—¿Cuándo estábamos vivos? —Andrei le inquirió con fuerza, tragando en seco, como si le costara hablar del tema.
—Cuando podíamos disfrutar de las elementales cosas de la vida —respondió con ironía—. ¡Estamos vivos hermano, aún lo estamos! —exclamó sonriendo, incorporándose de su asiento, para ofrecerle un trago.
—No por gracia divina —dijo Andrei—, quitándole la copa de la mano para sorber el tibio líquido que resbalaba por su garganta, sin producirle el menor cosquilleo. Puso la copa en la mesa enérgicamente, causando que se rompiera y los pedazos de vidrio cortaron su mano. Pronto empezó a sangrar pero extrañamente, la sangre y las heridas desaparecieron, dejando unos cuantos diminutos y brillantes pedazos de cristal en su palma abierta.
—“El toque de Midas” —acotó Serge mirando lo que acababa de suceder sin inmutarse, como si aquello lo hubiera visto suceder tantas veces, que ya no podía maravillarse ante tan extraordinario acontecimiento.
—Midas y nuestro padre eran unos imbéciles —repuso Andrei con ira, tornando su rostro oscuro, provocando que varias arrugas aparecieran en su frente, confiriéndole un aspecto lúgubre. Se sentó junto a su hermano en el sillón contiguo.
—Seguro que en ese momento parecía una buena decisión —razonó el joven—, que todo lo que toques se convierta en oro, es definitivamente, una buena apuesta. Yo lo hubiera aceptado —concluyó en voz baja.
—¡Pero vivir eternamente! ¿A quién se le puede ocurrir? Solo un tonto lo aceptaría —reflexionó en un tono de reproche, mirando a su alrededor, tratando de encontrar una respuesta en algún lugar de la sencilla habitación, mientras apoyaba su espalda en el incómodo asiento.
—No lo juzgues tan duramente Andrei, solo tomó una decisión incorrecta en el momento apropiado —repuso con tristeza, aunque sabía que de esa manera los había condenado, no podía seguir guardándole rencor como su hermano, no después de tanto tiempo.
Sus rostros se tornaron sombríos. Había muchas cosas que querían olvidar, pero eran tan duras que ni mil años las podrían borrar de su memoria.
—¿Le has contado quién eres? —preguntó Serge consternado.
—Sabe que soy descendiente de nobles valacos y de nuestro encuentro con la oscuridad, por así decirlo.
—Se asustará… —se limitó a decirle mirándole un poco divertido nuevamente—. ¿Y a dónde piensan ir?
—América —respondió sin pensarlo mucho.
—¿Estás loco? Podrías quedarte y luchar…
—¿En la resistencia francesa como tú? Yo estaba con el bando contrario ¿recuerdas?
—Pero falta poco ya, los rusos casi toman Polonia…
—Y los aliados desembarcarán en Normandía —dijo Andrei sin inmutarse pero Serge lo miró atónito.
—¿Acaso te lo dijeron los muertos? —le preguntó, recordando que su hermano practicaba la nigromancia.
—Solo lo sé y por eso Hitler me persigue —concluyó él, mirando las sombras que se proyectaban en las paredes de la sala.
—No entiendo —señaló Serge, abriendo sus ojos negros y arqueando sus cejas espesas, esperando una respuesta por parte de su hermano.
—Me busca para decirle el lugar en donde los aliados planean iniciar un ataque, claro que después de eso, querrá matarme.
—Por eso estás huyendo —replicó en tono neutral, ahora lo entendía todo—. ¿Y Heyla? —inquirió, aunque en su interior conocía la respuesta.
Andrei lo miró sin pronunciar una palabra pero el sentimiento de culpa era evidente en su rostro.
—¡Los matará a todos…! —Más que una interrogante era una cruel certeza.
—Si no lo ha hecho ya —respondió Andrei con voz casi imperceptible, apretando sus manos en puños.
