El canto de las gaviotas. Osvaldo Reyes. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Osvaldo Reyes
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412375435
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la información ustedes mismos.

       ⎯Disculpe doctor ⎯dijo Rosas con un tono de voz más apagado de lo habitual⎯. Usted mencionó que las lesiones tenían diferentes tiempos de cicatrización. ¿Entendí bien?

       ⎯Algunas lesiones son muy recientes. Me atrevería a decir, aunque no me citen al respecto, que algunas son de hace un par de horas a lo sumo. Debieron sangrar bastante y creo que son la causa de su inestabilidad hemodinámica. Su control de hemoglobina reportó 3,4 gramos por decilitro. Lo normal en una mujer es 12. Es un milagro que esté viva. En fin, otras lesiones estaban curando y tres, por lo menos, ya habían cicatrizado. A esas les daría unos siete u ocho días desde el momento en que fueron infligidas.

       ⎯¿Una semana? ⎯murmuró Palmer⎯. ¿Está seguro?

       ⎯Sumen o resten un par de días si quieren, pero prefiero que le pregunten al doctor London ⎯en voz más baja agregó⎯. Después de la cirugía.

       Miró hacia los cuadros de vidrio en las puertas y señaló con cautela ⎯Es un excelente médico, pero se cree el regalo de Dios a la humanidad. Si lo interrogan ahora es capaz de pasarse toda la mañana demostrando lo mucho que sabe y no creo que sea buena idea para la salud de Andrea.

       Como conjurado por estas palabras, una voz femenina resonó en algún lugar en las profundidades del aire de la cocineta. Ambos detectives levantaron la mirada hacia los altavoces instalados en el techo.

       ⎯Código Azul. Código Azul. Consultorio 2 ⎯dijo la voz con calma, pero la reacción de Baker distó mucho de ser controlada. Casi tiró la taza sobre el microondas y salió sin decir palabra.

       Se miraron entre sí y salieron detrás del doctor, que ya iba llegando a la puerta del consultorio mencionado en el mensaje. Detrás de él, dos médicos portaban un carrito con un curioso aparato encima. Llevaban suficiente tiempo en la policía como para reconocer un desfibrilador y lo que eso sugería para la joven que esperaba en su interior.

       Solo les quedaba esperar para saber si su caso acababa de ser elevado al nivel de una investigación por asesinato.

      X adornada

      CAPÍTULO 4

      VERANO DE 1982

       El muchacho se detuvo a unos pasos de la extraña criatura.

       Desde que tenía uso de memoria recordaba haber vivido a orillas del mar. Conocía cada curva y roca de la costa, en varios kilómetros a la redonda. Había visto peces de todo tipo y el canto de las aves marinas formaba una melodía en su cerebro que no podía desligar de su personalidad, aunque hiciera el esfuerzo. No era raro encontrarse con el cadáver en descomposición de algún animal, por lo general, peces y aves y, de vez en cuando, un mamífero terrestre.

       Era la primera vez que veía a esa criatura, que aún se movía tratando de deslizarse sobre la arena.

       Era de un color amarillo brillante con manchas negras. La punta terminaba en lo que parecía una aleta. Le tomó solo un minuto definir en su cabeza qué se había encontrado.

       Una serpiente marina.

       Se agachó, pero mantuvo la distancia. Sabía que las serpientes eran peligrosas y su madre le había contado alguna vez que las serpientes marinas eran las más terribles del mundo. Nunca le dijo qué hacer de encontrarse con una, pero no tenía necesidad.

       Sentido común.

       Tomó una rama cercana, de un buen largo, y empujó el cuerpo de la serpiente. Movió la cola una vez y trató de girar sin éxito. Siendo una criatura marina, el estar fuera de su elemento le quitaba toda la peligrosidad, mientras no cometiera la estupidez de ponerse a su alcance.

       La empujó dos veces más y se levantó. Lanzó la rama lejos de él y se quedó observando la serpiente un segundo más, antes de tomar una decisión.

