La enfermera Murillo no tuvo tiempo de gritar. Una nube de gas salió disparada a toda presión y en lo encasillado del corredor los golpeó y envolvió como una ameba a su alimento.
Sintió que sus ojos se prendían en llamas y, cada vez que respiraba, el aire que entraba en sus pulmones eran mil agujas clavándose en todas partes. A través de la película de lágrimas que difuminó su visión pudo apenas distinguir la figura alejarse del lugar en dirección contraria, atravesar una puerta en el otro extremo del pasillo y fusionarse con las sombras para desaparecer por completo.

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