El canto de las gaviotas. Osvaldo Reyes. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Osvaldo Reyes
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412375435
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Palmer agachó la cabeza y siguió caminando.

       ⎯Mauricio ⎯dijo Rosas después de unos segundos de silencio, las olas en retirada como música de fondo⎯. ¿Puedo preguntarte qué mosca te picó?

       Palmer clavó sus penetrantes ojos color terracota en su compañero.

       ⎯¿A qué te refieres?

       ⎯Llevo más de seis años de conocerte y soy consciente de que no eres la persona más conversadora del mundo, pero hoy estás más taciturno que de costumbre.

       Palmer levantó las cejas y Rosas sonrió.

       ⎯Sí, esa es la palabra del día de hoy. Taciturno. Significa…

       ⎯Sé lo que significa.

       ⎯La de ayer no la conocías.

       ⎯Nadie en su sano juicio lo sabría.

       ⎯Bueno, entonces hoy eres un poco más sabio que ayer.

       Ya habían llegado al centro de actividad. El detective Palmer puso la mano en el hombro de la persona más cercana: un joven de cabellos claros y piel cuyo tono solo podía conseguirse con una exposición masiva a rayos ultravioleta.

       ⎯Detective Palmer ⎯dijo al darse la vuelta y reconocer al dueño de la mano⎯. Detective Rosas. Los esperábamos.

       ⎯Roberto, ¿sabes qué significa la palabra ergástula?

       El joven se le quedó mirando con expresión vacua.

       ⎯Erga… ¿qué?

       ⎯Ergástula.

       ⎯No tengo la más mínima idea de qué habla ⎯dijo riendo.

       Palmer miró por encima del hombro a su compañero.

       ⎯Ves. Nadie sabe qué significa.

       ⎯Un miembro de la Real Academia Española lo sabría.

      ⎯Sí. Usando un diccionario.

      ⎯Ergástula era el lugar donde vivían hacinados los esclavos sujetos a condena ⎯le aclaró Rosas a Roberto, que solo movía la cabeza de un detective al siguiente, como siguiendo la pelota de un partido de tenis⎯. Ahora ya lo sabes.

       Roberto lo miró y luego a Palmer.

       ⎯¿Gracias? ⎯fue todo lo que pudo decir.

       ⎯Alguien que aprecia el enriquecimiento de su idioma ⎯dijo Rosas satisfecho y enfocando su atención en la arena. Eso le impidió ver como Palmer torcía los ojos, mientras sacudía la cabeza. Luego, recordando por qué estaban allí, bajó la mirada.

       Un agujero de unos dos metros de profundidad perforaba la uniforme superficie de la arena húmeda. Una figura vestida de azul revisaba cada centímetro del fondo del agujero con milimétrico cuidado. Otra realizaba el mismo examen en los alrededores y recogía todo lo que le parecía de interés.

       ⎯¿Aquí la encontraron? ⎯preguntó Palmer.

       ⎯Sí ⎯dijo Roberto⎯. Estaba enterrada hasta el cuello en la arena. Costó mucho trabajo sacarla.

       Palmer giró en redondo estudiando los dos extremos de la playa. El océano azul se extendía delante de ellos como un paño.

       ⎯Estamos en toda la mitad ⎯dijo Rosas, vocalizando lo obvio⎯. Me imagino que para tener tiempo de ver si alguien se acercaba.

       ⎯Conozco esta parte de la costa ⎯dijo Roberto⎯y en marea alta es casi intransitable. Las aguas cubren toda la sección, por lo menos 50 centímetros.

       ⎯Más que suficiente para cubrir una cabeza ⎯murmuró Palmer⎯. ¿Qué tan alta fue la marea de hoy?

       ⎯16 pies. A las 6:04 am.

       Rosas silbó por lo bajo.

       ⎯Es la marea más alta del año, ¿cierto?

       ⎯No ⎯corrigió Roberto⎯, pero está entre los primeros lugares. Si quería estar seguro de que la cabeza quedara sumergida bajo el agua, no pudo escoger mejor día ni lugar.

