuestras riquezas y territorios.
Andrei caminaba por el estudio mientras rememoraba su vida y se la exponía abiertamente a aquella joven cuya mirada prefería eludir y prosiguió su emotiva disertación.
—La crueldad de sus actos nos hizo responder con más actos de odio y temeridad. A pesar de que amábamos la paz, luchamos con todos nuestros medios para poder sobrevivir, pero la victoria nos era esquiva; nos superaban en número y fuerza, mas no en valor —el rostro del noble brillaba al recordar las glorias pasadas de su pueblo y hablaba con una mezcla de orgullo y rabia—, en medio de nuestra lucha, fuimos gobernados por seres oscuros que abrieron nuestra mente a saberes profanos, según ellos, para defender a nuestras familias y a nuestras tierras, aunque sus preceptos estaban opuestos a las leyes divinas.
—¿Seres oscuros, saberes profanos? No comprendo de qué hablas —le interrumpió ella, tratando de entender aquella enmarañada historia que estaba obligada a escuchar.
Andrei se tapó el rostro con las manos y se frotó las sienes con las puntas de sus dedos.
—Sé que es difícil de creer, pero hay situaciones en este mundo que rebasan nuestro entendimiento. Quiero pensar que han quedado en el pasado y no considero oportuno hablar de ellos en este momento. No quiero justificar lo que hicieron, pero pienso que actuaron por desesperación. Esa “sabiduría” aunque creo que mejor debería llamarla “maldición” me fue transmitida por mis antepasados y no tuve más remedio que ponerla al servicio de Hitler. En algún momento entenderás mis razones, por ahora solo puedo decirte que en un principio, su deseo de acceder a un conocimiento superior parecía genuino pero con el tiempo y el auspicio de personajes sombríos, la naturaleza de sus propósitos dio un giro terrible.
Leena lo miraba con detenimiento, parecía verdaderamente afectado por todo aquello que le estaba revelando, pero también desconfiaba de las palabras de aquel extraño.
—Temo por mi vida ya que como sabrás, si no eres amigo del Führer, eres su enemigo y el de Alemania. Hoy estoy seguro que prepara la muerte de quienes una vez le servimos. Tus antepasados juraron fidelidad al príncipe de Valaquia, mi ancestro, incluso ofrendaron su vida por él. No espero menos de ti.
Andrei Ardelean concluyó así su disertación, mirándola con ansiedad pues necesitaba estar seguro de que contaba con su lealtad incondicional.
Sus palabras finales la estremecieron. Si tanto había exigido conocer por qué le había salvado la vida, ahora esa verdad le incomodaba, le aturdía y se encontraba más atemorizada que antes.
—Quizá tus padres o tus abuelos te contaron las historias de mi pueblo, de su juramento —le preguntó mirándola con recelo, tratando de descubrir si tenía conocimiento de los hechos que había narrado.
—No recuerdo que me hablaran de ningún juramento —dijo ella con desconfianza, al fin y al cabo, cómo podría saber si lo que él decía era cierto.
Sentía que su suerte estaba echada pero no era del todo claro, cuál sería su papel en la huida o en la vida del conde.
—No temas, las cosas se revelarán a su tiempo —dijo él intuyendo que seguía afligida— pero debemos partir lo más pronto posible Leena, me esperan en Berlín en menos de una semana para una reunión con Hitler. Pienso que deben estar vigilando nuestros movimientos, hay que ser cautos en todo momento —concluyó Andrei desviando rápidamente su mirada; verla le causaba una serie de sensaciones que no se sentía capaz de manejar, y temía perderse en sus recuerdos.
La atmósfera en la habitación era lúgubre, pero en el interior de cada uno, una pequeña llama se encendía cuando se miraban por breves segundos. Andrei se sentía conmovido por la presencia de la joven gitana y la recordó en el atuendo de la mañana, sonriendo complacido.
Leena, creyó adivinar sus pensamientos y algo ruborizada comentó:
—El obsequio que me hiciste esta mañana, es hermoso, pero no puedo aceptarlo.
Bajó la vista, sintiendo que las fuerzas le abandonaban mientras la penetrante contemplación de él la consumía.
—No creo que luciría bien en otra persona —susurró Ardelean mientras rodeaba su escritorio y se acercaba a ella— ¿Bailarías para mí? —Inquirió el conde con gentileza, frente a la joven que trataba desesperadamente de esquivar sus ojos.
—¿Bailar? No, no puedo —respondió tajante.
—¿Una gitana que no puede bailar? Me cuesta trabajo creerlo… —dijo mientras tomaba suavemente su barbilla para levantar su rostro y poder perderse dolorosamente en su mirada.
Mientras él la atraía hacia sí, ella fijaba sus ojos