       Miró alrededor suyo sin mover los pies, hasta que vio lo que buscaba.

       Se alejó del animal. A una corta distancia había una piedra de mediano tamaño. Parecía estar enterrada en la arena, pero para su fortuna estaba apenas colocada encima de ella. Era pesada, pero no demasiado para él.

       Con la roca en las manos se acercó a la serpiente. Mantuvo la distancia, pero para hacer lo que quería tenía que correr un pequeño riesgo. Fue su primera lección en dichos menesteres.

       Sin riesgos no hay recompensa.

       A dos pasos de la criatura levantó la roca y la dejó caer sobre su cabeza.

       Nunca supo cuánto tiempo se siguió moviendo la serpiente. Presentía que habían sido solo unos minutos, pero en su memoria se sentía como horas.

       Cuando la cola dejó de golpear la arena se alejó del lugar.

       En sus delicados labios, una sonrisa de oreja a oreja.

      ***

       Una voz la empujaba hacia la superficie de la conciencia, pero ella no quería ir.

       Sentía los párpados pesados y casi podía sentir la fuerza física que tenía que ejercer para apenas abrirlos. Era mucho más cómodo mantener los ojos cerrados y seguir durmiendo.

       Descansar. Olvidar. Todas esas opciones eran mejor que recordar. No quería recordar. No sabía la razón, pero presentía en lo más profundo de su ser que el olvido era mejor.

       La voz se elevó en intensidad. Abrió los ojos y una línea de luz blanca llenó su cerebro. Parpadeó varias veces y logró invocar la fuerza de voluntad necesaria para mantenerlos abiertos.

       Lo primero que invadió todo su cuerpo fue el dolor.

       La descarga eléctrica fue tan repentina que casi se refugia en el olvido para no sentirlo, pero la voz, al ver que abría los ojos, volvió a sonar trayéndola de vuelta.

       Dos figuras se materializaron delante de ella. Una voz seguía llamándola.

       ⎯Estoy viendo doble ⎯pensó sumergida en un sopor etéreo.

       Para su sorpresa, una de las sombras se movió independiente de la otra y se colocó por delante de su campo de visión.

       ⎯Estoy viendo doble y ahora alucino. Mejor me voy a dormir de nuevo.

       ⎯Andrea ⎯insistió la voz. Los bordes difusos de la sombra principal fueron tomando definición, como si alguien estuviera moviendo el botón de contraste al editar una foto. La luz blanca fue bajando en intensidad y la sombra se convirtió en una figura masculina vestida de negro.

       Un destello y recordó otro lugar. Un espacio abierto, antiguo, que olía a polvo y a otra cosa. Una visión surgió de sus recuerdos y se imaginó la figura parada delante de ella con una máscara en el rostro.

       Se empujó en la cama hacia atrás, una explosión de energía alimentando sus músculos a punta de puro miedo. Un grito trató de salir de sus labios, pero todo lo que escapó fue un quejido animal.

       ⎯Tranquila ⎯dijo la voz. Andrea sacudió la cabeza, rehusando aceptar que la pesadilla no había terminado. Debería estar muerta.

       ⎯Señorita ⎯dijo alguien más⎯. Está en el hospital. Está a salvo.

      Trató de enfocar y pudo distinguir cada una de las facciones de las personas que le hablaban. Uno era un hombre de unos 50 años, de cabello gris y ojos de un curioso color tierra. La otra sombra también se había movido y pudo ver que no estaba alucinando. Era bajo y macizo, de pequeños ojos negros y expresión preocupada. Se mantuvo detrás de la primera, cómodo de no tener que llevar la voz cantante.

       ⎯Somos de la policía ⎯dijo el hombre del cabello gris⎯. Soy el detective Palmer. Mi compañero, el detective Rosas. Solo queremos hacerle unas preguntas cortas.

       ⎯¿No estoy muerta? ⎯quiso preguntar, pero ninguna voz salió de sus labios. Lo intentó dos veces más