       ⎯Si lo que dices es cierto ⎯dijo Palmer levantando la mirada hacia la empinada pendiente a sus espaldas⎯, el agujero lo tuvo que hacer en horas de la noche.

       ⎯¿Cómo puede estar tan seguro? ⎯preguntó Roberto arrugando los ojos.

       ⎯La marea alta anterior tuvo que ser alrededor de la misma hora, en la tarde. Si toda esta sección de playa queda cubierta por el mar, el responsable tuvo que cavar este agujero al empezar a bajar la marea. Eso le deja unas doce horas para hacer el trabajo. Menos, si consideras las horas que se necesitan para que el mar se retire.

       Roberto asintió, un leve tinte carmín cubriendo sus pómulos. Era evidente que se sentía avergonzado de la pregunta, pues sonaba obvio una vez escuchada la explicación.

       Palmer, como leyendo sus pensamientos, le dio una palmada en el hombro.

       ⎯Tranquilo, muchacho. Estás comenzando. Pronto aprenderás que lo obvio puede pasar desapercibido, hasta para el más avezado.

       Se dio la vuelta y le dijo a su compañero.

       ⎯¿Te sabes esa palabra?

       ⎯Por supuesto. Respétame. Si vas a retarme, esfuérzate un poco.

       ⎯Bueno ⎯dijo Roberto⎯, hasta los mejores planes tienen sus fallas. Tenemos cuatro testigos de los hechos. Algo debe salir…

       ⎯¿Cuatro? ⎯exclamó Palmer en un tono que hizo que varios de los oficiales en la playa giraran la cabeza en su dirección⎯. ¿Hay cuatro testigos? Me habían dicho que eran dos.

       ⎯Te dije que eran dos grupos de testigos, pero hoy no escuchas bien. Una pareja de novios que caminaba por la playa fue uno. El otro grupo fue un par de pescadores, padre e hijo, que venían llegando de vuelta al puerto. Les había ido tan bien que venían más temprano de lo habitual. Ellos vieron el revuelo y bajaron a ayudar.

       ⎯Cuatro testigos ⎯murmuró Palmer⎯. Dime que alguien vio o escuchó algo útil.

       ⎯La joven ⎯dijo Roberto sacando una libreta de su bolsillo⎯. Se llama Marina Rosco. Asegura haber visto una sombra escalando la pendiente, cuando ellos llegaron a este punto. Sin embargo, estaba casi al nivel de la carretera y pronto desapareció.

       Palmer suspiró hondo y levantó la mirada hacia la cima de la empinada pendiente de tierra y roca que se extendía hacia el cielo a sus espaldas. Por lo menos unos 50 metros de altura. Largas tiras de hierbas y plantas de colores amarillos y verde caña crecían sobre la ladera, hasta la carretera que se deslizaba en las alturas. Detrás de una pequeña baranda de color plata, que trataba de separar, sin mucho éxito, el asfalto del vacío, decenas de personas no perdían de vista el trabajo de la policía.

       Por lo menos dos tenían cámaras fotográficas. Los demás, celulares.

       ⎯Hay que hacer algo al respecto ⎯dijo Palmer señalando a la multitud⎯. Estoy seguro de que vamos a ver la escena del crimen en la primera plana del periódico vespertino. A controlar la fuga de información a partir de este momento.

       Roberto asintió y se alejó, sacando mientras caminaba un teléfono de su bolsillo.

       ⎯¿Qué tipo de loco haría esto? ⎯preguntó Rosas contemplando el profundo agujero en la arena.

       Palmer no respondió, sus ojos aún enfocados en los rostros de las personas. Luego, bajó la mirada hacia su compañero.

       ⎯Ni idea, pero tengo un mal presentimiento.

       ⎯No empieces ⎯dijo Rosas hablando con voz queda⎯. En esta relación, tú eres el cerebro y yo soy el de toda la personalidad. Es mi prerrogativa ser el pesimista y aguafiestas por excelencia. Tus corazonadas nunca traen buenas noticias.

       Palmer no tuvo tiempo de responder. El agudo sonido de unas campanillas