—¿Pero le advertiste? —preguntó Serge casi como un susurro.
Andrei no apartó su mirada del piso y un silencio se apoderó del lugar.
—Sigues siendo el mismo egoísta de siempre, actuando sin pensar en las consecuencias —le enfrentó mientras se incorporaba de su asiento, como si le incomodara estar en su presencia.
—¿Cómo te atreves a juzgarme?
A pesar del remordimiento, no podía entender cómo su propio hermano lo acusaba.
—¿Todo debe girar en torno a ti siempre? ¿Por qué? ¡Ahora ya tienes a esta chica y Heyla dejó de importarte! ¡Eso siempre pasará hermano! ¡Una reemplazará a otra pero a la gitana nunca la harás volver a la vida! —le gritó colérico, como si se tratara de un padre reprochándole a su hijo por una travesura.
Andrei se levantó de un brinco, se acercó a él con rabia y lo tomó de la camisa. Su rostro se deformó a tal punto que no había rasgos humanos en él sino solo la aterradora expresión de un animal rabioso. Sus ojos parecían arder en llamas y su piel era de un color ceniza, su boca se abría dejando ver afilados dientes clavados en encías blanquecinas, que contrastaban con el pelo negro e hirsuto que le cubría la cara. La nariz era casi inexistente, solo dos pequeños orificios por donde exhalaba e inhalaba profusamente. Amplias arrugas surcaban su frente confiriéndole un aspecto demoníaco.
Un grito los distrajo, provenía de las gradas que conducían a la habitación superior. Era Leena, se había despertado al escuchar la pelea de los hermanos y miraba aterrada en lo que Andrei se había convertido. Su cuerpo estaba aún muy débil y su mente reaccionó al impacto de ver a la monstruosa criatura, colapsando su sistema nervioso. Cayó por las escaleras, estrellando su cabeza contra el piso. Atónitos se lanzaron al lugar en donde la joven yacía boca abajo. Andrei le dio la vuelta y la tomó en sus brazos. Una gran herida cruzaba su frente y de ella brotaba un líquido rosáceo espeso y mucha sangre.
Serge retrocedió. Sabía lo que significaba. Se arrodilló junto a su hermano que lloraba desconsolado, tanto tiempo esperándola, tantas vidas buscándola y ahora que la había encontrado, la perdía.
—Hazlo, hermano, tienes que hacerlo, —dijo desesperado, pues aún sentía que la joven estaba con vida.
Andrei no lo escuchaba. Solo venía a su mente la visión de una joven arrodillada, llorando, implorando perdón y mirándolo con ojos vacíos, sin esperanza. Sus manos estaban atadas tras su espalda y vestía un hermoso atuendo rojo con adornos dorados. Era una hermosa gitana, la primera mujer que había amado, la había hecho suya horas antes y su cuerpo se había estremecido bajo el suyo. Pero ahí estaba la diabólica imagen de su padre, sosteniéndola por el largo cabello oscuro y en un segundo, el brillo de una espada cortándole la cabeza, le obligó a cerrar los ojos con fuerza.
—Andrei, Andrei —escuchó nuevamente la voz de su hermano como un susurro— ¡Vas a despertarla! —acotó mientras le sacudía el hombro.
Este poco a poco abría los ojos para darse cuenta de que estaba en la casa de Serge. Miró a la cama, en donde Leena dormía ajena a la conmoción que había causado el mayor de los Ardelean.
—No pensé que podías dormir, aunque más parecía que tenías una pesadilla y no un sueño— le comentó su hermano.
Andrei abrió bien los ojos y empezó a respirar con tranquilidad. Todo había sido un sueño ¡Gracias Dios!, —pensó, aunque sabía que él no escucharía sus plegarias.
—Quizá es el agotamiento —le dijo a Serge—. No he descansado en semanas y….
—Te entiendo hermano, ven. Hay ropa limpia y agua caliente para que te des un baño. Lo necesitas, —le dijo sonriendo.
Cuando